César Menotti, colaboracionista permitido.
¿Se aplica sobre Menotti un negacionismo amigo sólo porque al flaco le gustaba el gordo Troilo? ¿O el Mundial 78 no fue para tanto? Es largo, eh. Hay extras. Y el mangazo, compañeros.
Cayó en domingo, el día en que los argentinos descansamos de hacer cagadas y son pocas las noticias, así que no sorprendo a nadie con la muerte del Flaco Menotti. De viejo más que nada, las enfermedades van y vienen. Llego tarde a su responso, no soy Radio Colonia, compañeros, llego cuando llego, con más o menos timing, así, como la muerte, con gran oportunismo baleó al Flaco antes de que arrancara la tarde futbolera para que bajaran de las tribunas salvas de aplausos que acompañaron su simultáneo ascenso al campo celeste después del minuto de silencio ordenado por la AFA. Tuvo también otra suerte, César: ser completamente exculpado en los obituarios como el director técnico del Proceso, con todo lo que se ha dicho, escrito, documentado, filmado y juzgado sobre la última dictadura militar en los pasados cuarenta años.
La prensa, la intelectualidad, las veinte manzanas que rodean a Marcelo T., hicieron un cerco para protegerlo de las esquirlas punzantes del Mundial. En los textos más agudos se prefirió destacar que, si bien Menotti no era boludo como para no comprender la maldad de los milicos, es posible que ignorara los detalles macabros, y ahí punto aparte, y luego que se trató del fundador del sistema de selecciones nacionales, lo cual junto a su doctrina de jugar y dejar jugar constituyen un legado institucional y cultural tan poderoso que funciona como razón de estado. Como pasa siempre en las redes sociales, se hizo un efecto dominó arrasador donde principalmente el bloque nacional y popular dice presente, y vota en voz alta, tuit tras tuit, esta vez, para saludarlo con frases del tipo “nos hizo entender el valor del juego y el disfrute”.
La buena onda del bloque venía de antes, pero en el día de los obituarios, de la luz blanca que abarca y sintetiza al compañero que se va, la separación que se hizo de la obra y el autor me pareció algo notable y evidencia de un cambio de época. No fue sólo el rodillo universal de los calendarios que hace su trabajo silencioso, que te quita de la vida, aún en vida, y relativiza el pasado a medida que queda atrás, sino que salió a flote un negacionismo del bien, un mileísmo accidental que ha empezado a campear en los pasillos de las universidades y que ya cancela repetidas o nuevas o mejores exploraciones sobre los años y los crímenes de la dictadura; pierden estos, incluso, su dimensión publicitaria al derrocarse sus museos, sin mayores conflictos, y todo el texto consagrado sobre la noche negra de la dictadura militar es neutralizado por este renovado ángulo que, desde el Estado, incluye a los crímenes de las organizaciones guerrilleras como parte de la historia nacional imperdonable.
César vivió lo suficiente como para ser reivindicado, apenas cruzó la aduana, como filósofo del balompié sin comerse el garrón del recordatorio de su papel protagónico en el gobierno militar. El establishment cultural pondera su doctrina futbolística, llevándola al nivel de algo verdaderamente superior, tirar el achique, que se luzcan los habilidosos, la exageración de un paradigma que tenía en Estudiantes de la Plata su tesis rival, y dejando envuelta en papel de aluminio la táctica personal empleada para durar en el cargo no estatal de mayor visibilidad y expectativa pública de país.
Menotti, en julio de 1978, después del Mundial, fue la persona desarmada con más poder de la Argentina, pasaba Menotti y crecía el pasto, caminaba, todos caminaban, se daba vuelta, todos se daban vuelta, con muchos viajes a Europa para ver jugadores y rivales, y gran capital social por fuera del fútbol que lo mantenían al día. Si él, entonces, no sabía en junio del 78 lo que parecía saber el arquero Joenbloed, de Holanda, de quien se asegura que dio una vuelta con las Madres en plena justa deportiva, cuesta imaginar cuánto le ajustaba la venda en los ojos.
La supervivencia de César como entrenador, además de los resultados, implicó su aceptación de los efectos que su figura aportaba a la legitimidad del régimen, sobre cómo un proceso de orden y disciplina podía dar tremendos frutos y mostrar al mundo nuestra verdadera cara. Menotti nunca se disculpó ni dijo me arrepiento. Su texto oficial fue: ¿y ustedes qué hicieron? En su honor, no entregó su responsabilidad diciendo no fui consciente de lo que hacía, como cualquier nabo que, ante la más mínima dificultad que presente la interpretación de lo que dijo o hizo, se disculpa para continuar su vida en paz. César no se disculpó. César insistió: ¿y ustedes?
Puede que no supiera lo que sabía Joenbloed, ni por qué Johnny Rep le dijo a su amigo (de César) Ezequiel Fernández Moores, un día antes de la final, “tenemos miedo de ganar mañana”, lo que hace pensar que los holandeses entraron a la cancha en inferioridad de condiciones. Puede ser que estemos ante dos mitos. Que ni Joenbloed haya ido a la marcha ni Johnny Rep haya tenido miedo de ganar. Entonces, ¿la dictadura no fue lo que se ha dicho que fue? El “Proceso” o “última dictadura militar” se llama desde los años kirchneristas “dictadura cívico militar”, agregado que tuvo como propósito volver inviables, por las buenas, a la mayor cantidad posible de ciudadanos que no adhirieran a la ilusión de tiranía familiar de los Kirchner. Dice, aún, la página del Estado argentino:
Se habla de dictadura “cívico-militar”, debido a que el gobierno de facto contó con la participación, anuencia y complicidad de sectores de la sociedad civil (principalmente económicos, eclesiásticos y mediáticos) que favorecieron la aceptación social con campañas de desinformación, le ofrecieron un marco de “institucionalidad” y/o financiaron la empresa genocida para verse beneficiados con las medidas regresivas impuestas.
Graciela Fernández Meijide le hizo una gauchada enorme cuando el ATC de Macri le dio un puesto de entrevistadora de medianoche. Lo convocaron al Flaco y en una de esas ideas de la producción para sorprender a los invitados le dieron una copia de una solicitada que firmó en 1980 que preguntaba, junto a tantos otros, dónde estaban las personas que habían sido secuestradas. Graciela, vieja docente, no pudo evitar señalar que en 1980, bueno, “...la cosa ya estaba más tranquila” pero ahí César la enmendó con que aún estaban “los servicios”. Graciela no quiso empiojar la sorpresa de la producción discutiéndole y le dejó hacer el descargo que el regalo facilitaba. César contó, entonces, la anécdota que se ve que le contó a muchos periodistas amigos que la repitieron estos días y cuya única fuente es él mismo: lo llamaron (alguien sin nombre) a Grondona para que lo eche por haber firmado la declaración. Grondona se negó. Una señora dictablanda a esa altura. Fernández Moores, en un artículo en Diario.Ar, cuenta que Menotti guardó en su casa a una militante montonera con el ok de un militar, la prueba de que estaba partido en dos.
Entiendo que manejar con los militares estos asuntos no era necesariamente un acto de arrojo, un desborde, una locura de puntero izquierdo, sino algo que hicieron muchas personas con algún nivel de ventaja social y que les permitía pasar por comprometidos con todas las partes. Además, sólo para la fantasía del cine argentino, especialmente el premiado, los militares eran bestias sin humor, cerrados a toda negociación. No lo fueron, esperaban esos pedidos como lo hace un puntero de algún ministerio a quien le preguntan por un container parado en la Aduana. También habían armado una subindustria del secuestro no ideológico que tenía el propósito de hacer fortunas y los llamados interesados por la suerte de… eran la sal del asunto, alguien quedaba en desventaja, debiendo plata o un favor.
El miedo en esos años no era el único organizador del comportamiento; la codicia, el reconocimiento, las minas, también estaban en juego como en cualquier tiempo y lugar. Es injusto con César creer que sus eventuales cordialidades con el poder fueron sólo para que la selección tuviera la oportunidad de tirar el orsai y que los futbolistas gocen. Por supuesto que perfeccionó el personaje con sus escapadas a Caño 14, el conocimiento de bandoneonistas. Era, además, un virtuoso para la expresión personal, los futbolistas son a menudo usados de mal ejemplo cultural, y César, amando el deporte, quería huir del burro potencial.
Tuvo suerte con las repreguntas porque tuvo pocas, aprovechándose de algo que es muy notable entre los periodistas deportivos por razones que no pueden controlar: la dependencia extrema con las fuentes para la supervivencia profesional. Que el Burrito Ortega les devuelva un WhatsApp, que Hrabina se acerque a saludarlos al vallado. Claro, los futbolistas no tienen obligación ni necesidad de hablar con ellos; el fútbol, a diferencia de la política, es meritocrático, normalmente el croto no llega y el que ya no funciona sale del equipo y se retira. El fulgor les dura cinco años, en el medio se casan, tienen tres pibes, se operan la rodilla y terminan la carrera en Ecuador. Así que un periodista que jode no entra al club o al “predio que la AFA tiene en Ezeiza”. César, si yo no lo escuché mal, declaraba siempre fastidiado, lo cual de movida crea una muralla para quien quiera preguntar. Y era siempre duro con aquellos que no llegaban a captar el lirismo que envolvía un partido de fútbol jugado entre hijos del pueblo. ¡Cómo discutirle a un payador de esencias! Se lo escucha como a José Larralde.
Fue de fácil simbiosis con el bloque nac&pop su énfasis en las raíces, su Frankestein narrativo entre Leda Valladares y el Loco Houseman, en el habilidoso, y no en el fabricado con tecnología de entrenamiento, que requiere de capitalistas que busquen extraer rendimiento de un pobre muchacho que aprendió a jugar a la pelota pateando chapitas de cerveza. Menotti también tenía unas salidas supremacistas que, contradictoriamente con su inquietud subyacente que era abrir cabezas, fomentaban las risotadas de ignorantes y resentidos. Peleaba contra el uso de la palabra balón en las transmisiones deportivas, porque en el barrio le dicen pelota.
Se ve que el fútbol le quedaba chico como ambiente semántico pero en lugar de retirarse a donde hubiera más material, la universidad, la literatura, se quedó a agrandar la casa, una pieza al fondo, un piso más, elige tu propia metáfora, donde coleccionar a los enemigos de lo bueno para maldecir y a menottistas de todas las latitudes para sacramentar en su ideología.
Cuando se recuerda el Mundial 78 no puede dejar de apuntarse un hecho objetivo, irreductible, imposible de aislar. Fue parte de una gran campaña internacional de relaciones públicas para mostrar a la Argentina como el hogar de la familia Ingalls cuando en el exterior se denunciaba la maquinaria de terror que estaba en ejecución. La descripción más usual es que los aullidos que se escapaban por los ventiluces de la ESMA eran tapados por los bocinazos de los festejos. Esta imagen se escribió unas diez mil veces, un poquito para acá, un poquito para allá.
Un poema del periodista Carlos Ferreira ganó una vez en el “Yo Sé” de Feliz Domingo, lo vi en vivo, muy conmovido, interpretado por chicos de un colegio. Creo que expresa ajustadamente la manera en que se representó el Mundial durante los últimos cuarenta años.
Aquello fue mundial. Hicimos pelota nuestros miedos, le pusimos un caño a los horrores, apartamos de taquito la miseria, gritamos el horror como si fuera un gol, eludimos la angustia, gambeteamos el nudo que nos poblaba el vientre. Desde el fondo de los ríos, desde alguna fosa en común que ya no importa, los destrozados muertos vinieron a llorar la inexplicable fiesta. Cuando bailamos en aquellos días, qué dulce fue el mareo del engaño, cuantas ganas de ignorarlo todo, de creer que había vuelto el perfume de las buenas cosas. Lo malo fue el final, indigno y torpe: aquellos cadáveres volviendo al lecho de los ríos, a las comunes fosas meneando las cabezas, canturreando una canción de olvido. Y nosotros allí, con esos bombos, con esas insensatas banderas sudorosas, con el mundo al revés, hechos pelota.
La campaña de comunicación fue dirigida por la empresa Burson Marsteller, esta es una historia muy conocida, y la editorial Atlántida fue parte de la gran maniobra de encubrimiento. En 1980, el año de la solicitada, Menotti saca un libro con la editorial Anteo. No, con Atlántida, llamado “Fútbol, juego, deporte y profesión”, que César dedica “a la pelota, al gordo Troilo, a los que luchan, a los pibes que no tienen un juguete, a los artistas populares, y a los que creen que mañana va a salir el sol”. Lo de “mañana va a salir el sol” puede leerse en clave política, el rojo amanecer, o de autoayuda, o en diálogo con la publicidad de Rojo Trapal “el sol sale para todos” de la que se desprendió el cantito futbolero: “que vamo a salir campeone, que vamooaaa…”
En la historia que se ha contado tras su muerte, César, que asumió en 1974 después del Mundial de Alemania, se veía “claramente” fuera de la Selección con el golpe de Estado de 1976, porque tenía “ideas de izquierda”, todos testimonios de César a sus amigos, pero Alfredo Cantilo, el antecesor de Julio Grondona, que era “cercano al Opus”, en la descripción de Fernández Moores, se puso firme ante Lacoste (que sólo manejaba cincuenta grupos de tareas) para sostener al técnico. Para estas toilettes siempre es bueno que quien te salve en la narrativa sea alguien del campo cultural opuesto, de la contra, diría Bilardo, porque eso prueba que tu verdad es poderosa.
Otros civiles también se la rebuscaron para mantener sus posiciones de privilegio alcanzadas con anterioridad al golpe de Estado de 1976 pero tuvieron menos suerte que el Flaco Menotti. Ejemplos: el Gordo Muñoz y José Gómez Fuentes, dos comunicadores que se desbocaron o que conectaron emocionalmente demasiado con el relato que los militares habían diseñado con estos publicistas profesionales para legitimar a la dictadura y ponerle un velo a la matanza. Otros sí tuvieron una suerte similar a la del Flaco, como Caloi. Clemente era un personaje que vivía su falta de brazos con alegría y fue el jugador número 12 del Mundial. El autor ganó platales con el muñeco, con sus distintos usos, y las canciones preparatorias del Mundial 82 que mejoraban el rating de Canal 13, el canal de la Marina. Pero, por supuesto, el conjunto de la obra de Caloi es excepcional así que el pecado de Muñoz, Gómez Fuentes o Nicolás Kasanzew fue no haber tenido una cultura o una obra que los salvara de las agachadas. O, oh, no ser peronistas. Si una atrocidad se hace peronista, esa atrocidad se vuelve una canción.
Palito Ortega y Carlos Balá no la pasaron bien los primeros años de democracia. Pagaron con desprecio las películas que hicieron con Chango Producciones, la productora de Ramón, una para cada fuerza. Los pasos que dio Palito para filmar..., hay que pensar en ese día por día. Presentar facturas, esperar pagos, pedir favores, devolverlos, la vida de un adulto normal creando empleos, alimentando el ahorro en Miami. Las películas de Chango no sólo eran malas y amables con el gobierno militar, eran instrumentos de legitimación de la dictadura y de los operativos.
Se desterró con su mujer multípara y sus niños en la Florida después de que un salto cambiario le arruinara el negocio de traer a Frank Sinatra a Argentina. Y allá aguantó hasta que aclaró. De hecho, hizo después su esfuerzo de validación electoral haciéndose peronista y gobernando Tucumán, amagando con la presidencia más tarde y, finalmente, integrando la fórmula con Eduardo Duhalde. La estigmatización de quienes tuvieron grandes ventajas y ocuparon posiciones relevantes durante la dictadura militar fue remitiendo durante el compostaje que la democracia le hizo a la dictadura, excepto para Muñoz y Gómez Fuentes. El Gordo pagó el precio, además, de ser bruto, a diferencia de César.
Como recordó la periodista Marina Zucchi en un artículo en Clarín, a treinta años de su muerte: “Más allá de sus años al servicio de la dictadura, Muñoz estaba acostumbrado a décadas de reprobaciones. Dante Panzeri lo definía como "un carrero puesto a orientar la cultura de un país", le recriminaba términos como "indiosincrasia" (por idiosincrasia) o pifiadas al estilo "harina de otro costado" (por harina de otro costal)”. Tan distinto al Flaco que se telefoneaba con Serrat. Pero es verdad que el Gordo Muñoz luchaba con el idioma. Había que escucharlo decir “Czornomaz”. También decía “toca el esférico” que, al menos a mí, me hace tilín tilín.
Duele el trato desigual en temas verdaderamente jodidos, duros. Se habla de la vida o de la muerte, de una complicidad activa con la existencia de campos de concentración. Al Flaco le dolía: “¿y ustedes?, ¿y ustedes?”. Muñoz murió antes de ser aceptado, antes de que la frivolidad de las acusaciones al voleo perdieran intensidad. El Gordo se mandó con una gran boludez al aire mientras Menotti sacaba campeón al juvenil en Japón, una cadena de valor, pero cuántas agachadas se alinearon para hacer una carrera periodística cualquiera en radios manejadas por mayores o tenientes coroneles.
Esta transición que se vio con la despedida pública a Menotti hace pensar que Muñoz puede tener también su reparación. Queda a un paper de distancia. Podría reconocerse su falta de ilustración como parte de su capital, tiro temas, que hablaba mal porque en la Argentina hablamos como se nos canta y eso nos hizo grandes: la Argentina del ascenso social, de iletrado a influencer deportivo. Y se apreciará que llevaba el esférico.
El ambiente, al fin, se puso más contemplativo para evaluar la responsabilidad de los civiles durante la dictadura militar. Es menester que ahora las comunicaciones estatales y los libros y programas con que se educa a los chicos eliminen el sin sentido de llamar dictadura “cívico militar” al período 76-83. Cristina gira a la derecha todos los días un poquito y ya no hace falta cargarle más culpa a las criaturas por la posible sociedad de sus antepasados con crímenes tan horrendos. O algo peor, que los niños sobreexigidos por la currícula hagan una raya que separe a aquellos que tienen sangre azul, nietos de militantes, exiliados, argenmex’s, los que enterraron libros, mmm, de todos los demás, los hijos y nietos de los cómplices, que festejaron el Mundial de Menotti.
Ya termino.
En otra columna de despedida del Flaco, en la de La Nación, Fernández Moores, su hermeneuta, dice: “con el tiempo sentí que Argentina ganó el Mundial 78 a pesar de Videla”. Y que “el mundial 78 sobrevive también como recuerdo futbolero gracias a Menotti, refundador de nuestras selecciones”. Y rescata una frase del técnico: “Jugamos para nuestros padres, nuestros hijos, nuestras familias, nuestros vecinos, el panadero, el electricista, jugamos para la gente”.
Creo que de igual manera se puede decir que Sergio Renán hizo con “La Fiesta de Todos” una película para el público, también, para los electricistas, y que el gordo Muñoz conectaba cada domingo, gracias a los electricistas, con la base Marambio porque allí también había seres humanos y no para satisfacer a los militares.
Sin dudas, el manifiesto futbolístico de Menotti fue coherente, jugar y dejar jugar; tengo para mí que exagerado y paranoico. Según Menotti, la rebeldía del futbolista es boicoteada por el medio, el negocio, y que basta un rayo menottizador para restaurar la felicidad y la libertad. Pero Menotti era el poder, había jugado con Pelé, dirigido a Kempes, Valencia y Maradona, era amigo de Cruyff, bueno.., dirigió a Boca, Independiente, River, Atlético de Madrid, no los sacó campeón, un detalle resultadista, pero seguro no fue un payador perseguido errando por una ruta provincial vendiendo en soledad una partitura vanguardista y sectaria.
Creo que el domingo 5 de mayo, cuando el establishment puso en la balanza el protagonismo de César durante el Proceso y su conocimiento de orquestas de tango se quedaron con éste último personaje. Tudo bem. No fue para tanto el Mundial 78, se ve, se quedaron con lo bueno.
Interpreto que el tercer gobierno de Perón, su muerte, el regalito de Isabel presidente, los balazos entre los peronistas de Perón y los de la OLP crearon un manto enorme de piedad para todos los revolcones que se dieron los adultos, en sus años productivos, con el poder que vino a poner orden. Menotti habrá considerado que no era para tanto comerse el garrón de ser supervisado por militares en uno de los trabajos más expuestos de la Argentina. Más que entendible.
A lo largo de su vida, César fue habilidoso para esquivar estas cuestiones pesadas, aunque quedó preso del menottismo para tener con qué agradar de manera duradera. Y vivió un montón, lo del cigarrillo no fue tampoco para tanto. Controló bien los tres elementos que para él tenía el fútbol: espacio, tiempo y engaño.
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Para los que no estén muy familiarizados con el Mundial 78 y para quienes han querido olvidarlo dejo la película La Fiesta de Todos, dirigida por Sergio Renán, escrita por Hugo Sofovich y Mario Sábato (detrás del seudónimo Adrián Quiroga) y producida por Adolfo Aristarain. Vale mucho la pena, la elección de imágenes, testimonios.
Me gusta Dancing Queen, como a la mayoría de ustedes. Busqué covers a ver qué más había. Encontré este que hace de una canción festiva una canción triste.
El Coronel Gonorrea, forista destacado, se expidió aquí sobre el drama de dejar de fumar.
Excelente. Muy excelente.