Hay gente que pide un café diciendo simplemente: un café, por favor, o un flat white, por supuesto, y por favor, y me suena bien, más que bien, tradicional, deseable, son mis compañeros de lengua, mis hermanos, pero hay gente que hace algunos años decidió enrarecer la cosa, oscurecerla, e instituyó el te puedo pedir un café y me cuesta aceptarlo, me duele, lo siento como una violación del estatuto, si veníamos bien hasta acá… Bueno, si pienso que la lengua es algo en movimiento lo acepto mejor pero, en ese caso, me pasa como cuando ves ya viejo a alguien que conociste joven, siento el reloj apretando, el movimiento de los calendarios como bloques de granito que nos sacan lentamente de la cancha, que nos empujan al vacío a los que hablamos como se hablaba. ¿Qué había de malo en la forma precedente, compañeros?
Siendo generoso pienso, además, que en el te puedo pedir se crea un puente más largo de cordialidad, que no es sólo pedir el café, sino tener la oportunidad de poder pedirlo a alguien que no nos va a pedir nada a cambio, una doble cordialidad para salvar la asimetría, como bajar del auto cuando nos cargan nafta, para no parecer que sos un cocorito, un patrón. Pero no, no me convence; no se añade cordialidad, sino distancia entre el salvado sentado que te puede pedir y el por salvarse parado que anota el pedido pudiendo no hacerlo. Se agrega aduana lingüística para reconocerse lejos. Esta es mi opinión hasta esta mañana.
El primero que lo dijo: ¿por qué armó la frase así?, ¿de dónde la sacó? Y los siguientes: ¿por qué lo creyeron ideal para repetirlo, sostenerlo e instituirlo? Esto ya tiene varios años, no es una novedad total, circula muchísimo, por supuesto, dado que los más jóvenes lo usan más, son quienes más rápido buscan encajar para no desencajar, pero nunca me irrita tanto como cuando lo veo extendido a cualquier otra cosa como te puedo pedir un precio o te puedo pedir el documento, la larga ceremonia idiomática de las nimiedades.
El domingo pasado, Quimey leyó un adelanto de su próxima primera novela en el Bar Soria, en unas lecturas de prosa y poesía que organiza con regularidad su tallerista Ana Montes, y más allá del orgullo familiar, estas son actividades que son siempre movilizantes porque hacen pensar y porque los que exponen dejan todo lo que son, lo que fueron, lo que quisieran ser, en el escenario, donde caen las luces, y eso es conmovedor, lindo, tudo bem. Soria, hay que decir, es medio corto de aberturas, así que entraba un chiflete de esos que son diuréticos, tanto que a poco de llegar, al sentir el primer chucho y consiguiente empujón sobre la vejiga, nada excepcional, me retiré a hacer pichin al baño de caballeros, un espacio muy pequeño donde caben, por la gran imaginación del plomero, un mingitorio, un inodoro y una bacha.
El mingitorio ya estaba ocupado por un muchacho a quien vi de refilón y puedo situar en los 30 años, y yo no hago pis en inodoros habiendo mingitorios, cosas mías, tampoco iba a quedarme fuera del baño, ya estaba adentro asumiendo la incomodidad, así que me recosté contra el lavabo matando el breve tiempo muerto, como lo haría cualquier cristiano, mirando el celular, leyendo en ese caso sobre la elección presidencial en España. Las elecciones de cualquier lado me interesan menos, muy poco, por la política, por el adónde va España, que no lo voy a negar me importa poquísimo, que por las coronaciones de los que ganan y los discursos de concesión de los que pierden.
Se ve que en muy pocos segundos me abstraje lo suficiente y perdí algo de contacto con la realidad, porque el muchacho me dijo de pronto "te puedo pedir espacio para lavarme las manos". “¡Claro, viejo, claro!”, le respondí en voz alta, irónica. Me sorprendió el exceso del te puedo pedir, la cuestión del espacio, la ulterioridad revelada en el pedido, lavarse las manos, porque bastaba con que tosiera, o hiciera un ruidito que me sacara de la abstracción, o que dijera permiso, a la antigua, como cuando se pedía simplemente un café, pero el pelotudo usó la de máxima y la más forzada y posiblemente irónica de las series el te puedo pedir espacio, madre mía. Giré sobre mí mismo y me acomodé como para embocar en el orinal y editorialicé murmurando sobre la imbeciilidad del pibe, “con que me lo hicieras notar, yo captaba lo que estaba en juego, y vos conseguías tu espacio vital”. El psicópata no respondió nada y no le miré bien la jeta así que no pude seguírsela en el salón. A mí las injusticias me dan bronca, los genocidios me han hecho decir alguna vez pero la pucha pero estos detalles me despiertan una violencia irrefrenable.
Y su aclaración de lavarse las manos, ay, ay, ay, él me informó que se lavaría las manos, como señalando lo que se espera de quienes entran al baño. En una misma oración me descansó y me aleccionó. En fin, conforme pasa el tiempo uno se va hinchando las pelotas de todo, las interacciones se vuelven cada vez más dolorosas. Cuando el arribismo de uno completó la curva y se está, vamos a decir, hecho, queda la verdad de cada relación, dinero, trabajo, diversión, sexo, familia, hay menos entrecruzamientos torcidos, la claridad de miras que buscamos siempre los argentinos, por lo tanto sube la espuma con las manifestaciones que buscan disciplinarte, invadirte, como el todes, jajaja, que se usa en muchas actividades con público, cagándose completamente en el idioma común, que ya vemos, ni siquiera pueden usarlo de la manera más simple, pero con el claro propósito de enredarte en su maquinación ideológica que consiste, además, penosamente, en mantenerte lejos.
Le clavan la e o el te puedo pedir para que no seamos una comunidad, sino eslabones solitarios que deben asociarse con creciente dificultad, y pendientes de los renovados tecnicismos de los privilegiados culturales. ¿Yo te puedo pedir que no digas todes? No, por supuesto que no te lo puedo pedir. Y tampoco te lo voy a pedir, porque hago mi esfuerzo de traducción del dialecto que me querés imponer para conectar con lo mejor que tenés.
Pero tudo bem, después de la lectura cambiamos de bar y nos atendió una moza encantadora, rubia, como de Odessa, pero nuestra, de ojos grandes y comprometida con su tarea, a quien le pedí un Jameson.
-Un Jameson, por favor.
-Un Jameson.
-Sí, un Jameson.
-Con hielo.
-Con hielo.
-¿Cuántos hielos?
-Dos hielos.
-Dale.
Compañeros, en los comercios gastronómicos cada pedido simple es como dictar un CBU. ¿Por qué, presidente? Otra vez, no es cordialidad ni servicio al cliente. Aunque esta vez puede tratarse de la mera revelación de que todos los mozos son mozos desde anteayer y con malos secundarios, la secuela de no haber aprendido nada de memoria, ni las preposiciones ni las tablas, lo que los obliga a subrayar en voz alta lo que acaban de oír como para retenerlo hasta la barra.
Y esto de las distancias, ¿cómo lo estás viendo en el plano de los cuerpos y las cuerpas, Estebitan?
Yo soy de abrazar, me sale así desde chico, pero desde hace algunos años debo moderar la manifestación para que no se interprete mal. Por efecto de las terapias que agregan múltiples lecturas a cualquier cosa más el control político de las emociones que tiene la gente más joven hay que cuidarse de no llamar la atención demostrando afecto. Siendo docente tuve que ajustar mucho esto porque me encariño mucho con los alumnos y me dan ganas de abrazarlos muchas veces. Un drama.
¿Y cómo te va en la calle manejando?
Me está yendo muy bien puteando a otros autos en la calle. Pero sólo lo hago en caso de ser víctima de su ansiedad. Si maniobran mal o me hacen perder tiempo no hay problema, los domingueros, bienvenidos. Se impone con ellos la misma regla que para el arte o la democracia: todos pueden decir o hacer lo suyo aunque lo digan o hagan mal. Pero que me apuren no. Si tocan bocina apenas el semáforo cambia y me toca la pole position me pongo loco, les hago montoncito automático con la mano. O hago el gesto de abrir la puerta para bajarme y Quimey me para. Después arrancan despacito y van en primera arrugando. Bien. A veces, sin semáforo, no entienden que uno está siendo cordial con gente que quiere cruzar, por eso estoy detenido, y es cierto que de todos modos hay gente que está en medio de la calle esperando el Uber y entonces uno gastó una cordialidad al pedo, pero el de atrás qué sabe. Claro que está el peatón que te asesina con la mirada cuando no lo dejás cruzar, pero no siempre se puede, peatón, no por maldad, sino para evitar el choque en cadena, o para no quedar atrapado en medio de la bocacalle, lean toda la jugada, compañeros.
FIN
Compañeros, últimos días a precio viejo. El martes ya somos 1 de agosto y toqueteo al alza los botones para emparejar con las unidades del Flat White de Cuervo. Gracias a quienes ya apoyan al proyecto y a quienes lo apoyen desde hoy.
Extras
Esta semana los extraterrestres volvieron a tener su cuarto de hora. Se ve que después del Covid hay que alimentar algún terror adicional porque con la ansiedad ambiental que bombean todas las agencias internacionales no alcanza. Veamos qué defección soberana o ciudadana o las dos obtienen para defendernos de los enanitos verdes. Cuando arrancaron con esta historia en febrero escribimos esto:
Woody Allen en Stardust Memories tiene un diálogo imaginario con extraterrestres. Muy bueno.
Litto Nebbia cumplió 75 años, una criatura al lado de Mick Jagger. Excelente artículo de Alejandro Droznes sobre Litto.
En los últimos dos días se activó nuevamente el linchamiento de Franco Rinaldi. Mi correo de hace dos semanas:
Me parece que el “te puedo pedir” responde a una fórmula de cortesía importada del inglés. Es poco práctica y carece de sentido.
Muy bueno el programa.
Ojalá vuelvas a una radio am. Extraño un tiro en la noche.