“My standard for verisimilitude is simple and I came to it when I started to write prose narrative: fuck the average reader”. David Simon
Se cumplen 21 años del estreno de The Wire, serie de la que habla todo el mundo. Sé que muchos lo hacen con superioridad estética, moral, algo de petisos agrandados; otros, desde un fondo politizado muy sofisticado, portadores de un saber al que sólo se puede llegar si se mira la serie.
Claro, a la escuela ya fuimos todos y no queremos volver, así que muchos compañeros la rehuyen apenas se la indican como un mandato cultural.
Yo digo: que sea vuestro secreto. La miran y no dicen nada y cortamos la cadena de mandamientos. O sea, no digo que la vean, shhh.
Hace 15 años, con la serie recién terminada, escribí un artículo para la revista El Amante, un lujo que atesoro. Y éste fue uno de los primeros, sino el primer comentario sobre el show que apareció en Argentina.
Como sé que tengo su atención, quiero darle una nueva oportunidad, y que lo lean quienes ya vieron la serie, y llamar la atención de aquellos que aun no.
Más que una anécdota sobre las instituciones
The Wire es un drama que terminó en 2008 y que en sus cinco temporadas disponibles en HBO describe las vidas de cada integrante de la cadena del tráfico de drogas. De los consumidores más reventados a los grandes mayoristas; de los policías de calle a los senadores. Y aunque tiene un 9,7 en el puntaje del IMDB hay que decir que es difícil entrarle, por lo que al recomendarla hay que enfatizar mucho en la renta cultural que se obtiene si se la ve. La mayoría de las personas que miran los primeros capítulos –las generaciones más jóvenes sobre todo– salen deshechos de embole y se sienten confundidos por no haber captado la genialidad. El embole es, en realidad, puro extrañamiento. Es el hábito poderoso a la música incidental y los portazos con foley, a las historias que, por mejores que sean, tienen un gran personaje (Tony Soprano, por mencionar uno famoso) que compromete o envuelve afectivamente al espectador que sabe de movida y para siempre a quién amar en el texto, y de quién depende la serie, y se queda entretenido de ahí en más; el apego a la droga de la comedia de situación o del drama didáctico, del drama policial educativo, compañeros, donde los morgueros o los especializados en balística van cercando con su ciencia al asesino misterioso. Y agreguemos el standard de glamour con que se viste cada escena en el mercado mundial de las imágenes por desagradables o prohibidas que sean como inyectarse o matar. The Wire no estetiza nada. La vida material y diaria con sus miserias…, y sus miserias las presenta como vienen, como lo haría un documental.
Y el lenguaje que se usa en esa vida material y diaria como realmente se emplea. Calcando el habla de la calle, al punto que en la tercera temporada, el equipo policial protagonista tiene una asistente para traducir las escuchas telefónicas que hacen a pequeños dealers que hablan en ebonics, el sociolecto de los negros pobres. No se abusa de los oneliners para que cada escena tenga un cierre de oro, por lo tanto no se dicen cosas estupendamente geniales todo el tiempo y mucho menos graciosas porque el realismo buscado y alcanzado entiende que las personas decimos frases sin peso la mayor parte del tiempo. Sea en Buenos Aires o en Baltimore donde transcurra la acción. Y lo que se dice, las cosas flojas que se dicen en The Wire, se dicen con los personajes sentados o parados, como en la vida real, pero no haciendo maratones por pasillos interminables. Sin el walk and talk de las series de hospital (House gracias al cielo era rengo) y del que se abusó tanto en The West Wing, donde los actores quemaron setecientos pares de zapatos en siete temporadas mientras decían sus líneas atravesando la Casa Blanca a toda velocidad. Uno de ellos, incluso, el chieff of staff, murió del corazón. Pero en The Wire también se dicen cosas importantes aunque descargadas en escenas de transición, nunca en las cúlmines. A life, Jimmy, you know what that is? It's the shit that happens while you're waiting for moments that never come, le dice Lester Freamon a Jimmy McNulty en una de esas esperas. Ah, en The Wire, shit equivale a vida, negocio, familia, droga, sexo.
A esta seguidilla de no pasa, no es, agreguemos que The Wire no tiene grandes protagonistas. Los autores conceden un poco, en la primera temporada, a darle más lugar al detective Jimmy McNulty (Dominic West) que a los otros, como quien quiere hacer sentir a unos miles de espectadores adicionales de la cadena de pago HBO que están pisando territorio de ficción. Aunque es más que eso. En la tragedia urbana que presenta The Wire hay algunos insubordinados estructurales que son, sin quererlo o sin saberlo, los que hacen alguna diferencia. McNulty es uno de ellos. Un hombre simple, de mediana edad, sexualmente muy activo, con una ética firme pero no demasiado meditada y que se castiga duramente con Jameson puede ser motor de la historia simplemente por no conformarse y hacer algo escandaloso con esa no conformidad, algo que le trae costos en su vida social. Algo que sus amigos pueden llamar traición. ¡Uh! El héroe de una tragedia griega. Pero Mc Nulty pasará el bastón de mano temporada a temporada. En la segunda, un sindicalista portuario, Frank Sobotka, será quien sublime por todos. En la tercera, el comandante Colvin, autor de la frase la esquina es el salón de estar del pobre, intentará crear una zona roja para dealers y consumidores, con el fin de que no se maten en las áreas urbanas. En la cuarta, Pryzbylewski, un tipo bárbaro a quien se puede llamar Prezbo, integrante original del team policial, exonerado de la fuerza –por acumulación de amarillas–, se emplea como profesor de matemática en una escuela bien difícil. En la quinta, la posta heroica, trágica, pasa a manos de un editor periodístico del Baltimore Sun que se enferma por el trabajo mal hecho, por la malicia de muchos redactores y de todo el plantel directivo del diario.
Es genial, pero uno no se da cuenta hasta que hace el recuento. En esta serie, ningún personaje es feliz. Nadie tiene mayores ambiciones que un buen retiro y que las ex esposas no les demanden una cuota exagerada de alimentos. Todos son infelices a su manera, eso sí, pero sin extravagancias. Los autores de la serie reservan los perfiles más altos para los personajes secundarios. Bubbles, un heroinómano que es informante de la policía y que se mueve inarmónicamente con un carrito de supermercado; Omar, un gangster homosexual que roba a los gangsters y que cuando mata lo hace silbando; y Brother Mouzone, un asesino a sueldo que usa moño, anteojos y pasa sus tiempos muertos de killer leyendo The New Yorker, Harper’s y The Nation.
Pero si todo lo relevante fuera la opción por el naturalismo, con una historia de gato y ratón de fondo, policías persiguiendo criminales apoyados en escuchas telefónicas (por eso Wire: alambre, conexión), sería una frivolidad detenernos en ella. El gran mérito de The Wire es además su poder etnográfico, sociológico, que traspasa a los personajes y a sus conflictos. Esto pasa en una ciudad, ¿no?, que está en este país, que está en este mundo, ¿correcto? Bien, ¿y la base material determina la superestructura política, ideológica, jurídica? ¿No era así? ¡Claro! La acción, decíamos, transcurre en la ciudad de Baltimore, al este de Estados Unidos, sobre la bahía de Chesapeake. Una ciudad que tiene 650 mil habitantes, de los cuales el 60 por ciento son afroamericanos y con una de las tasas de criminalidad por habitante más altas de los Estados Unidos. Seis veces la tasa de Nueva York y tres veces la de Los Ángeles. El problema de la seguridad, vamos a decirlo así, es tan importante en Baltimore que nadie pierde tiempo si le echa un vistazo a la web municipal y le da enter al link que dice Crime Fighting Directory. Ahí se abre un brochure de acciones estatales y ciudadanas contra el crimen que hacen del subcomisario Patti alguien tan amenazante como Piñón Fijo.
La serie escanea la vida real y la vuelve una ficción de primer orden, porque los actores son extraordinarios. Y porque, retomando, es una tragedia griega moderna, digamosló. Los personajes se ven enfrentados de manera inevitable contra “dioses”, moviéndose siempre hacia un desenlace fatal. Las tragedias acaban generalmente en la muerte o en la destrucción física, social, intelectual o moral, o todas juntas, del personaje principal, que es sacrificado así a esa fuerza ciega que se le impone y contra la que se rebela. Los dioses aquí no son esas figuritas de los griegos: son el capitalismo, la codicia sin límite y el cáncer de las instituciones falladas que terminan, por gravedad fecal, cagando más a los de más abajo. Que además son los que mueren primero, porque son los menos protegidos. Hallan familia en el hampa pero, ah, como dice el sargento Carver viendo como un dealer clase A le daba una paliza a un dealer clase B: si ellos se equivocan los cagan a palos, pero si nosotros fallamos, nos dan una pensión.
Y la gran tragedia es que todo es para nada. En ese sentido, en cada temporada, de las cinco, los investigadores tienen un pizarrón donde van haciendo con fotos y tarjetas con palabras clave o números telefónicos o jerarquías, el árbol de la investigación. La investigación se completa, alguien va preso, algún otro malo muere, y al mismo tiempo nada estructural se ha resuelto. Más allá de la suerte que corra cada gangster, Stringer Bell, un narco estudioso que quiere ascender a empresario y blanquearse le dice en la primera temporada algo así a un lugarteniente llamado Dee:
La cosa es que no importa a qué llamamos heroína, se va a vender. Si la droga es fuerte, la venderemos. Si la droga es floja, la venderemos el doble. ¿Sabes por qué? Porque un drogadicto va a tratar de conseguirla sin importarle más. Es una locura. Cuanto peor la hacemos, más ganamos. Si el gobierno hace las cosas bien, nadie se fija. Dee, este negocio es para siempre (this shit is forever).
La serie tiene sus momentos lindos también. En el final del tercer capítulo de la tercera temporada la división homicidios del departamento de policía vela a Ray Cole, uno de sus oficiales, muerto tempranamente y de manera natural. El cuerpo reposa sobre una mesa de pool con una petaca de Jameson en una mano y un habano en la otra y el Sargento Landsman, hasta entonces un burócrata, improvisa un discurso extraordinario que se corona con la canción de The Pogues, The Body of an American. Landsman dice que Cole estuvo con nosotros, trabajando, compartiendo una esquina oscura del experimento americano. Ahora fue llamado. Ha servido. Él cumplió. Este fragmento se puede ver en Youtube escribiendo “cole’s wake” en el search. Pero no es lo mismo. Quien siga el orden de las temporadas y llegue a ese momento integrará la escena a las mejores escenas de su vida, a su patrimonio.
FIN
Gracias a quienes me ayudan a sostener el newsletter. Sé que lo esperan martes y viernes. Pido disculpas si no llego a tiempo de contestar muchos de los mensajes. Es menos mi falta objetiva que lo poco que Google quiere a Substack y que provoca que los correos caigan en distintas columnas de mi mail, sin criterio, y entonces quedan tapados por spam. De todos modos, soy buen jardinero y desmalezo una vez por semana hasta dar con los mensajes perdidos en el infierno mercantil.
Ya termino.
About money: me parece más práctico seguir el índice Flat White de Cuervo para indexar la contribución mensual al newsletter, así que le sumé 50 pesos este mes al botón más popular. Esta inflación no la hicimos juntos pero la vivimos juntos, compañeros. Quien no sea un contribuyente, pero lleva meses abriendo el correo, no deje de contribuir. Soy el payaso de Olleros y Libertador pero a favor mío no están condenados a ver mi gracia. Y me ayudan a compensar las horas que me lleva escribir.
Con ustedes, los botones:
Y sigue la tanda…
El Parte de Inteligencia último anduvo muy bien.
Este es el anteúltimo.
Y este es el correo menos leído de todos cuantos publiqué. En pleno Roland Garros creo que no se justifica.
Caetano cantando Maluco Beleza. Obrigado, hasta el martes.
Qué hermoso lo que escribiste, muchas gracias por compartirlo. Con los personajes de esa serie tengo una conexión emocional más intensa que la que he tenido con la mayoría de las personas de carne y hueso con quienes me he cruzado a lo largo de mi vida. No habla bien de la serie sino mal de mí pero esa es otra historia. Me acuerdo hasta del día y del momento en que me la recomendaron. No sé cuan estetizados estén los diálogos y las escenas, pero un filósofo dijo alguna vez sobre las obras de arte que "su belleza está en el brillo de la verdad". O algo parecido. Gracias de nuevo.
Esteban, te descubrí creo q en Twitter, y me atraparon tu forma de escribir y sobre lo q escribís. Ves una capa de la realidad q no es común encontrar en otros. Leerte es como estar en una canoa meciéndose en pequeñas olas (perdón por la fallida licencia poética 😆).
Te felicito. Una joyita este artículo.