El éxito es el subproducto del aprendizaje
Como cuando nos tiraba la ola y perdíamos el equilibrio, hay que dejarse revolear, sin desesperarse; vamos a quedar en pie. Hay que hacer la amistad y arrancar de a poco con los platos de invierno.
Me pregunta un oyente si voy a publicar un libro. Le explico que no. Que si arreglo un libro con una editorial voy a estar por lo menos dos años entre que escribo “compañeros” por primera vez y que éste se publique, si tengo suerte. Dos años pegándole a un mismo clavo, un soliloquio sobre una misma composición, un mismo armado, un mecano con párrafos que un día están acá y otro están allá, algo que puede ser bien profundo y que puede trascender pero que no tiene recompensa en el proceso, a menos que te guste, no sé, mucho, escribir, y yo sólo tengo el hábito, no puedo decir más, si no lo hago me siento en falta, hace 25 años hacía Body Pump tres veces por semana y no escribía tanto, así que ya veis, lo que más me gusta es haber escrito, y que es imposible determinar si tendrá alguna recompensa luego de su publicación. Necesito sentir que la comunicación está funcionando, que hay un latido a latido con un lector con el que me entiendo, que es presente, que está pasando, y dos años, con fortuna, diría Riverito, me resultan un largo plazo de ciencia ficción. La posteridad no me motiva para nada, estuve en febrero parado arriba de la tumba del primer Schmidt que pisó la Argentina y que fundó una aldea en Entre Ríos con los ruso-alemanes agricultores que viajaron con él y la cruz está oxidada y en el mismo momento de mi visita tenía un búho enorme, de terror, parado encima del fierro. Además, ni un árbol, nada, hacían cincuenta grados, así que no quiero saber, no quiero saber, 130 años enterrado en esas condiciones.
El incentivo se vuelve muy irregular cuando la concreción es en el futuro, es difícil sostener la redacción como hábito y no como eventualidad, lo que también implica rechazar o eludir otros trabajos que pueden, o no, involucrar la escritura pero que, sin duda, restarán la energía necesaria para la gran obra. Se requiere, entonces, de una paciencia y un tesón del que carezco para algo que paga tan adelante, así que creo que mi obra es esta, mi colección de artículos, aguafuertes, o cómo se cataloguen estos correos en el futuro, si es que sobreviven las organizaciones que agrupan estos materiales, aunque sea para descartarlos, pero no creo que vaya a haber mucho más que esto. Agradezco el interés.
Durante todo el período de escritura de un libro acordado con una editorial se establece una relación demasiado personal o íntima con el editor o editora, relación que pasa por distintas fases, uno del flirteo para convenir la publicación, tanto porque te lo soliciten o uno lo oferte, la firma de un contrato, la fijación de tiempos, el ping pong durante la escritura, luego el deadline, la entrega de un borrador, y una conversación sobre lo que se entiende o sobre lo que no se entiende que dicen las oraciones. Esa persona, sea quien sea, se me va a aparecer en sueños, va a ser censora, preceptora, madre, confesora, se va a volver completamente más imaginaria que real, y a un chat de distancia para quebrarme la curva de mi reflexión. Vivo perfectamente sin esa tensión. En mis encierros para escribir el correo sólo trabajo contra el tiempo, para poder dormir como corresponde, mi idea presente de ser millonario, horas para dormir profundo.
Los editores son verdaderos héroes que posibilitan la aparición de grandes libros, también es cierto que resultan los sastres del canon literario. Por su estimación de lo que es bueno pasa el término medio. Sé cuánto lo sufren muchos de ellos. Tienen un ojo en el campo cultural, donde están los escritores potables marcando la cancha, otro en el mercado potencial de un libro y otro en la quincena castradora que va de la marcha del 8 a la del 24 de marzo. Con esos tres filtros se objetiva un libro, un autor, se lo premia o tiene mejores posibilidades de promoción. No quiere desentonar el editor, pero ojo, tampoco quiere ser el boludo o boluda que sintoniza porque sí. Normalmente no quieren comprometer la comodidad del trabajo, tampoco quieren parecer que no podrían perderlo si es que van a salvar a la literatura de las tías y tíos gordos. Al final no pasa nada, por supuesto, porque muchos de ellos se están preparando para sus propios braguetazos literarios, un trabajo subtérraneo, de una lentitud que los acompleja, aunque no sea tan así, mientras que el pupilo ya es fotografiado y, eventualmente, celebrado por la obra que él mismo le auspició. La sangre no llega al río nunca y por eso están todos tan politizados en el ambiente para poner muy arriba lo que no pueden tocar: lo que nos hacen. Por supuesto, ese vínculo puede funcionar sin un sí ni un no, y normalmente así lo es, (si ven contradicciones en todo lo que digo es para que los historiadores no sepan a qué atenerse), de hecho puede ser penosamente burocrático el vínculo autor-editor, pero una vez que se le dio play al laburo editorial se libera el punto y puede pasar cualquier cosa, sobre todo en la mente del que debe el libro que acordó entregar. Lo mejor en estos casos es tener el libro liquidado y caer con el material. Claro, pocos lo hacen, hay que creer mucho en uno mismo, con o sin buenas razones.
Luego, cuando sale, el libro requiere que el autor lo promueva, mande ejemplares de cortesía a influencers literarios, gente de los medios, hacen listas, con la expectativa de que alguien diga en las redes o en su canal de streaming que lo leyó. Me dan ganas de llorar de sólo pensar que alguien me tire un centro por lástima o por relaciones públicas. Prefiero el silencio de la recesión, ni una amoladora encendida en todo Chacarita. Pero claro, se produce una situación equívoca, para qué todo el quilombo de firmar contratos, la ceremonia de la espera del libro, elegir la tapa, sacar la foto promocional, si vas a rehuir la prensa y el camino promocional.
He visto gente inteligente yendo con su librito a lo de Osvaldo Quiroga. Para qué, compañeros. Me partió el alma verlos explicar lo que hicieron a quien sólo estaba contando los minutos para mandar el corte.
Con el newsletter, en cambio, estoy obligado a rendir el examen permanentemente, pero un examen corto, no me preparo para la publicación, porque es puro presente, ya estoy publicando, y ya estoy escribiendo cuando sale el correo, siempre al borde de no llegar, de no dormir, no hay postergaciones, no hay nada, siempre 8.30, martes y viernes, y todo lo que vivo y especulo durante el día queda siempre de alguna manera transcripto en los correos. Tengo un amigo que me edita la mayoría de las veces, veremos si también esta vez, Fernando Santillan, que me salva los errores del apuro y otros que provienen de la ignorancia, pero no hay tiempo para conversar la prosa, lo cual también implica no tomar tan en serio el trabajo, dejarlo más crudo, menos calculado, y abierto a la total incomprensión. Me quedo siempre con la sensación de cuánto mejor podría quedar si dispusiera de más tiempo para corregir pero en la negociación prefiero no ser yo quien escriba el gran libro argentino, con el riesgo de no escribirlo por todo lo expuesto con anterioridad, pero sí escribir mis aguafuertes semanales aunque no queden perfectas.
Si algo de lo que escribo no funciona en el texto del martes, queda para el viernes y se va armando un cometa de fragmentos que saco y pongo en los correos siguientes. No hay desperdicio, es como un gran comedor donde cada plato que vuelve por la mitad se rearma para el próximo menú ejecutivo. Y, atención, cada texto tiene arriba de tres mil quinientos lectores por edición y los libros los editan de a mil quinientos, dos mil. Y no hace falta participar de rondas promocionales porque aquí los textos vuelan con links. También es cierto que por tratarse de textos digitales, los medios grandes, con su propia edición digital, ignoran completamente el trabajo que hacemos para no regalarnos tráfico a costa de ellos. En ese sentido, todo lo perteneciente a la galaxia Gutenberg sigue siendo funcional, lo cual es bárbaro, porque hay muchos libros muy buenos y de lo contrario no tendrían su oportunidad. Entonces, nuestro trabajo es perfectamente ignorado por los multiplicadores de clicks pero cada uno de nuestros clicks es perfectamente orgánico, real, sin falopa. Los medios, llamémosles, grandes, viven una sobrevida, orbitando penosamente un mismo planeta que se deshabita.
Y la marginalidad es parte de la gracia y del éxito. En el momento en que cedés tu texto, tu firma, para una integración virtuosa con los artistas aprobados por la prensa del espectáculo de la cultura, no hay vuelta atrás. Cuando firmás la solicitada para encajar en la quincena de la castración, cagaste. El secreto de los newsletters es tener alcance, ser relevantes para los lectores y no entrar en la joda de las contraprestaciones que arruinan la verdad de la prosa y de la cosa. Yo digo que sos un capo, vos me decís que soy un capo. Nada de relaciones públicas, total sinceridad en las interacciones. Esto funciona con disciplina laboral y táctica y porque la Argentina cuando está cara también está regalada, tenemos una ultra minoría absoluta, espectacular, secreta, la generación dorada y sus hijos, que leen, que están ahí. Este no es un páramo.
Gracias por apoyar el correo, compañeros. No dejen de hacerlo, son dos medialunas y son ocho entregas por mes.
One shot para quien no quiera sentirse rehén de una mensualidad mínima.
Esto, compañeros.
La quincena de la castración. Le pusiste nombre y fecha a una nube oscura que me venía molestando. Creo que ahora me abruma más.
muy lindo el bulín. recomiendo cortinas y rejas o vidrios de seguridad.