Si algo me conmueve de los niños es cómo se resisten a las fotos que los adultos les toman con toda la intención de subirlas a Instagram. Las criaturas, las más chiquitas, no cierto, no saben dónde terminan las monerías que se ven obligados a hacer ni las ulterioridades ideológicas: que sus sonrisas calcen sobre un standard, al cual alimentan, con sus sonrisas, que no metan miedo, salud, salud, que no den vergüenza, muñecos inocentes en postales que sirven para contar siempre las buenas, vender normalidad, exhibir capacidad de compra, ingenio para entretenerse; nada, no saben nada del esfuerzo de los padres por ser aceptados y vender un personaje, pero se avivan los pibes que son forzados a complacerlos y esa resistencia natural, animal, es la primera prueba de que una personalidad se hace resistiendo el adocenamiento, y de ninguna manera aceptándolo.
Las mamás están siempre más interesadas que los papás en sacarles fotos a los niños para postearlas. ¿Es por qué están más tiempo con los niños? No es posible. Aún en regímenes familiares donde el padre pasa más tiempo que la madre en tareas de cuidado, las mamás siempre tienen el teléfono más a mano para registrar la boludez del niño. ¿Es por haberlos llevado en el vientre que tienen esta tara de hacerles ecografías a distancia mientras crecen y se proveen nuevas certificaciones de que el embrión prosperó?
Al revés, ¿por qué los papás no sacan tantas fotos? ¿Son menos boludos? Es muy difícil decir que un hombre no es boludo, máxime en esta época en que está obligado a serlo para no incomodar, así que no es por ahí tampoco. Tiene que haber algo antropológico.
Con total impunidad:
Aman a sus hijos pero consideran que sacar fotos es algo de minas.
Porque para el hombre la vida siempre está en el futuro y no en el presente.
La mujer registra mucho más el instante porque cree que hay que juntar mucha evidencia de la vida vivida porque son más soñadoras y esto, lo que sea, puede ser un sueño más.
El hombre puede pensar que publicar a sus niños lo aleja del mercado sexual imaginario, donde hay otras minas, de un banquete eventual donde reina lo prohibido y que el reflejo de lo familiar lo saca de la cancha.
Son todas afirmaciones que pueden leerse como preguntas.
Los hombres son más de fotografiar asados, dato duro, y más que nada el fuego que se inicia en el brasero, y el copy que escriben es arrancando…, o arrancanding…. Uno de los dos es peor, pero no me decido. Dan su testimonio de que aceptan la carga de asar el animal para que su familia junte calorías.
Los niños también resisten las videollamadas a la fuerza. La acción empieza con un acercamiento de los padres, tan amable como aquello que pretenden ilustrar, hijos sanos, divinos, venga mi amor, y después de luchar contra el desinterés de los niños termina con amenazas, como la persecución de Calabró a Borromeo, con la intención de asegurar en la comunicación, lo más inasegurable de todo: que somos felices y que todo marcha sobre ruedas. Marchará hoy, compañeros, mañana es mañana. Mi botella al mar: hablen entre ustedes, adultos, si quieren hablar, liberen a los pibes. Eventualmente lleven el teléfono a donde los niños estén haciendo sus cosas, pintando o sacándose los ojos, y esa verdad familiar es información de primera que se está pasando a los interlocutores, la motricidad de los niños, algo en su expresión, el largo de sus piernas. Porque estamos educando a los niños y no entrenándolos en el arte de no decepcionarnos.
Un niño recibe demasiadas lecciones todos los días, muchas cosas que no puede hacer, otras que sí tiene que hacer y, además, reciben instrucciones específicas que tienen que ver con el miedo y el sufrimiento. El otro día escuché a una mamá que contaba orgullosa que su hijo de siete años le había sacado la mano de su cabeza a una señora mayor que lo acarició. “No la conozco para que me toque”, le dijo el monstruito. Todo pelota. Hijo empoderado para maltratar ancianos e incapaz de diferenciar las muestras de afecto de las violaciones, mamá que considera que eso es la octava maravilla. Esta mamá capacitó a su hijo para ser un malvado en nombre de sus derechos humanos probablemente.
Hay más usos de los niños. Los casos más comunes son en los matrimonios separados o en crisis temporal o permanente donde el niño, niña o adolescente es expuesto a la miseria total de alguno de los dos, o de los dos, para usarlos de audiencia, o de pasamensajes de lo que los padres ya no se pueden decir en voz baja. Pero esto es más conocido, hay dos millones de películas con el tópico.
Menos conversados están los papás que llevan a los niños a las marchas, los suben a caballito en la marcha del 24 de marzo, por ejemplo, para que vayan aprendiendo la historia de los vuelos de la muerte y estén listos para ejercer su superioridad moral sobre los compañeritos con papás que no van a marchas. Hay papás que los llevan de muy niños a las marchas del orgullo gay para que vayan naturalizando la idea de la diversidad. Es cierto que si uno quiere realmente ir a una marcha, éstas son en feriado, o los sábados, y no está fácil acomodar a los pibes y hay que llevarlos, quedan salvados esos compañeros con problemas técnicos, aunque por qué considerar que incomodar al pibe durante horas en algo que no entiende es un precio a pagar tolerable para dar el presente en marchas ya marchadas y que son la secuela de Nos habíamos amado tanto: nos seguimos amando demasiado.
En 678, un programa único e inolvidable, si lo pensamos bien, con los informes más mala leche de la historia de la leche, siempre arrancaba con un spot musical donde había niños a caballito de los papás haciendo la ve y la canción de Rosana Llegaremos a tiempo. Si fuera más joven y no tuviera tantas responsabilidades me pondría a mirar viejos 678 por YouTube para reír hasta el infarto pero ahí estaban los niños, muchos, todos los días, para ablandar la dureza de la manipulación.
Una de las prohibiciones a las que están sometidos los pibes es a los snacks que todo el mundo comió toda la vida y no se ha muerto. Pero algo a favor de los octógonos, con que estos se presentan ahora en las góndolas, es que sirven para pasar el no podés comer eso como un asunto estatal, como el ponerse el cinturón en el auto, porque la policía nos va a parar. Los pibes míos ya asumen que las papitas son comidas de cumple, punto. Ay, pero no de cualquier cumple. Porque hay papás muy comprometidos con lo saludable, como con la diversidad, y la alicaída letra E, que castigan a los chicos con pedacitos de zanahoria, caramelos de coliflor al horno. Globos hay, reconozco que con los globos no se han metido. Pero realmente estar laburando por la eventual longevidad de los pibes que sería el punto de comer sano, longevidad que por otra parte esos padres no van a ver, me parece de super controladores o de papás que usan su privilegio para disponer sobre el standard al que deben someterse todos los pibes, además de los propios. Está bien que los snacks no son buenos, pero son ricos, y que los pibes no tengan satisfacciones tampoco es bueno.
Hay otro uso aberrante de Instagram en el otro wing de la vida. Cuando un anciano va a morir, el instagramer hace una foto tomándole la mano en el hospital. Ya vieron cosas así. Cuando muere, chau abu, te voy a extrañar y publica la foto. Para mí no se puede creer. Capaz que está bien.
Ya termino.
Pasé la semana viendo videos de música romántica latinoamericana. Arranqué con el género porque me topé con uno de Marc Anthony en el que está escribiendo un poema, una canción, en la cama. Como trabajo con artistas me dije acá debe haber algo de utilidad pero en lo único que pensé fue mirá este pelotudo. El mix de canciones siguió su curso y empiezan las repeticiones cuando viste veinte. Los pasitos de baile en la playa, las camisas abiertas, las minas bailándoles alrededor, luego las escenas de estudio de grabación, la cara de satisfacción de estos monos cuando el director les dice quedó. Doscientos videos iguales.
Otra escenas que me parten el alma son las canciones en colaboración con un artista invitado, cuando se abrazan después de haber cantado juntos o cuando cuentan una historia, eso es peor. Vi ayer la destrucción de Seminare por parte de Diego Torres con David Lebón viajando en un convertible por una ruta de Miami. No pongo el link porque salta el octógono.
Por razones de salud no voy a ver la serie de Fito Páez, pero el pobre Páez es el colmo de la extroversión física ridícula, nunca no me dio vergüenza verlo, la forma que ríe cuando toca el piano, parece alguien con un coeficiente especialmente bajo, nadie parece menos inteligente de lo que es cuando toca el piano, excepto Fito. Esto lo pensé anoche, pero esta mañana lo veo al revés, sus maneras pueden ser la extensión de su forma melódica y el estribillo de Mariposa Technicolor, así como tantas otras melodías que sobrevivirán a varias generaciones, pueden haber sido compuestas con todo el cuerpo estirándose y saltando y no como Marc Anthony en la cama con cara de soñador. Y esto sí puede ser de utilidad, dormir y pensar las cosas de nuevo.
Sobre Instagram, nada más. La satisfacción de que siempre haya alguien tomándose en joda el infierno de recomendaciones y standards sanitarios al que somos sometidos. Sigo a un ñato que el otro día puso, con dibujito y todo:
Se puede bajar de peso tomando el jugo de un limón cada mañana, pero solo si caminás diez kilómetros para ir a buscarlo.
Aplausos, gracias, gracias. Hasta el martes.
Oh, estos botones de abajo me permiten pagar el instagram plus, el total, el que muestra a los niños con los ojos rojos de odio por laburar de modelitos, granaderos de la fertilidad de los papis, chochos con sus gordos ¡y gordas, awww! están divinos, divinos, me los como.
1. Una de mis hijas tenía un compañerito sin padre (conocido). La madre asumió que debía educarlo masculinamente y le enseñó que si en el jardín alguien lo molestaba, él tenía que defenderse. El nene entendió perfecto: entraba al jardin; cuando la portera lo saludaba con un “¡hola, Ramoncito” le tiraba una patada; cuando la directora le preguntaba “¿cómo andas hoy , Ramoncito?”, otra patada. Y así. Después se iba a jugar muy tranquilo con los amiguitos. (Perdón: les amiguites; no te hagas ilusiones).
2. Hexágonos, Esteban. Hexágonos. Otra muestra de cómo el capital argentino volvió a resolver el problema de la regulación estatal: todo tiene entre tres y cuatro hexágonos negros. O sea: todo es venenoso. Morir de hambre o morir feliz, esas son las opciones..
Buenísimo!!!