Parte de Inteligencia 5
Larreta va a destapar hoy a Jorge Macri como el candidato del PRO en la ciudad de Buenos Aires después de una larga resistencia. Para evitar ungirlo, Larreta había designado tres precandidatos: el médico Quirós, la señora Acuña y un chico desconocido de apellido Ferrario, que es concejal, con el propósito evidente de bajarlos luego, como muñecos sin autonomía, uno a uno, en lo que parecía una negociación clásica aunque demasiado ríspida, e inesperada para el público, con Mauricio Macri, su mentor y antiguo jefe, para darle el gusto de nominar a su primo e intercambiar la gauchada por una para él, que lo identifique como su candidato a presidente, y darle un golpe letal a Patricia Bullrich; o, como supusimos desde Un correo…, que María Eugenia Vidal era en realidad la tapada, lo cual resolvía dos problemas: que Mauricio no apareciera perdiendo una pulseada con un viejo gerente y que Larreta no fuera afectado por la idea de que un dedazo lo convertía en mancebo del expresidente.
Larreta debe simular ahora que controla el proceso de sucesión en la Ciudad pero se anota una derrota sonora al haber escalado una negociación que terminó de la única manera que no quería. Sorprende que disponiendo de un presupuesto infinito y un poder absoluto en Buenos Aires, donde se ahorra el esfuerzo de rendir cuentas y controla la Duma al punto de no necesitar adornar a los legisladores para que voten lo que él quiere, no hubiera previsto mejor la continuidad municipal. Cuando la gente no es de cemento pasan estas cosas; o es que por mirar mucho hacia adelante deja de mirarse para atrás. Y así como dejó de razonar sobre su reemplazante, también abandonó la gestión. A menos que su plan haya sido entregar la ciudad de Buenos Aires a los socios radicales a cambio del apoyo nacional de la UCR a su candidatura, lo cual también sorprende porque no es poner el propio partido al servicio de su candidatura, sino entregarlo a cambio de ella.
Al llegar a este punto en que debe regalar la candidatura a la Intendencia a un enemigo, sin tener ninguna seguridad respecto de su candidatura presidencial, abre interrogantes sobre esa candidatura e, incluso, sobre sus condiciones para liderar el país cuando deba arbitrar conflictos mucho más grandes que éste. Es cierto que todos los candidatos presentan inconsistencias, por lo tanto todos abren interrogantes sobre la gobernabilidad del país. O es que la única chance que tenemos es trabajar en equipo, sentarnos a una gran mesa, etcétera.
Es interesante cómo todas estas jugadas, tediosas y olvidables, y las que aún faltan, demuestran la falta absoluta de afecto societatis entre los dirigentes del PRO y desangelan la marca partidaria. De una fuerza política que abriría mercados para la Argentina, construiría autopistas, reactores nucleares, arreglaría la macro y nos llevaría al mundo hasta que nos confundieran con Australia, y todo con buenos modales democráticos, a esta máquina tragamonedas y sucia incubada en las catacumbas de Ciudad Gótica, y de la que tanto los ciudadanos como los mismos villanos que acompañan el emprendimiento deben protegerse porque pueden ser filmados, o sus autos levantados por grúas golosas, toda una máquina recaudatoria que tiene como rehén y víctima al vecino, a quien le proponen como paisaje, además, una cadena de medianeras hasta la desaparición del mismísimo cielo.
La pérdida de valor electoral de Mariu la arroja al salón de los pasos en falso donde caminan los fantasmas de Fernando Niembro, Borocotó, Andy Freire y Manuel Mosca. Ya no es aquella egresada del Misericordia de Flores que decía frases inspiradoras y deslumbraba con su candidez y frescura sino una señora a quienes los pobres de la provincia de Buenos Aires le dijeron con claridad que no la quieren más, que se mudó de distrito, despechada, que se compró un derpa divino en la isla de Recoleta, y se casó con un millonario en una boda tipo revista Hola y que repite las mismas ideas que al principio pero que ya huelen a tabaco viejo. La inocencia no te la devuelven, compañera. Le queda alguna jugada heroica como tirarse encadenada al Río de la Plata y emerger con un hueso apretado entre los dientes como un paw patrol o salvarse como burócrata si tiene la suerte de toparse con algo gigante como la erupción de un volcán en pleno centro.
La historia del PRO se encuentra en un túnel oscuro. ¿Son buenos que quieren la bondad haciendo políticas bondadosas? ¿O son malos que quieren llegar a la bondad después de muchas maldades que consideran inevitables? Hoy, apenas parecen una confederación de candidatos que pelean por cargos, con pálpitos que van y vienen acerca de qué es lo mejor que tienen para decir, y los efectos de esa deliberación debilitan la idea que tienen de sí mismos. Y no tienen el reparo del pasado para confirmar su identidad. Si se los cachetea para que apuren una respuesta van a decir que vinieron a ayudar, que siguen ayudando, y que seguirán haciéndolo hasta que todo esté ayudado; son cincuenta años, como quien no quiere la cosa.
En el peronismo y el radicalismo hay mitos de origen que fundan la razón por la que cada uno está parado donde está. La Evita montonera con el pelo al viento, las patas en la fuente, el mono Gatica abrazando a Perón, Illia en Cruz del Eje fumando en su consultorio serrano, Alfonsín recitando el preámbulo, transpirado, armando la ilusión de que el imperio de la ley nos salva, todas postales que dan respaldo al dirigente o militante, como algunos prefieren denominarse para darse una entidad romántica.
En el PRO no hay mito de origen y su activo no tiene una historia que contar que supere el día que conoció a alguien que lo enganchó con tal. De no mediar la casualidad empujada por el capital social, ¿ese cuadro dónde estaría? No es menos cierto que ya van más de diez largos años que no se genera laburo en el sector privado así que año fiscal por año fiscal no tuvo nada mejor para elegir. De ninguna manera significa que muchísimas de estas personas carezcan de una vocación pública clara, firme, honesta, sólo que hoy están paradas sobre un enigma conceptual. ¿Malos, buenos?
Por eso reaparece continuamente el extrañamos a Marcos. Que ordenaba la confusión que bajaba desde el mismo Macri y exigía el apego a un manual y respuestas parejas sobre lo que debían decir, lo pensaran o no, todos los dirigentes o funcionarios del PRO. Peña abrazó la inconsistencia de Macri como nadie. No como un par que asume incómodo que el hándicap económico hace toda la diferencia entre ellos, no como un arribista que lo usa para ascender. Marcos, seguramente, no le aflojó nunca a la creencia de que estaba frente a un genio, no le bajó la mirada, no murmuró cada vez que la conversación se perdía en una alegoría futbolística.
Gobernar era otra historia y tengo para mí que Peña desgració al gobierno al poner profesionales de la política en funciones plebeyas (ya que no los podía matar y ellos tenían que seguir pagando sus cuentas), mientras otorgaba funciones directivas a despolitizados, amigos de amigos, el intercountry, que tardaron cuatro años en entender en qué consistía el trabajo. Todo se hizo muy lento. Cuando llegaron los dramas, los inocentes se asustaron y los profesionales dieron rienda suelta a su resentimiento. Así, el método de gobierno de Peña sólo puede funcionar si te va muy bien todo el tiempo. Su escape de estos años hacia la autoayuda para líderes también puede leerse en esa clave: si esto ya no es encantador para qué lo quiero.
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