Head and shoulders
Este es el correo número 75, compañeros. Parte del verano; otoño e invierno completos, promediamos la primavera. En fin. Retorné de un finde en la costa. Qué pobreza, loco. (Abajo hay encuesta, ojo)
Gracias por el aguante, compañeros.
Por la hora que emito el newsletter puedo imaginar que algunos de ustedes todavía están en la cama, ya despiertos, chusmeando el telefonito, aunque ya sé que están en el subte o ingresando a Comodoro Py, pero esa escena íntima de la cama, de la soledad del burgués que aún no se ha vestido para triunfar ni para fracasar, ni se quitó el sudor de un día y medio, y que posterga el arranque, esa escena me arma la ficción, el pacto de lectura que me moviliza a escribir, a tratar de dar en el clavo para pagar esa atención del que todavía no arrancó, que está en una babia original, sincera, manipulable.
Acertar es muy exigente, pero qué sentido tiene no serlo con lo que se hace, por qué hacerlo por debajo de las posibilidades, en nombre de qué teoría del placer hay que bajar la espada. En la búsqueda de acertar, de dar en la tecla, aunque no se acierte, se acerca el escritor a la posibilidad de ponerle nombre a lo desconocido, se abre la realidad en la incursión intelectual, se piensa más, se piensa mejor, hay como un proceso de descolonización diario donde se separa lo general y establecido de lo personal e instituyente. No digo que yo lo logre, de ninguna manera, no hablo de mí, estoy hablando en voz alta con el que se acaba de despertar, de lo que es el procedimiento, y necesitaba empezar este correo con algo, y arranqué con esta idea que, además, me parece un buen consejo de escritura en general.
No hay que desestimarse, es importante, el que se patea la autoestima, que lo haga de puntín y fuerte así levanta, porque esto no es para el que estudió más, porque si no escriben los de Letras nada más, acá hay que cortar con una sierrita el esternón, sacar el corazón y que lata sobre la mesa el tiempo que se redacta mientras se va diciendo desde lo que se sabe en dirección a lo que se desconoce pero se quiere llegar a nombrar; hay que honrar que el corazón está fuera, desguarnecido, y no dar demasiadas vueltas.
De todas las escenas del cine que pude ver, en los años que más cine vi, en la Hebraica, en el Ift, los judíos y el arte, compañeros, esa gran sociedad amenazada de muerte, también en la Lugones, hay una que no puedo olvidar y es cuando en “Danton” de Andrej Wazda, el mismísimo Danton sube al cadalso, sobre el final de la película, y en relato paralelo se lo ve a Robespierre, que lo manda ejecutar, afiebrado, tapado con cobijas y una sábana que él mismo va subiendo hasta la frente, a medida que se acerca el momento en que el filo corta el cuello. No es tanto lo estético lo que me conmueve de esa escena, o lo que me conmovió, una cabeza que se va, mientras otra se cubre, sino también que son dos amigos que pierden la cabeza por ideas distintas sobre cómo sostener la revolución y que una gran decisión puede ser una gran equivocación y, por ello, implica un sufrimiento único. La vida misma de los que hacen historia.
Con bastante frecuencia me preguntan por Carlos Maslatón, si lo sigo, leo, escucho, y qué opino de él. Soy fan. Lo leo en Facebook desde hace muchos años, me encantaba al nivel de que me hice notificar por el sistema cuando él publicaba para no perderme ningún posteo y como es una persona que prácticamente no duerme y tiene una vida de madrugada apenas yo me levantaba ya había algo de él publicado, un verdadero servidor público, así que lo leía antes de aventurarme al día, y antes de que él se transformara en un personaje de la tele y pasara a escribir mucho menos.
Durante los años del gobierno de Macri fue cantando el final amargo que tendría de una forma que la prensa no podía hacer, en muchos casos porque no la veían, en otros porque decir determinadas verdades en determinados medios modela las expectativas. Maslatón le hablaba al pueblo lector sin las mediaciones institucionales, sin la obligación de la responsabilidad de Estado y sin amiguismos evidentes. Mucho menos lo hacía en nombre de hacer un bien al país con sus palabras.
Maslatón tiene con la política la misma obsesión que cualquier tuitero o que cualquier persona que depende de forma total o parcial de quien ejerza el poder para completar ingresos, pero al mismo tiempo tiene un conocimiento forense de la práctica política y de los personajes que la constituyen. Además tiene plata, lo cual compra la libertad de expresión de la que carece un tuitero promedio y un esquema familiar que se reduce a una esposa que lo asiste y no lo castra.
Sus certezas son que el drama argentino no tiene solución sino bajo la forma de que las variables estallen y que los miembros de la élite no están a la altura de las circunstancias malas que ayudaron a crear. En este punto, muchos interesados en la política se deprimen y simplemente la parasitan hasta que pase lo peor. En su caso se advierte la capacidad de maximizar toda esta ecuación para divertirse. No tiene vergüenza de hacerlo y no está en ningún tipo de carrera. O sea, no tiene que agradar a nadie más que a sí mismo. Maslatón es un artista, un completo irresponsable. La síntesis de Maslatón es que todo es una joda. Y esto, contrario a oscurecerlo lo lleva a tirarse de cabeza en la joda. No dice: de éste agua no he de beber, sino que al contrario la usa de combustible para su performance. Quienes lo desprecian seguramente creen que habla en serio, como hablan ellos, pero no, Maslatón habla la lengua del vendedor de almanaques, dice cosas que pueden ser o no. Pueden despreciarlo entonces porque habla en joda de temas serios, lo cual es de una falta de humor que no se condice con la inteligencia; si el focus group se profundiza aparece el tema de que es culón, gatero, pero también que sale con pibes, una ensalada de prejuicios, moralina y gordofobia.
Lo acusan por sus pronósticos económicos errados que escribe en una servilleta, como si los hiciera con la misma seriedad e intención con que los hace cualquier nabo que pasó por el Banco Central. A la noche va a cenar y paga con cientos de billetes que baja sobre una mesa para que se advierta el descalabro. Donde el político esconde su fortuna o camufla su capacidad de compra, Maslatón la ofrece como un espectáculo.
En los últimos años, todos los políticos han querido reunirse con él, curiosos por su creatividad y chamanismo. La mayoría de ellos también saben que esto es joda por la simple evidencia de que de ninguna manera ellos estarían ocupando funciones respetables si así no fuera.
Tienen tanta razón que los candidatos presidenciales fueron en fila india a rendir el examen final preelectoral a un programa de televisión conducido por una señora que está literalmente al borde de los cien años, un espectáculo televisivo siniestro que consiste en verla sobrevivir e improvisar inconsistencias. Nos vemos el viernes.
FIN
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Gracias a quienes se sumen desde hoy a bancar este proyecto.
A ver qué votan los lectores de Un Correo de Esteban Schmidt