Desinteligencia 1
En el último Parte de Inteligencia me expedí con crudeza sobre el liderazgo presente del señor Macri, el cual entiendo históricamente improductivo porque se comporta como el dueño de la pelota de su partido, y de la coalición, y si su partido y la coalición no hacen la parábola exacta que a él le viene mejor, se la lleva, la pelota. Quiere anular a su heredero natural, Larreta, y condicionar a Patricia, la heredera inesperada; mientras no deja de alentar la emergencia y la sustentabilidad económica y mediática de Milei. Lo de Mauricio es un poco como Riquelme en su box de la bombonera que editorializa, con cada succión de la bombilla, lo que va viendo en el campo de juego haciendo que el técnico temporal del equipo sienta que no vale nada. Es entendible desde la perspectiva del dueño de la pelota, del tipo que inventó el PRO en la confitería del Campo Municipal de Golf con algunos empleados jerárquicos de SOCMA, él hace lo que quiere, pero cuestionable si la ulterioridad de su narcisismo afecta, ya no el destino histórico del PRO, que a mí me importa poco, porque no conozco su himno, su bandera, ni su panteón, sino la gobernabilidad futura, dado que el PRO tuvo éxito en volverse relevante y está obligado a actuar responsablemente, y con esa responsabilidad asegurar en serio la mejor calidad de vida en los hogares argentinos que, según declama el mismo ex presidente, es el sentido final de todos sus pesares y malabares.
Me preguntaba el martes, me pregunto hoy, puntualmente, qué hace Macri en el medio dado que no es candidato, y que no hay segundo tiempo y que ya coló a su superprimo en la grilla electoral de la Ciudad. Si Larreta fue su Jefe de Gabinete en la municipalidad durante ocho años, si luego lo impulsó a la Jefatura de Gobierno, no parece tener mucho sentido histórico que se oponga a su continuidad como candidato a presidente por el PRO o que filtre cómo condicionará a Patricia. La vida sigue, y sigue sin uno, compañeros. Muchos padres, sanos, se apuran en ceder sus bienes a sus hijos, cuando ya cumplieron con sus expectativas de posesión y lucimiento, para que estos mejoren su capital, y con ello su vida, que se estima será más larga que la del donante. Mauricio ya tuvo el honor de ser presidente, no le fue nada bien, pero el honor lo tuvo y pudo completar el mandato, sin duda ayudado por quien iba a ser su sucesor, Alberto Fernández, que se comportó con gran prudencia en la transición quizás temiendo que un final anticipado no lo encuentre bien armado o, a lo mejor, por una buena y simple razón: que el pueblo sufra menos.
Anoté, entonces, en el correo del martes, una comparación con Raúl Alfonsín quien se quedó muzzarella cuando Angeloz, necesitado de diferenciarse de su gobierno menguante, le apuntó al ministro Sourrouille, motivando su renuncia. Se guardó la leche que le dio que Angeloz dijera al otro día: le di entre ceja y ceja. Era una diferenciación acordada para que el partido radical pudiera sobrevivir lo mejor posible en las peores condiciones. Diez años después hizo lo mismo con De la Rúa: era el mejor candidato para la presidencia y dejó que eso simplemente sucediera. Intervino positivamente en la creación de la Alianza y todo esto es históricamente indiscutible.
Sin embargo, el martes, que fue un día especial para los funcionarios del PRO, especialmente para los verdaderos creyentes porque se concentraron demasiadas malas prácticas entre ellos, acusaciones fuleras, operaciones de prensa, deslealtades enormes, y eso frustra y violenta, algunos me expresaron, en privado, aunque vivamente, su desacuerdo con mi retrato del PRO y su líder, enojo que recibí con el dolor de haberlos afectado en su comunión con Mauricio, máxime porque los quiero bien, pero también con la obligación de no ser oportunista o sesgado porque no es justo hacer valer la asimetría entre el que escribe y el que lee para traficar cualquier verdura.
Un compañero me hizo notar que Alfonsín no fue el mejor líder posible de su partido, como admitiendo, sin querer, que Macri tampoco lo está siendo. Y, aun con aquellos ejemplos que entiendo son virtuosos, ejemplares, de las campañas de De la Rúa y Angeloz, creo que tienen razón. Me lo dicen porque en mi cédula dice que soy radical. Y lo soy, aunque de una manera más blanda que el macrismo de ellos. Si alguien dice que Alfonsín era bizco o agente del departamento de Estado, incluso chorro, yo no me mosqueo, porque parte de la gracia de ser radical, que es algo que sé que no tiene gracia, es tener el electro de la temperatura bien ajustado, escuchás opiniones, pensás dos veces, das la razón como los japoneses, y recitás el preámbulo y el 14 bis de la Constitución; además, soy radical como soy tantas cosas: descendiente de alemanes del volga, flâneur, profesor, periodista, escritor de correos, publicista, hijo de un padre raro; algunas identidades son más movedizas que otras, la política es particularmente movediza pero siempre me pareció que un partido político por vida estaba bien, así que moriré, si muero, siendo radical, lo cual no lo considero algo romántico, sino un efecto de esta practicidad identitaria que adopto, ah, y si bien me hice radical por Alfonsín puedo decir sin drama, y acá vamos, que el liderazgo de Alfonsín, que se extendió hasta su muerte, fue demasiado largo y castrante.
De hecho, tengo para mi que la UCR se jode por culpa de Alfonsín. El ex presidente fue eyectado del gobierno en aquel ‘89 inolvidable por una crisis espectacular para la que se había quedado sin respuestas y sin solidaridad por parte de los organismos de crédito y de parte del resto de la política. Pese a ello conservó o se reservó durante veinte años el poder partidario. En contra de sus siempre humildísimas consideraciones sobre sí mismo, gozaba del rugir de las pequeñas leoneras que repetían a los gritos su apellido repartido en sílabas, como en una perfomance loca, y esperó de ellos que no amaran a nadie más. De eso se trataban sus míticas excursiones hasta el último comité de la patria, ir a caerse de espaldas sobre el amor de siempre los mismos.
Es un gran predictivo de infertilidad que disponiendo de semejante mariscal de la derrota en el 89, sus coroneles se abstuvieran de gatillarlo. Podría interpretarse tal cosa como lealtad pero también puede verse como abandono de tareas. Es que buena parte de los dirigentes radicales, aún los más educados, naturalizaron, con la híper del 89, que este país les resultaba incomprensible y de difícil amalgama, desde sus ópticas, desde sus departamentos, y se concentraron con toda frialdad en parasitarlo como pudieran, por supuesto que poniendo cara de que no, de que seguirían merodeando la caverna oscura donde se busca el poder.
Ahí se pinchó el globo, cuando los herederos de Alfonsín no lo heredaron. Como castigo, no lo sucedieron ni al morir. En su ocaso, en su oscuridad sanitaria, Raúl Ricardo le pasó la posta a Ricardo Luis, para perpetuarse desde el más allá. El padre creó votos y poder en el 83 y se los consumió enteritos el resto de su vida escupiendo el carozo de la aceituna en la mano de su hijo antes del final. Un crimen.
Esto ya es historia, pero hay que reconocer que toda la generación de la llamada Coordinadora, que arrancaron con la política en los años setenta, llegaron a fines de los ochenta hechos bolsa. Cualquier persona cuenta con un cierto periodo de años productivos, para estar a mil y pasarse de revoluciones, tras los cuales, al fin, se cansa, pierde el toque, máxime si ya hicieron una vez el camino de cero a cien y con reversión traumática. Ya veremos, por supuesto, eventualmente, de dónde sacan ánimo los muchachos del PRO, incluso los más creyentes, para salir a timbrear si vuelven al gobierno y tienen que regresar a barrios extraños a tomar mate con gente que no conocen.
Los coordinadores, para no gatillarlo, pero al mismo tiempo durar, contribuyeron a la galvanización icónica de Alfonsín porque eso aseguraba la inamovilidad de las jerarquías creadas en la década del ochenta. No cuestionaron jamás al jefe inmortal con la esperanza de no ser ellos mismos cuestionados, estos coroneles inmortales, y que ese teatro dure todo lo posible. Para hacerlo redondo estacionaron la imaginación en 1983, de modo que lo nuevo y bueno no penetrara jamás. Y mantuvieron una mínima estructura de alienados para lograr el efecto de consenso.
Con esta petrificación, no había forma de que el alfonsinismo, Raúl, continuara representando algo para los argentinos que se fueron incorporando a los padrones todos los años que siguieron a su resignación de la presidencia.
Y colorín, colorado.
Veníamos de acá:
Que venía de acá:
Me encanta esta canción, compañeros.
Hasta el mardi.