Mirtha y Victoria
Villarruel reescribe la historia con Isabel, mientras la UBA transfiere a Mirtha del club de los colaboracionistas al campo de la bondad y la sabiduría. Se ve que el futuro reclama un nuevo pasado.
Mirtha Legrand, como César Luis Menotti, objeto de estudio hace algunos meses en Un Correo…, logró saltar del club de los colaboracionistas más eficientes de la dictadura militar, la última y más retratada, al campo de la luz y la bondad. Fue esta semana, cuando recibió el Honoris Causa de la Universidad de Buenos Aires, su principal distinción no académica, y reservada, según su libro de normas generales, a sujetos de “gran capacidad y honorabilidad”.
Fue durante el acto de inauguración del Festival de Cine de la UBA, el poco reputado FICUBA. Junto a ella estaba Héctor Olivera, miembro del ancien régime del cine argentino, también tocado por la lotería genética, 93 años, y de pie, así que se armó la parejita de laureados; a ambos les pusieron un manto, como una chalina del Once, esas ideas de la producción de los actos. La conductora, que ya enterró a tres generaciones de la Casa del Teatro, fue empujada por Nacho, su nieto representante, que pacta las presencias de su abuela, las cobra o condiciona, quien le sirvió a Mirtha un discurso en letras grandes que la vieja actriz leyó, devolviendo el honor y diciendo exactamente lo que la dirección de la UBA necesitaba esta semana, el panegírico habitual y oficial de la “universidad pública”, la combinación que funciona como el pañuelo verde atado en la cartera, o un atrapasueños, o un cliché, más una identificación que un programa. Incluso coló datos, como que en Estados Unidos hay 10 universidades públicas y en Argentina hay 70 y, si eso no significa nada en sí mismo, los asistentes no se dieron cuenta porque el afecto a los números redondos y a las victorias morales fue coronado con un gran aplauso y luego separado por la institución para hacer la prensa de la actividad.
Es menester que este lazo entre Mirtha y la UBA le cree en algún momento la oportunidad al vicerrector de la UBA, Emiliano Yacobitti, para concurrir a la mesaza de la abuela o de Juanita para continuar con su infatigable intento de lavar su imagen siempre arañada por la hipótesis extendida de que usó y usa la universidad pública, su infraestructura y sus recursos, para cimentar una organización política cuya influencia supera los límites del partido radical, con algunos votos en el Congreso que así, peruanizado como está, son significativos.
Parte del trabajo de ahuyentar lo malo es también vender lo bueno y Yacobitti, o Yaco, como se lo conoce en el rubro, lucha, y gasta, para soldar la idea de que su vida de privilegios es deudora de talentos esenciales y que orbita el poder desde corta distancia por su afán de contribuir al mejoramiento de la sociedad. Si fuera mi alumno le diría, como Tevez, very difficult. Ojo, a veces estos personajes se persiguen con fantasmas condenatorios que son puro sentimiento de culpa y el desprestigio no está tan extendido. Para no sufrir, aceptaría que no se puede todo, ser millonario, tener poder, que te feliciten. Lo entendió Alberto Pierri en su tiempo: tomó ganancias y dejó los reflectores.
Es interesante que los términos de su mala prensa son el negativo del ideal universitario, que tiene a la comprensión de fenómenos y al conocimiento como motores; Yaco representa la fuerza y el sudor sin ciencia. Cuánto más debo pagar, puede pensar, qué más debo hacer para ser respetado y no temido. Puede sentir –y creo que tiene razón– que su crimen es hacer lo que haría cualquiera que aspire al poder, pero que a él se lo cobran más caro, como un plebeyo que no merece la suerte del patriciado, algo contra los italianos.
Su afán crea una didáctica, todos los directivos de la universidad están dispuestos a bajar la vara para salvarse (puede que no vean ninguna vara). En este caso la máxima distinción de la UBA queda en el nivel de un Martín Fierro de Oro. Peor, lo hacen bajo las circunstancias del acoso presupuestario que este gobierno le hace a las universidades para darnos una clase pública de déficit cero. Mientras la militancia universitaria hace sus sports anuales, justos, por supuesto, renovando su plantel de figuras públicas, feminizando las vocerías, la UBA es víctima de la ansiedad inevitable de los políticos por caer parados; la hacen aparecer estresada por su salvación, y se apuran a jugar cartas que podían esperar, incluso no jugarse nunca, como ésta. Los que se quieren salvar son los directivos, la institución es más resistente y debe su prestigio a un recorrido de muchas décadas. El político suma a Mirta Legrand a su sistema de control de daños, pero lo paga con el prestigio de la UBA y de su máxima distinción.
La carrera de Mirtha es larga y ancha: cine, teatro, televisión, del blanco y negro al HD, es el personaje popular, todos los países tienen varios, pero, como César, Palito, Carlitos Balá, es inescindible de la dictadura militar, los años en los que pudo perfeccionar su estilo, desarrollar la técnica de la televisión, ampliar su capital social y el conocimiento de nuevas generaciones, todo lo cual hizo que le fuera más fácil penetrar en la memoria popular, beneficiada por el monopolio natural de los cómplices. Mirtha adoptó el catecismo del gobierno militar y aceptó que había gente a la que se podía invitar al programa y otra a la que no. Lo que Mirtha hizo por no merecer el Honoris Causa de la UBA es, en ese sentido, infinito. Mantuvo por siglos sirviendo la comida a mozas disfrazadas de sirvientas, con decoración aristocrática del set, y no se privó de estereotipar, subrayando pertenencias políticas de izquierda a invitados como si estas fueran la lepra. Tuvo otro beneficio inesperado: el oportuno incendio de los archivos de Canal 13 en 1980, el canal de la Marina.
El blanqueo de Mirtha se corona con este manto purificador que le cubrió la espalda, pero la democracia ya la había indultado un año después del inicio del período democrático, casi como diciendo “dejá, es boluda”. A los pocos meses del gobierno de Alfonsín se habló de algo llamado “patota cultural”, la descripción de un instinto razonable de algunas nuevas autoridades por salvar a la televisión y a la radio del bochorno a la que las habían condenado los militares y dar una vuelta de página en la comunicación estatal y popular, pero no con los mismos de siempre. La democracia podía o debía dar de comer, pero también reparar la humillación a la que el Proceso había sometido a la sociedad incentivando la paranoia con los barbudos y luego el nacionalismo, desde los medios, cuando se creaba una deuda externa espectacular y se diezmaba a la parte de la elite que no le era funcional, y con cuya eliminación disciplinaba y daba una lección. Mirtha fue un activo de ese clima de época. Y nunca pidió perdón.
Hoy la longevidad opera como el exonerador definitivo para una persona y la vida extra aporta lo que con una expectativa de vida corriente no se alcanza a disculpar. Sobre Mirtha suele decirse que es inimputable o que es nuestra inimputable. La de la pregunta estereotipada o prejuiciosa, mala leche, buscando lastimar mucho más que saber. No se puede descartar que en la composición de esta idea se encuentren restos de la misoginia que menos se puede ver, la que perdona a las ancianas más que a los ancianos. Por abundar, el programa de Mirtha vendió por años al menos una silla por programa para que esteticistas, nutricionistas o chamanes vendieran su mano mágica. Puede que tal cosa esté lejos de la ejemplaridad. No hace mucho, Nacho puso a su abuela a hablar con la escort Natacha Jaitt, quien insinuó comportamientos pedófilos en distintas figuras públicas. Diez meses después moría intoxicada.
Este gesto de la UBA con Mirtha, por izquierda, es otro mojón del negacionismo del bien. A gran velocidad, la dictadura militar deja de ser lo que era para volverse un período plano de tiempo; pasa de noche negra a otro día en la oficina, a una cadena sencilla de períodos presupuestarios, con un Mundial bien organizado, además de bien ganado, con las autopistas que aliviaron el tránsito en la Ciudad de Buenos Aires y el complejo Zárate Brazo Largo que nos integró aún mejor con la mesopotamia. Con algunos hitos duros, es verdad, como cualquier país, el terremoto de Caucete equiparable a la guerra de Malvinas y los campos de concentración, sin duda un tema controversial, de la izquierda. Vamos a un nuevo pasado.
Más fácil para Victoria Villarruel que después de su foto con Isabel puede ir en busca del feriado para los militares que combatieron a la subversión o dar vuelta el sentido del 24 de marzo y que la jornada cierre con 21 cañonazos y vuelos rasantes sobre la Escuela de Mecánica.
Los insufribles de la semana.
Creí, como un niño, que si pedía un Uber Comfort me mandaban un auto, no sé, con aire acondicionado, bien aspectado, para poder ir trabajando durante el viaje sin penar con el aire caliente y viciado de la calle y la cumbia. Pero no, dos veces me mandaron taxis sucios, con olor y la cuerina saltada. ¿A qué llamaríamos comfort?
Los que le saltan a la yugular a un muerto el mismísimo día que muere. ¿Qué puede hacer Gines por volver el tiempo atrás y seguir su intuición de que el coronavirus era un bulo?
Los que, al contrario, salieron a homenajearlo después de dejarlo en banda cuando lo echaron tras la revelación del vacunatorio VIP.
Los que no pueden ver que alguien con sobrepeso de tipo 2 no puede ser ministro de Salud, a menos que se trate de un sketch de televisión.
Si uno se queda mirando al que camina sobre vidrio en el Barrio Chino, por vergüenza deja una colaboración. No veo por qué esto debería diferente. Yo lo escribo, yo lo vendo, compañeros. Se puede colaborar, no tiene costo adicional al costo.
Por fin alguien que pone en palabras el oximoron que se presenció en la UBA…
qué buenísimo ! así decía a veces mi viejo, profesor de literatura entre otras cosas, o , qué riquísimo ! yo le decía que estaba mal pero nunca me dió pelota.
estuve viendo por enésima vez los goles de argentina 6 perú 0. al defensor nro 3 se le nota mucho que había sido sobornado, sobre todo en goles 1 y 3. Todos los que jugamos al fútbol alguna vez nos deberíamos dar cuenta. Y el arquero quiroga , que venía jugando muy bien todo el mundial (igual que todo perú) en el segundo gol se tira como media hora después. . . .