Si hay quilombo, estoy y estaré
Sólo el fuego permite el regreso de la energía, toda otra forma de mediación caducó. Los legisladores se representan a sí mismos.
Con el calor infernal sin palabras de los últimos quince días tuve la misma sensación que con los marcianos hace un mes. ¿Y si es verdad que vienen? ¿Y si es para siempre este infierno y empeora año a año? Otra vez la incertidumbre, el miedo íntimo a que lo que es más grande que uno, el sol, los enanitos verdes, todo lo que no se puede controlar, deja de estar quieto o escondido y se mueve en dirección a cortarnos la libertad de movimiento o la vida.
Me apena que mis hijos no puedan vivir la emancipación que experimenté en la infancia cuando pude tomarme el 104 solo, a los 9 años, para ir a la escuela de madrugada, quedando al cuidado eventual de otros adultos desconocidos que me pondrían a resguardo de una calamidad y completamente jugado al conocimiento que yo pudiera tener a esa edad de la bondad o de la maldad humana para medir alguna situación extraña.
Que tampoco les toque algo como los años inmediatamente posteriores al festival de fiambres que abrió la triple A cuando la Argentina iba de blanco, como una novia enamorada, al encuentro del destape, la libertad, la vida y la paz, también me pone mal. Que se pierdan una vivencia que vaya de negro a blanco y no éste collar de perlas paranoicas que tienen de oferta desde que nacieron.
Me crea mucha ansiedad que, ante alguna forma de apocalipsis, deba yo actuar para ellos situaciones de una infancia feliz, mientras me quemo por dentro. Los niños, mis niños de 6 y 4 años, ya fueron torturados dos años con encierros forzados, sin jardines, ni clubes, ni plazas y con una publicidad infernal que los hacía asesinos potenciales de sus abuelos. Cuando se pudieron mover, les apuntaron todos los días con una pistola termómetro que en ningún supermercado del país dio la temperatura correctamente. La pantomima fue sostenida con una disciplina que no termino de asimilar.
Con el Covid hubo que transitar esas instancias pesadas pero, al menos en casa, sabíamos que era todo falopa y que esa tasa de mortalidad no justificaba la suspensión de la vida normal. Que sólo nos podía afectar muy marginalmente, así que los protegimos bien del delirio colectivo. ¿Pero si la próxima pandemia es de verdad? ¿O si el próximo cuento de terror también es falopa? Por ahora sufren, junto al calor extremo, la narrativa asociada al calor extremo que empieza a colarse hasta en los discursos de los youtubers y tendrán como castigo la ansiedad climática y no estar haciendo lo suficiente por detener el fin del mundo, que aún no pueden conocer del todo.
El miércoles llegó la tormenta más esperada del siglo 21 y me dejé llover entero durante veinte cuadras después de dejar el Ford Fiesta en el service de Dietrich de la avenida Corrientes en Almagro. El auto pierde aceite y también calienta un montón, compañeros, y pierde, de a ratos, y de a chorros, el líquido refrigerante colorado como si estuviera, ejem, menstruando. Yo tengo el superpoder de saber lo que le pasa a una mujer cuando está en esos días o cuando dice que no le pasa nada pero abro el capot del auto en una emergencia y veo esa ciudad de tuberías y contenedores, muchas veces sucio e hirviendo, y no veo nada de nada, no lo entiendo, no puedo seguir las conexiones, no sé, y me siento muy miserable e, incluso, poco hombre y razono que solo debo tener aquello que pueda reparar con mis propias manos o reponerlo sin quebrar. Que si no es para sufrir. Pero, claro, el auto aporta esa cuota de esperanza en la escapatoria de la ciudad y la comodidad para el commuting sin sudor y hasta productivo si uno escucha un podcast o un audiolibro.
Con el auto en manos de especialistas, caminé hacia Chacarita y pasé por la esquina de Corrientes con Ángel Gallardo donde se había cortado el tránsito unos minutos antes y ardían cubiertas encendidas por vecinos fastidiados por la falta de energía. El quilombo me gusta muchísimo, qué puedo decir. Si hay quilombo, estoy y estaré, por eso mi primera reacción con estas manifestaciones es siempre excitada. Pero luego pienso dejemos que la gente se mueva, compañeros, que se mueva la guita, que fluya. Pero porque no soy la víctima del corte, lo cual da paso a mi tercera reacción que es saludar la protesta porque es lo más civilizado que tenemos. Si estos vecinos esperan que llegue la solución a los cortes de luz que sufren, estas soluciones no llegan nunca. Almagro tiene que arder porque colgar grullas de papel de los árboles no va a conmover a nadie.
Así que uno consigue el kerosene, el otro las cubiertas viejas, un tercero pone el fósforo, un cuarto agita y detiene el tránsito. No es la cadena de valor que nos va a transformar en Corea del Sur, pero puede ser una que, en la mala, no te haga tanto más miserable. También me conmueve el papel de la policía de la Ciudad, que funciona en la mayoría de las protestas asistiendo a los que protestan lo que incluye sacar del medio a quienes se enojan.
La lluvia empezó cuando yo ya había pasado el piquete pero no tanto como para no regresar el par de cuadras a ver qué hacía la lluvia con los neumáticos: si lo mismo que la primavera hace con los cerezos o qué, compañeros. La lluvia leve matizó el fuego, lo hizo resplandecer, le aclaró el naranja, pero cuando se intensificó las llamas bajaron su altura pero no se apagaron, quedaron encendidas como los quemadores de un horno y el humo se volvió más denso y más bajo al tener menos escapatoria, supongo que un efecto óptico, más que nada. Pero negro, el humo; negro, negrísimo y tóxico, en una protesta que apenas iniciaba y que ya se cortaba por el temporal.
Estamos en un sistema donde los ciudadanos se auto representan y no cuentan, simplemente, con alguien que encarne el trabajo de quejarse en nombre de ellos. ¿Qué más pueden hacer? Hoy un diputado no sirve ni como objeto transicional para los vecinos. Y es creciente y por ello adquiere dimensión de espectáculo el anonimato de todos ellos que siendo todos distintos son todos iguales al ojo del votante.
Ya termino.
Cuando camino, me sorprende que camino naturalmente erguido. ¿Cuánto durará, presidente? ¿Es psicológico, físico o psicofísico?
Hice 25 años de terapia. Atribuyo caminar naturalmente erguido al perfeccionamiento de mi ego. Mi primera psicóloga era una mujer muy dulce, mamá de dos niños, casada y católica de la orden de los exhibicionistas porque en su consultorio de Once tenía la imagen de la Virgen María sobre el escritorio. Ella me recibía siempre con una gran sonrisa y me trataba como a un niño de 23 años. Me acostaba en el diván, se me acercaba con la silla y me ponía la mano en el pecho y me decía que ya estaba ahí, en el aquí y ahora, y me hacía respirar de una manera consciente mientras me acomodaba almohadones con formas de caramelo bajo la nuca y las rodillas. Su mano no se despegaba del pecho hasta que toda la reforma de mi ser, que llegaba deshecho por la angustia y la calle, se completaba. Durante muchos años me avergoncé de esta terapia por lo heterodoxa y poco austriaca pero es imposible que aquello que esta señora hacía conmigo no tuviera un método o que no hubiera llegado a algún tipo de psicodiagnóstico que la orientara a determinar un abordaje. Entiendo hoy, en esto pensé bajo el agua, a lo mejor con mucha buena voluntad, que su intención era hacerme descubrir la posibilidad del lazo tierno con una mujer y no a la defensiva de a ver cuándo llega el enojo.
Unas horas después me llamaron de Dietrich para decirme que el auto tiene más problemas que Alberto Fernández, que no podían cotizarme porque debían confirmar la existencia de los repuestos necesarios. Pero que estimaban unas 8 horas de trabajo y que eso es arriba de los cien mil pesos. Una verdadera desgracia. Hoy, entonces, por segunda mañana, tuve que llevar y traer a las criaturas en Uber y esto es muy desgastante.
A la conmoción de la salida, con los gritos y las amenazas cotidianas, se agrega mirar la aplicación y ver el recorrido que hace para llegar a casa y luego encajar bien la llegada del auto con la bajada a esperarlo. No creo que pueda tener salud para soportar algo así mucho tiempo.
Al revés, me conmueve que mis niños acepten tanta marcialidad matinal y los cambios de rutina con tanta amabilidad. Se suben al auto extraño, se quedan sentados, no hacen quilombo, llegan a la escuela, bajan, y nos dicen que nos quieren mucho. Cómo es posible.
Son tan buenos que me parte el alma la cantidad de veces por día que debo decirles que la corten, que no jodan, que la tablet no, que no a todo, básicamente. Espero que no llegue el día en que digan, bueno, no molestemos a papá. Ya estuve ahí.