Una familia es una gran creación, dificil, del género de lo imposible; se habla bien y se habla mal de la familia, yo hablo bien, requiere de mucha comprensión mutua dentro de la pareja, saber apreciar un día y soportar otro día la presencia del compañero o la compañera, la demanda incesante de las criaturas, como un código morse kilométrico, extenuante, si se mira sólo lo difícil, y aprender a vivir con esta contradicción permanente, lo bueno y lo malo, lo feo y lo encantador, lo divertido y lo tortuoso; además, el para qué vivo que late en cada uno de los adultos, mientras se mira al otro, tejiendo o destejiendo sus propios proyectos, sin compartir la ansiedad, pero dejándola como un fantasma en el living donde los niños juegan al veo veo y a quienes se les traspasa una cantidad de información imprecisa por ósmosis; al menos, serán escritores, pienso yo los días malos, o trompetistas, pienso los días buenos; se afina, inconsistentemente, se desafina, inconscientemente, está lo que se habla y lo que no se habla para no sumar un problema más, y se manejan las agendas minúsculas, el martes que no viene la empleada qué hacemos, de una manera quirúrgica, para que no despierten y acumulen una enemistad irremontable.
Requiere, el matrimonio, la pareja, la jefatura bifronte de una familia, entiendo yo, de algo más sofisticado que el amor y de la afinidad sexual, de una convicción ideológica: tener una familia es algo bueno, algo importante, y esa certeza despeja el corredor para que circule el amor y se multiplique por efecto del tiempo, por tirar juntos tantos años del mismo carro, y recrea el erotismo si, además, por supuesto, compañeros, uno y una mantienen el pajarito y la casita à la maison. Que la familia exista no es sólo un regalo para los niños que aprecian un montón la postal repetida de los dos papás juntos sino que, por su dificultad, por su arquitectura de tiempo más drama, es una de las grandes creaciones de nuestra vida.
Cierto que hay puntos de difícil retorno, cuando la deslealtad es material, evidente, a la vista, fáctica, no sólo un pensamiento, o un flirteo de bar, o cuando asoma la violencia. En esos casos, lo que es perdonable o no ingresa al quirófano de la subjetividad que, entiendo yo, no puede permitirse filtrar ni una luz del narcisismo de la víctima eventual, pero que obliga a una mutua objetivación del hecho, porque es una dimensión patriótica la que está en juego. Cuando una familia se asienta sobre el suelo que la fecunda y al cual fertiliza, en la que cría niños, tiende las redes que los ligan para siempre. Si la patria de la literatura es la infancia, para la infancia, la patria es la familia. Desligarse puede sonar a libertad, a placeres, como el pobre tipo que escapa del hogar en Intimidad, la novela de Hanif Kureishi para separados, pero en realidad es una deserción. Ante las dificultades, las depresiones, todos los puntos negros del código morse, debe anteponerse todo lo posible la bandera nacional, antes que la emoción de la ofensa y el hartazgo.
Para salvaguardar los intereses nacionales soy partidario de las rutinas que afirman y dan seguridad a los niños y esperanza a los adultos. Arrancar los días con una canción; hacer cuentas en el auto con los niños, sin papel, sin mirar los números; los viernes de pizza y los sábados con desayunos extraordinarios; los domingos, ravioles y si los feriados llueve, el pueblo no se mueve. El spring break de cada año escolar en la playa que se pueda pagar. La familia es un templo, así lo veo, se da de comer, se crece, se sufre, se envejece, y nos emocionamos en las ceremonias donde se evidencian los progresos porque conectamos con lo absoluto.
Veo con alegría como en la mayoría de las escuelas públicas, e incluso las privadas a las que mandan sus hijos los padres más liberales y progresistas del mundo, las instituciones hacen un subrayado muy especial de la palabra familia, contrario al espíritu de época donde la familia es tomada en sorna por la publicidad y la industria del entretenimiento en general con la intención de hacer sentir un poco mal a las viejas formaciones de familia tipo, familia numerosa. “Esperamos a todas las familias” o “¡vengan con sus abuelos!” se lee en los cuadernos, en las cartulinas de los ingresos. Porque el aparato ideológico escolar necesita del aparato ideológico familiar para ponerle un dique al relativismo, a la joda, a la desacralización del aula, y que las familias dejen a los pibes a la hora señalada y no cuando más o menos se levanten, así como la familia necesita que la escuela, y no magoya, sea la que enseñe y no se borre de su responsabilidad central en la calificación de los pibes. La escuela ya no les dice papis y mamis como si estuvieran en jardín, apela a la familia, tradicional o monoparental, unida de hecho, ante dios o en un CGP y les recuerda qué es lo que son.
El movimiento Ni una Menos en Argentina, como el me too en el resto del mundo, tuvo muchos efectos positivos: el principal, la universalización del buen trato que los porteños y los rosarinos ya daban a las mujeres y que ahora se extiende a Córdoba, incluso a Mendoza, y derrama sobre todo el país, la supresión del piropo callejero, el abuso de poder con alguien más frágil; además, ya no se puede mirar un culo durante una cuadra, práctica usual inmortalizada por El Loco Chávez cuando por la ventana del bar veían pasar a una mujer que rajaba la tierra y les quedaba el cuello estirado durante tres de los cuatro cuadritos. Hay vergüenzas nuevas en los hombres, lo que permite más libertades para las mujeres que hoy pueden discontinuar un embarazo, si se les da la gana, por ley, gestión Alberto Fernández, y es más fácil para una mujer resistir la obligación de ser mamá, si lo último que quiere es serlo. Diez puntos.
Tuvo también sus externalidades negativas. Fueron muy conocidos los ajustes de cuenta tardíos con profesores de teatro o actores que terminaron en cancelaciones y en el suicidio de los viejos victimarios de un viejo régimen cultural. Daños colaterales. También hubo casos donde niñas de escuelas secundarias se organizaron para repudiar a niños de 15 años que cometieron el error de enamorarse y alguno se quitó la vida, demasiado abochornado, pero en la mayoría de los casos fueron bien tramitados por las instituciones y las familias y las historias pasaron a ser anécdotas en la vida de los jóvenes. Fue uno de los efectos de la adolescentización del movimiento feminista. Pero, claro, qué habría sido de todo el movimiento, y de sus efectos positivos, si no hubiera sido por las millones de adolescentes en las calles.
El clima de época también postergó la maternidad deseada y el armado de una familia de muchas compañeras. El cuerpo biológico de una mujer tiene un tiempo para crear una vida, además de para expulsarla con el delivery de misoprostol. Después de los treinta años la fertilidad decrece. Esa es una conversación que no estuvo, y que no está, se les recordó mucho tiempo a las mujeres que podían abortar, que no debían complicarse la vida si no estaban seguras, pero se habló poco durante la marea verde, y se habla poco también hoy de que los tiempos son tiranos para la procreación.
El Estado presente no llama desde hace mucho tiempo a hacer familias; al contrario, fomenta que no existan.
FIN
Qué oportunidad de colaborar, compañeros. Tenemos gasoducto, todo vuela. Descuentos mensuales, ni se sienten.
Entre no muchos otros sigo este gran newsletter de Diego Geddes. Este post es particularmente lindo.
También leo éste, de Gustavo Noriega, y donde los sábados escribe también Mariela Sexer que hace recomendaciones gastronómicas.
Esta nota en Seúl del domingo pasado.
Nos vemos moviendo las cabezas… Hasta el viernes.
Muy bueno!
Hermoso