Whisky ahumado
Igual que el late Larreta, el Macri Negro está más concentrado en ligar la presidencia de rebote que en alumbrar, barrer y limpiar. Cuesta creer que desaproveche así la chance de gobernar BA. Extras.
La gente no quiere saber nada de la vida de los intestinos, imaginan lo peor: vi caer los lectores un diez por ciento durante mi crisis sanitaria. Ya me siento mucho mejor, gracias a todos los que preguntaron, no una cosa de locos, pero mucho mejor. Estoy perfectamente funcional, activo, feliz, máxime que entramos en el otoño y me puedo poner mis camperitas deportivas, dormir con pijama largo y hasta cubrirme con mi super manta overweight. Ahora estoy en plena guerra fría con los alimentos, jugando a los palitos chinos, levantando uno por uno y viendo cuáles me caen mejor o peor, pero sin que los peores me dejen completamente nocaut. ¿Qué sentía durante el pico de dolor? Una gran acidez, épica, sólo eso. Pero no después de dos choripanes sino después de dos miguitas de pan. Todo lo demás iba bien. Así que estuve dos semanas comiendo bananas, luego camarones, bifes y pollo. Masticando despacito, sin sobresaltos, como me enseñó el doctor Nayar, como si estuviera haciendo un curso de masticación, tomando antibióticos y probióticos. Lo positivo de todo el asunto: bajé cinco kilos.
Previo a la gran crisis, hago el recuento ahora, ya había una crisis, como los prolegómenos de Mayo, que se manifestaba en una lentísima digestión y en errores muy inusuales con el habla, como un mal funcionamiento en la ruta fonológica. Decirles a mis hijos: “cerrá el contenedor” en lugar de “cerrá la puerta”, “preguntale a la canilla” en lugar de “preguntale a mami”, además de muy reiteradas confusiones en los nombres. O sea, antes de preocuparme un montón por el sistema digestivo me había preocupado un montón por lo neurológico, y anotaba los signos de un desbarranque inevitable. No tengo dudas de que sendos paquetes de síntomas estaban relacionados. Pero antes de lo neurológico me había preocupado por manchitas en la cara, que entiendo que son de sol, vamos a ver. Ahora que estoy mejor de la panza, que mi habla retomó su curso normal, sólo me queda la consulta dermatológica. ¿Soy hipocondríaco? No lo soy, o no lo era. Pero me vino todo junto. Lo de la piel creo que me voy a inclinar por luz pulsada para eliminarlas, hay algo con láser y un programa posterior de skin care que lleva mucho tiempo y disciplina con cremas, eso no lo veo, pero no tiene sentido que deje avanzar esas manchas si se pueden evitar.
En fin, éste es mi newsletter, y si quiero hablar de mi panza, de mi cara y de mis confusiones, hablo; si escribiera en La Nación, ¿podría hablar impunemente de mis confusiones? No, tendría que revelar conversaciones que no escuché entre dos ministros. Con toda impunidad. En fin, se arregló mi panza , se arregló el habla, pero es casi un hecho que no voy a volver a tomar cerveza. El vino lo retomo con una copita y corriendo a lavarme los dientes para no volver a servirme. Con el whisky voy a cambiar el approach: yo me preparaba el Jameson con mucho hielo y un chorrito de agua. El vaso subía hasta casi el borde, divino, y eso lo iba llevando durante dos horas capaz, horas importantes porque en ellas liquidaba el correo dos días a la semana o me ponía un poco pelotudo para el momento más difícil de la historia de la humanidad, los otros cinco días, que es cuando a los pibes les queda diez por ciento de batería y aún queda el baño, dar de comer y hacer dormir; el whisky es un ansiolítico de venta libre y un perfecto contrafóbico para mí. El vaso de whisky acompañándome por toda la casa me decía que soy un adulto libre, que hay vida eterna, que termina el día pero que la vida nunca se acaba, el espacio se vuelve ambarino, como de burdel. Creo que de acá en más voy a ir al sistema de tomar whisky en un solo shot sin agua ni hielo. Y al cierre exacto del correo, como premio. Que me incendie el pecho. Voy a tomar mucho menos, y puedo ir a tomar etiquetas que me inspiren aún más. El Jameson es genial, un best value, pero es pecsi en el universo de los whiskies. ¿Cuáles son los dos mejores whiskies que tomé en mi vida y hablando sólo de los que pude pagar? El Connemara, irlandés, y el Laphroaig, escocés, ambos ahumados. Pídanlos para Semana Santa, para celebrar la resurrección anual.
Algo que atribuyo al paso del tiempo, y no por lo biológico, es la sofisticación de mi misantropía, que se traduce en que no puedo retener los datos más elementales de las personas que empiezo a conocer. Lo peor es que soy yo, muchas veces, quien se muestra interesado en saberlos. Alguien queda embarazada. “Oh, guau”, digo, eso lo tengo bien practicado. Entonces pregunto el sexo del bebé, a la señora o al marido, como lo haría cualquiera. Me responden. Vuelvo a ver a esa persona días o semanas después o incluso después de parir y no tengo la menor idea de si me dijeron varón o nena. Tampoco recuerdo edades, si los padres viven, cantidad de hermanos, patologías preexistentes. Una pregunta típica mía en las charlas livianas, de ascensor, de espera a la salida de la escuela, es dónde estudiaste, que es una pregunta que siempre me resultó muy genuina, porque me da un cuadrante ideológico de origen de la persona; si son papás de criaturas les pregunto por la escuela, si es que no estoy en la puerta de la escuela, a la que mandan a sus hijos. De dónde vinieron tus abuelos o bisabuelos o tatarabuelos cuando me informo del apellido, pregunto mucho sobre los apellidos, porque sé mucho sobre apellidos europeos, me puedo lucir. Pero lo que me entretiene en el momento, o me resuelve el vacío, tampoco lo puedo retener. Para qué pregunté. Siento últimamente el fastidio del interlocutor cuando ante mi (re) pregunta opta amablemente por contestar como si fuera la primera vez que la hago. Sé bien que no es un tema cognitivo. Lo que interesa en serio aún no lo olvido. Pero sí, perdí el interés profundo sobre quiénes son los otros. Tengo un interés funcional, esta es la profesora de baile, este es el portero del edificio, eso me queda claro, pero ya no sé verdaderamente quiénes son. Es verdad que estar saltando demasiado entre temas durante el día no ayuda para nada a que se acomoden bien los datos en la cabeza.
Ya termino.
Hace algunos años dejé de dar clases en la UBA, después de quince temporadas, más o menos. Los últimos años estuvieron completamente de más, las nuevas generaciones de alumnos ya venían con grandes dramas de vocabulario y miraban el celu de reojo durante las dos horas, para mi escándalo. Yo daba el Taller de Escritura de Nivel Tres en la Carrera de Comunicación, pero en los hechos era como un Plan de Alfabetización tardío. La cátedra, además, se había politizado mucho. Eran, al principio, en su mayoría periodistas de origen socialista normal, como de Alfredo Palacios, bonachones, sobrios, y se hicieron kirchneristas, prepotentes, clima de época, pelotudez, no sé, envejecían duramente a la vista de los alumnos, perdían los dientes, no los reponían. Los años de tasas chinas les dieron una segunda juventud, que es bastante peor que la primera. Y el propósito fue usar la cátedra para hacer la revolución de los periodistas viejos; mi perfil docente estaba más inspirado en William Morris, el maestro y pastor, con una misión que era tomar el español con gran autoridad y cruzar alumnos del otro lado del río, una superstición, como la de los otros compañeros. Me fui hartando de todo el acto, de mi mismo, maduré. Un día una alumna, ante una intervención mía dijo: “eso no es tan así”, y yo no pude haber aseverado algo más exagerado que la inconveniencia de colocar comas entre sujeto y predicado, porque no era para nada mi estilo decir cosas incomprobables, y sentí, verdaderamente, que era el final. Lo traigo a cuenta de la misantropía y el paso del tiempo: un viejo profesor, que aún vive, me habló del alivio que sintió cuando se jubiló y dejó las aulas. Pensé que podía ser al revés, el otoño de la vida, retirarse, pero no. Me dijo: “noooo, me hicieron un favor, no le tengo que ver más la jeta a los pelotudos de los alumnos”.
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Compañeros, el último sencillo del forista Fernando Pedrosa. Recomendado.
El forista Sebastián Campanario lanzó su newsletter la semana pasada. Se llama Proxi. Pueden suscribirse y recibirlo gratis hoy mismo, a la tarde. Campa es el Sarmiento de la Revolución Senior, la de los +50.
"... de les alumnes" No hay que invisibilizar a nadie 😐
Sobre dejar de dar clases: abandoné hace como 12 años o más. Una vez, circa 2009, le titular se fue de viaje y me pidió que de un teórico. Una alumna levantó la mano y espetó: ¿por qué nos dice todo esto? Creo que yo estaba hablando de la tercerización de la economía en una clase sobre el debate modernidad/posmodernidad poniéndole pimienta a algo que ya era pasado y eso no gustó a quienes gustan imaginar una patria industriosa. Esa fue una señal, ya no importaba nada, era una impugnación ideológico-rectal a datos duros. Me gusta pensar que me realicé como docente en mis comisiones: que alguien pegue un 4 en vez de un 2 en el final, luego de largas clases "particulares", en las que se trataba nada más que de leer, entender y escribir, en cafés cercanos a la facultad como si eso le hubiese cambiado la vida a alguien. Después ya 2012 o algo así la cosa ya se puso de todo espesa internamente. En el nivel medio, las gratificaciones básicas como las de a cuantos les entregas el cosito en la colación de grados y la tirria ajena. Pero creo que leo un quién nos quita lo bailado en lo tuyo. Salud y ya tengo 50 y ya creo que vendrán estudios invasivos