Leila Guerriero y la crisis de las pastas veganas
Yo vendo que escribir es fácil y que, como dice Gusteau, el cocinero fantasma de Ratatouille: todos pueden cocinar. Pero también es cierto que la logística intelectual es difícil porque la escritura sucede en la mente y en acción. Las ideas sorprenden en un semáforo, en un mingitorio de la YPF, en una fábrica de pastas. Se vive y se piensa al mismo tiempo, y las oraciones pasan por la mente a una velocidad que no se puede agarrar, como pasa con los sueños. Y estás sentado con la compu y no te acordás qué estabas diciéndote en ese momento o, mucho más grave para el escritor: cómo te lo estabas diciendo.
Tristemente, se regresa al escritorio, en frío, y el empaquetado lírico que estaba en esa subordinada tibia quedó atrás. Por eso: ojalá la inspiración te encuentre trabajando.
Queda una idea de lo que se vivió y pensó, pero la verdad es que sin el encanto de lo articulado es un gato muerto y se pierde mucho tiempo tratando de reconectar con el sentimiento experimentado cuando la escritura había aparecido. Acá es cuando escribir es difícil.
Yo pruebo con todo. Antes que nada, rebobinando, y en segunda instancia, dejándome influir por algún masaje musical que me acelere el metabolismo mental.
De mis preferidas para el milagro de la creación y la recreación: el himno de la Unión Soviética ejecutado y cantado por la orquesta y el coro del Ejército Rojo que me despierta un enorme sentimiento armamentista y me conecta con el ser superior. Realmente me predispone el trance hipnótico.
Pero puedo pasar por músicas muy distintas como:
Try, de Pink,
Yolanda, de Pablo Milanés,
o cualquiera de la reina del sufrimiento brasileño, Marilia Mendonça.
Cito estas tres para exhibir lo ecuménico del asunto, no tiene que ser algo fuera de lo corriente, tengo cientos de canciones que uso para activar mi sensibilidad y salir del homebanking mental, del subte, de algunos círculos viciosos inevitables que te comen tiempo, energía, y hasta ganas de vivir, ojo.
Queda enfrentarse a dos monstruos: la soledad y la frustración. Puedo pasar horas hasta que sale algo con lo que me siento cómodo, y todo ese tiempo hay que pasarlo sin interrupciones.
Por estas dificultades es que se achica el mercado de escritores y, más se achica, cuando esto hay que hacerlo a lo largo de la vida como una profesión o un oficio ineludible. Quedan así, muy pocos compañeros que, si no viven absolutamente de escribir, al menos crean un intangible que los ayuda a vender charlas, clases, asesorías.
Entre ellos, Leila Guerriero, de 56 años -los cumplió el viernes pasado- que arrancó un día a las siete de la mañana a trabajar de editora y se le hicieron las cuatro y salió, como una escritora más, a comprar unas cajas de ravioles en un comercio próximo para la cena. La trataron para el culo y con la calentura se topó con la posibilidad de una columna. Por qué no.
Se dijo en quinchos: Leila salió a caminar y coheteó a lo primero que encontró, se llevó el cadáver a la casa, lo despostó y lo mandó por mail a la sede de Madrid del diario El País. Cómo no recordar a Minguito Tinguitella cuando en su carácter de cronista de La voz del Rioba iba a entrevistar a un famoso y, a poco de iniciar el reportaje la cosa se ponía caliente, y Mingo le decía al entrevistado: yo a usted le puedo hacer un monolito o le puedo poner una lápida.
Todos los periodistas saben que su superpoder está dado por la asimetría con otros oficios y por la capacidad de fuego. Pero no creo que haya sido eso lo que motivó a Leila.
Su artículo es breve, como la música del grillo, no es una tesis ni un estudio de caso, es un género periodístico con gran resumen del problema y una conclusión que no necesariamente debe ser una moraleja, aunque ésta la tiene. Y es muy difícil de escribir bien. Lo breve, si bueno, dos veces más difícil, y te lo pagan la mitad.
Obviamente si se hubiera tratado de La Juvenil no se habrían movido las redes con este tema. Pero es cierto que en La Juvenil te tratan bien, hay una cordialidad de libro, de trabajador que atiende a trabajador que compra. De hecho, si la hubieran tratado mal en La Juvenil, habría sido un hecho tan fuera del libreto del negocio que no justificaría el artículo. Lo que justificó esta columna es que la autora se topó con una estructura, inesperada para ella, donde bajo la bandera de un veganismo de nivel 5 y un clima ideológico santurrón, la vendedora no cumplió su palabra, borró a la clienta, al no mirarla, y la prejuzgó sobre sus condiciones de existencia. Todo lo cual no sucede en La Juvenil donde tu capacidad de crédito es condición suficiente para que el lazo social funcione con eficiencia y hasta cariño.
Lo que le pasó a Leila le pasó a cualquiera que no sigue en Instagram a las chicas de Tita -donde actualizan sus cambios de rutina- y comete el error de manejarse por la ciudad a la antigua, creyendo en los horarios que se exhiben en las puertas, y con la expectativa de que se cumplan las cordialidades mínimas que aprendemos los argentinos. La modalidad crece. Quien no la vivió en Tita, la pudo haber experimentado en un restaurant de pocas mesas. El emprendedor que se considera miembro de la nobleza cuando le va bien, a lo mejor como efecto inercial, no deseado, del enorme esfuerzo que lo hizo alcanzar la cima de las pastas veganas, o de la ropa de lluvia para mascotas, lo mismo da. No me hablen, no estoy para nadie. O tal vez porque ya era miembro de la nobleza, lo que le permitió disponer fácil de equipamiento, localcito, habilidades culinarias, y capital social para vender los primeros cien mil ravioles. Cuando pasó lo que le iba a pasar, si sólo conectaba los puntos, confirmó que puede abrirse paso sin concesiones, como levantar la vista.
La Argentina consolidó un periodismo apto para cardíacos que naturalizó que nadie saque los pies del plato de los lugares comunes. Los emprendedores arrancaron todos en un garage, o en un localcito de 15 m2, las restaurateurs feministas triplican puntos palabra, y los veganos son la neta.
La pérdida de juicio crítico y de humor dejó a la prensa en la miseria total. Todo fue ganado por una serieuse ridícula que le debe más al miedo y a la vagancia que al rigor profesional.
La respuesta de las cocineras de Tita, la vedette no estuvo nada mal porque fue segura, con autoridad. Tienen perfectamente elaborada una reflexión sobre su falta de tacto. “No hay pose, no somos las más correctas ni las más hegemónicas. Todo se volvió tan un filtro que la gente empatiza con lo real. Y Tita es una mezcla de The Office con un reality de cocina. Eso es algo que no me gustaría perder” y hasta se quejan del éxito: “Te digo la verdad: yo debería cerrar. Cerrar hasta acomodarnos, parar la mano y poder hacer stock. Pero tampoco me sobra nada”.
Como se ve, la prensa tradicional es apenas un creador más de contenido para las redes sociales pero carece de toda autoridad. Ante la columna en El País, las propietarias salieron a publicitarse. En realidad, ganaron todos. Leila encontró el afecto de sus lectores, que la respaldan y fue advertida por quienes no la conocían; el diario El País aumentó su tráfico desde Argentina, punto para el que sumó a Leila; las cocineras aumentaron su clientela y le dio aún más fuerza al lanzamiento de una catedral de pastas veganas que abrirán próximamente en La Paternal, prueba del éxito fulminante del emprendimiento, que será el más grande de sudamérica, y donde ya anunciaron que solo contratarán mujeres y disidencias.
Otra crítica que circuló en Twitter para desmerecer la columna es que fue antojadiza, propia de alguien obligado a escribir una vez por semana y que en esa frecuencia no se tiene mucho que decir. Para ello se citó repetidamente un tuit de Carlos Busqued, un gran escritor que se fue al cielo hace dos años, muy joven, y que es como el San Cayetano de los resentidos.
Decía Busqued en una de las estampitas que circulan:
Puedo entender que la cuestión de la columna semanal oprime al que la debe escribir, pero es la belleza del oficio, y no puede ser más difícil y más sacrificado que terminar un mueble para el viernes. Y nadie educado y atento se queda sin nada para decir. Otra cosa es que arrugue.
Inevitablemente el escritor de la columna debe hacer un corte o encontrar un ángulo. Leila se recostó en el entretenimiento que provoca ver la disección de unas engreídas y entregó su aguafuerte.
Se sumarán nuevas columnas o libros y habrá más y mejores ravioles y todos harán la historia grande de Chacarita.
Ya termino.
Me gusta una comediante norteamericana, Sarah Silverman, que tiene un show que se puede bajar, compañeros, llamado Jesus is magic en el que en un momento dice:
Guess what, Martín Luther King, i had a fucking dream too.
Y después de muchas risas del público dice:
Quiero ser la primera comediante que se cague en Martin Luther King.
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