Soltá el pie
Hoy se arma el arbolito, compañeros, y con luces, así Papá Noel sabe exacto dónde aterrizar.
Simón cumplió siete años el sábado pasado y hoy hace su cumpleaños oficial con los compañeritos de la escuela en nuestro club, el Círculo Policial, al lado del Parque de los Niños, en la frontera con Vicente López. Unos profes de educación física los van a mantener entretenidos durante un par de horas mientras los papás nos dedicamos a las demandas de baño, comida, agua, a los refuerzos de repelente y protector solar y a la postrera ceremonia de la torta, las velas y los cortes de porciones. Un infierno. No hay papá de hijos que ya estén grandes que quiera volver a pasar por algo así. Es un aro de fuego de larga duración que te come la batería. En la edad media se pintaba a los niños con los ojos rojos porque se sobreentendía que eran agentes del maligno, aunque con la modernidad se impuso más la idea de que son angelitos. Cambian los papados, cambia la letra chica. Pero buen, es mi realidad, la acepto y la vivo como si me fumara un porro interno y el tiempo que debo entregar a anfitrionar una reunión de niños fuera un péndulo de dos toneladas que debo mirar ir y venir. Lo importante, compañeros, es que logramos sortear el cumpleaños en las llamadas camas elásticas. Esto que haremos hoy tiene una logística más sacrificada pero al menos nos sacamos de encima la incomodidad moral de estar dándole al pibe una reunión standard, protocolizada e indistinguible de otros veinte cumpleaños a los que ya fue durante el año.
Cerrado el agujero de ozono, porque se cerró y esto no sale en los medios, el cual impulsó tanto la venta de los protectores solares en los años noventa, la insistencia con encremar a los pibes es lo que más me revienta de estas reuniones, no sólo los cumpleaños, cualquier actividad con nenes al aire libre, así como el afán de que no sean picados por mosquitos, impidiendoles de manera total pasar por la experiencia universal del prurito. Se desata en cierto momento de los asados, todos somos testigos, una intervención de mamás como si fuera un equipo de la Cruz Roja que se tira con cuerdas de un helicóptero para ponerles crema y que los niños no pasen por la terrible experiencia de la quemadura. Noventa a cero nos van a ganar los musulmanes, chicas. Ahí las quiero ver. Para mí a los pibes hay que encremarlos menos, abrigarlos menos y cortarles el chorro de la comida un poquito antes de estar llenos. Lo quería decir. Pero buen, reconozco mi soledad en esta aproximación, es un delirio de fundador, de contrera ante todo lo que automatiza comportamientos de manada, y que desviriliza a los niños y paranoiquea a las niñas. Los necesitamos fuertes, sin miedos, y habiendo atravesado uno o dos traumas antes de que tengan sus propios hijos.
Es ridículo la velocidad con que pasó toda la vida de Simón. La primera vez que nos miramos a los ojos fue inmediatamente después de que nació, cuando pasó del quirófano a la sala de recepción de bebé donde hacen la epicrisis, y le sacaron sangre, y le pusieron unas vacunas y unas gotitas en los ojos. Y ahí nos miramos, los dos con los ojos vidriosos; el bebé, apenas un anfibio estrenando su contacto con el mundo, y yo, un veterano ligando el milagro de la paternidad en las vueltas de la calesita de la tarde. Tuve ganas, pero también suerte, amor y una compañera que se moría de ganas de ser mamá. Desde entonces no nos sacamos la vista de encima con mi hijo, lo veo crecer, lo veo entrar al aula, lo veo patear tiros libres con comba y ayudar a su hermana a ordenar su cartuchera. Él me ve regar, escribir y untarme salsa picante en las encías para enseñarle la intensidad y que le entre la idea de un saque, sin repelente, que no especule y se brinde con todo.
Sin duda, yo soy para él el padre que mi padre no pudo ser para mí y que yo esperaba que fuera. Esa materia, adentro. ¿Pero cómo lo verá Simón en el futuro? Si hay algo que hago mal, ¿qué hago mal, presidente? Todas las mañanas de Dios en estos siete años lo desperté con un beso, acariciándolo, diciéndole mi vida, mi amor, mi hijito, levantesé, arriba. Le he pedido que me acompañe a votar, que me ayude a salar la carne, que separe las claras de las yemas. Le pateé ciento un mil tiros libres al arco. Siguiendo la doctrina Riquelme para la pelota detenida le dije: “Mirá, Simón, soltá el pie”.
De la escuela sale feliz y desarmado, con la mochila empujándole el cuerpo para un lado mientras su voluntad va derecho a embestir mi panza, rebota y da media vuelta para dirigirle las últimas palabras a Lucía y Matías, sus maestros, a quienes ama y que le enseñaron a leer y a escribir, para siempre. Es tan buen alumno, tan buen chico, tan buen hermano e hijo que no nos quedó más remedio que regalarle la Playstation para que juegue como un campeón sin destrozarse los ojitos con el celular en desuso de la madre, torciendo el cuello, acelerando la miopía y la cervicalgia. Desde hace un par de semanas es oficialmente mi copiloto. Sé que es contra la ley pero la mayoría de las veces viaja al lado mío y afirma su mano en la palanca y con la mía encima mete los cambios. Cuando viaja atrás dicta el recorrido con el Waze.
Esta noche a la vuelta de su cumple, reventados, como corresponde a una familia que dejó todo para sobrevivir y darse los gustos, vamos a armar el árbol de Navidad, y Simón y Amparo le van a escribir a Papá Noel la carta donde le piden lo que quieren sabiendo desde el vamos que les va a traer lo que encuentre y lo que pueda. Y que el niño que acomodarán en el pesebre es la representación de la esperanza de que seguiremos unidos cumpliendo años, que hay comunidad, que se pueden reparar los desastres que hayamos hecho, que vamos y venimos de los problemas, que se renace y se vuelve a intentar. La fe no está atada a los razonamientos perfectos, sino a algo significativo e inmaterial que sucede en el campo imantado de nuestra experiencia, en la sombra que le fabricamos al sol, en la casualidad, cuando sentimos que algo más pasó en el aire, en el ambiente, porque simplemente no pudo ser tan bueno. Es más edificante que viajar a upa de la desgracia.
FIN
Compañeros, estos son los botones de las suscripciones. Se debita mensualmente. No pasa nada. No te das cuenta. Y mantiene con vida el correo.
Este es una promoción de navidad. Que equivale a dejarme algo en el arbolito.
Aviso
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Gran publicidad de Coca Cola sobre la paternidad.
Hermosa nota sobre la paternidad. Mis hijos pasaron los 40 pero todavía recuerdo la agotadora tarea de criarlos como buenas personas. La ventaja es que en esa época los niños eran de carne y hueso todavía
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