Un poco de humo no más
Cómo pasó de moda, fumar, compañeros. Y ahora las ONG van por el azúcar, el alcohol y la carne. No creo que el plan sea que la gente viva cien años, las campañas son para desmoralizarnos. Shik shik.
Una alumna llegó a la última clase con un pucho humeante entre los dedos y sentí que algo estaba bien en la imagen. No tiene a la gorda salud persiguiéndola, fuma cuando casi nadie fuma y está mal visto, cuando mucha gente se pone loca si siente el más mínimo olor, porque ya ni los pobres fuman, que eran los que fumaban más, aunque no me tomo el tren y no tengo la referencia bien al día. Me pasa con otra gente que beso o abrazo y les huelo el cigarrillo y me quedo pegado un chiquitín extra oliendo el tabaco, pensando se dio el gusto, éste se dio el gusto, qué bien. Disponen de ese humito, lo envuelven en la boca, lo empujan hacia los pulmones y lo devuelven a la calle. Si en el acumulado de fumar no estuviera el agotamiento físico, la sensación de pata de elefante apretando el pecho en cada despertar debería estar en la Constitución darse ese placer inmenso.
Mi alumna tiene un montón de años por delante para compensar los eventuales desarreglos de la juventud. No así los pobres que viven menos, por default, y comen peor. No así mi vecino Oscar, uruguayo y jubilado de Segba, que también sale a fumar a la vereda, y ya murió del pulmón en verdad, y lo estoy resucitando porque lo extraño. Oscar tiene prohibido fumar dentro de la casa, su señora, a la que llama por el apellido, Domínguez, se lo impide. Pero en la vereda, Dominguez no moja. Así que en la vereda fuma, Oscar, y hablamos de Peñarol. Su tabaquismo es muy moderado, ahora en el final del que todavía no sabe nada, y me confiesa que a veces sabe que ese cigarrillo que va a fumar le va a hacer mal, lo va a marear, lo va a hundir en una tristeza innecesaria que no sabe de dónde viene, pero va igual en busca de su momento de libertad en la calle.
Yo no fumo, pero fumé. No mucho, pocos años a los veintes, y dejé, y otros pocos años a los treintas y volví a dejar. En los dos períodos no fumaba más de diez cigarrillos al día, se ve que cruzado un umbral me daba asco o me hacía doler la cabeza o me mareaba o me hundía en una tristeza innecesaria, y encendía el primero cerca del mediodía, incluso después de almorzar. En la primera tanda de cigarrillos había una necesidad de pegarme un empujón hacia una adultez más convincente; no era un chico, pero se ve que necesitaba un puente, atributos de mayor, un saco, un pucho. Todavía vivía con mis papás en Caballito frente al hospital municipal. En la segunda época había algo relacionado con la soledad. Ya tenía mi propio departamento y el cigarrillo era algo caliente en los labios, descontando lo que los químicos hacen para alimentar el hábito. Así que, normalmente, compraba la cajita de diez de Marlboro y luego de Lucky Strike, mucho antes de que se imprimieran en las marquillas las imágenes mortíferas. Sólo decía, entonces, que hacía mal a la salud. Y qué cosa no, ministro.
Dejé entonces dos veces de fumar: la primera vez estaba de vacaciones con mi novia de los veintes que también fumaba y también fumaba poco, en Cabo Frío, cerca de Buzios, y usamos el método descendente. De diez a nueve, a siete, a cinco, sostener cinco, y luego cuatro, aguantar, tres, dos, cero. Funcionó. Volvimos de Brasil sin fumar y sin ganas de fumar. En la segunda etapa dejé de fumar de un saque. Este es el último, y fue el último, corté todos los otros cigarrillos, los tiré a la basura, excepto uno al que metí dentro de un frasco con agua que apoyé en un estante. Ese cigarrillo creció en el agua, el tabaco picado fue multiplicando su tamaño como una hiedra submarina mientras el líquido se iba oscureciendo. Para la desintoxicación tomaba tres o cuatro litros de agua al día y mucho jugo de naranja. Iba a nadar a la pileta del Ateneo Cecchina y mi última cena era un licuado de bananas con semillas de lino. Durante este último duelo pensaba en el cigarrillo y la sensación era como estar enamorado. Ese nivel de confusión. Pero ahí estaba el frasco para asquearme y dejar de anhelar para siempre.
El fin de semana pasado estuve en una actividad de papás e hijos de la escuela que se conoce como campapapás y que se realizó en una estancia de Exaltación de la Cruz. Parece ser una tradición de la escuela de mis hijos o de varias escuelas, estimo que privadas también, por la disponibilidad general para el gasto extra. Gracias a dios fue sin campamento propiamente dicho. O sea, digamos, dormimos en unos cuartos pequeños y modestos que antiguamente fueron caballerizas y que se reformaron para estas actividades grupales o para turistas accidentales. No fue una experiencia económica tomando en cuenta que podíamos quedarnos quietos en casa con Simón y comer arroz con huevo y tomar agua de la canilla, pero tampoco fue caro evaluando que era pensión completa, espeto corrido en el almuerzo del sábado y el domingo, y que había actividades extra como cabalgatas y tirolesa y shows musicales y jineteadas, en fin, un predio inmenso para jugar al futebol y hacer un fogón. Además, en el casco central de la estancia instalaron un proyector y vimos la consagración de Boca como subcampeón de la Libertadores, todo con café, tortas fritas y pastelitos de membrillo.
Temo que algún otro año quieran realmente armar carpas para que la experiencia sea más inmersiva porque no estoy para tirarme a dormir en el suelo sin la protección de mampostería, a menos que la familia deba afrontar un éxodo consecuencia de un desastre ambiental o una invasión extranjera y sólo nos quede huir y penetrar la pampa. Prefiero que mi sacrificio se agote en tomarme el día completo, afrontar el gasto extra y socializar durante varias horas, lo cual no me resulta fácil, siendo que en mi espíritu está la introspección y el silencio. Sí me gusta pasar el día con mi hijo, solos los dos, llevando las conversación y el mutismo al límite y preparándonos juntos la comida, eligiendo recorridos. Empero, esta actividad tiene en la camaradería entre colegas papás su nota distintiva porque los pibes se ven todos los días.
Al no conocernos tanto entre los papis, más que de cruzarnos las entradas y salidas de los criaturas que son siempre de raje por el tema de los autos en doble fila, reinó la conversación liviana que favorece que nadie se sienta incomodado aunque tiene el precio de lo superficial; siempre se apunta a que nada sea demasiado serio y así como en los bares se pone música para evitar el horror al vacío, en estas juntadas el humor, o lo gracioso, es el medio de sostener la comunidad en gestación. Sin ofender, ni incomodar, explorando el límite pero para no cruzarlo. Ejemplar. Normalmente un papá se presta como centro de las bromas porque todos cumplen alguna función en estos campamentos. Está el que organiza, el que lleva bebidas, el que toca la guitarra, los que son especialmente buenos o pacientes para conducir a los niños en juegos grupales. Yo, por ejemplo, cumplo la función de hablar poco, lo cual puede parecer descortés, aunque presta un servicio enorme a quienes hablan un montón. Pero sí me gusta cantar: y desde que hay Internet los fogones con guitarreada permiten coros perfectos porque las letras de las canciones están en el celular, también los acordes. Lo quería contar.
Remember que el voto en blanco el 19 de noviembre no favorece a nadie y que, por supuesto, no es neutral: expresa rechazo a la oferta electoral.
FIN
Compañeros, colaborar con el correo hace a la posibilidad del correo. Me pago las horas que me lleva, con sus consumos. Nada del otro mundo, no es un ponzi. Miren el archivo. No está hecho con inteligencia artificial. Hay un cristiano escribiendo al viejo estilo.
Hoy puede ser el día que le den una mano al indio.
Sobre el tema electoral recomiendo este artículo de Gustavo Noriega en su newsletter.
Linda nota.
Tengo casi 72 y fumo desde los 17, no me enorgullece pero ya renuncié a renunciar y si bien no creo que llegue a los 90 hasta ahora no me inhabilita.