Reserva de valor
Una vida mejor es cara pero una vida peor puede serlo aún más. La organización vence al tiempo, compañeros. Tradición, honor, disciplina, excelencia: la fórmula de La Sociedad de los Poetas Muertos.
A mí me sorprende que la gente respete los semáforos, que siendo la Argentina una joda completa, las personas, “abajo”, acepten ese pacto que no siempre está atado a una multa eventual porque todos sabemos dónde están las cámaras y dónde no, y contra toda la evidencia de que podría romperse perfectamente la ley si nadie se aproxima a cruzar la bocacalle a pie o en otro auto. Estoy seguro que no es un acto reflejo o el miedo lo que nos pega al suelo con el semáforo en rojo, sino que es un acto consciente y deseoso, ¿y orgulloso?, de cumplir con las reglas o acuerdos que tenemos para funcionar. Lo mismo pasa con los turnos, con las colas. Tengo el recuerdo patente de mis viajes a Brasil en los años noventa, con estadías largas bien inmersivas, y viviendo con un dólar al día, de cómo se arrojaban todos los trabajadores sobre los ómnibus sin respetar el orden de llegada, ni siquiera a los ancianos o embarazadas, un verdadero escándalo o choque cultural viniendo desde Argentina. Igual que en los teléfonos públicos donde alguien podía colgarse hablando largo sin ningún interés por quien le siguiera en la hilera. En Buenos Aires mi experiencia con los teléfonos públicos era que se usaban, los que andaban, tomando muy en cuenta que la llamada fuera breve y con arreglo a fines concretos, funcionales, útiles, no llamar para boludear, y cuando alguien empezaba a extenderse en una comunicación, desde atrás se hacía ruiditos con el llavero o golpeando los cospeles contra el primer caño próximo.
En 2024 sigue siendo una grave felonía, una vergüenza, intentar saltearse el orden que los argentinos establecemos desde hace años para comprar los ravioles; uno por uno, se espera, se mira el telefonito, se relojea a la gente, pero en orden. El domingo estuve en Master, casa de pastas sobre la avenida Cramer, haciendo una compra grande, como para frizar, y además salvar el almuerzo con la pesca del día que fueron unos raviolones de osobuco y hongos que después comimos con una salsa suave scarparo lubricados con un vino L’amitié, que una participante del Taller Shampoo trajo al cierre del año, y que entonces no llegamos a abrir, llenándome de culpa, yo, por la circunstancia de que su amabilidad no fue alcanzada por la meta de su degustación en grupo. Lo ajusticié (un abrazo a Natalia que lo proveyó) le gané cinco a cero al vino, así que terminamos de comer y me tiré en cruz sobre el piso del living y los niños preguntaron si podían jugar a la Play y les dijimos seeeee.
El elenco estable de Master es over 40, no sé qué cuernos comen los jóvenes, la verdad, y es un comercio de Belgrano, Colegiales, con toda gente acomodada, mucho jubilado de algún régimen especial, y entre ellos me sorprendió ver a Alfonso Pícaro, actor de la troupe de Calabró y Olmedo, alguien que daba los pies para los remates de los capocómicos o hacía de víctima (uno de sus personajes era Miseria Espantosa) y que cuando le clavé la vista como reconociéndolo, reaccionó con una broma hacia Simón que me acompañaba armado con su pico martillo de Thor. Pícaro se le puso en guardia. Me alegró y sorprendió verlo porque pensé que, bueno…, pero ahí estaba, flaquito, chiquito, con la nariz ganchuda de toda su vida, de hecho no me terminé de convencer de que era él hasta que lo vi de perfil y cuando representó un papel me quedaron aún menos dudas. Conmovido por la circunstancia y por su habilitación estuve a punto de hacer una pequeña escena con Simón y presentárselo. “Hijo, el señor fue un gran personaje de la televisión cuando yo era un chico como vos”. Pero me abstuve y la incorporé al cada vez más grande conjunto de cosas que digo y para qué lo haría. Alfonso estaba en bermudas kaki y en los segundos que hizo artes marciales con Simón chusmée la evidencia del paso del tiempo en él, las manchas en la piel marchita, los ojos sin brillo, los hombros vencidos. Lo atendieron enseguida al viejo actor y nos distrajimos con Simón estudiando qué llevaríamos y no atendí qué fue lo que él llevó aunque sí lo acompañé con la vista en su salida a la calle y luego fui hasta la puerta para verlo marcharse chiquito, flaquito, en dirección a José Hernández.
Ya no tenemos empleada en casa así que debemos ejercer una dura disciplina con el lavado de las vajillas y la preparación de los menúes para la semana, para no terminar ninguna noche pidiendo empanadas o berretadas similares y comiendo sano o bien. Comer sano es caro, pero hacerlo en casa es mucho más barato que comer basura de afuera. Hay que ser disciplinado, hay que tener la cocina siempre impecable para que den ganas de entrar y tiene que haber disponibilidad exagerada de alimentos y condimentos. Heladeras llenas abaratan en la curva alimentaria del mes pero, otra vez, siempre que se tenga la cocina impecable para que den ganas de cocinar y para cocinar tiene que haber heladeras y despensas llenas. Y luego aprovechar hasta los huesos de carne o pollo para hacer caldos que después mejoren una sopa o una carne al horno. No debe ahorrarse en tuppers, mientras estos no salgan de casa. Si salen, fueron. Hay que tener film pero comprado por cien metros, no ese rollito pijotero de soltero, sino algo bestial, y si hay espacio ponerlo dentro del dispenser que lo corta. No hay que ahorrar en lo que te hace ahorrar guita. Tercer mensaje a la juventud del año. Fueron dos en la pasada edición.
¿Dónde compro la mercadería? La carne de vaca y cerdo en Piaf. Abre 8.30, horario soñado. Dejás a los pibes en la escuela y de vuelta púmbate, una compra recontra eficiente de carne en diez minutos, una vez por semana, los lunes, y pago con tarjeta y a esa hora pongo el auto en la puerta. El pescado en Frigorífico Pesce, una vez al mes. Viene a domicilio todo perfectamente envasado y con la cadena de frío asegurada. El pollo en Rancho Market, una vez al mes, a domicilio, igual que Pesce y haciendo coincidir la llegada el mismo día para no ser esclavo del portero eléctrico. En Silvestre compro el pan de molde o de campo, de masa madre, integral, con semillas, y me sale la mitad que el Bimbo artesanal. ¿Perdón? El de Silvestre es un pan extraordinario que, como corresponde, se pone viejo al otro día, no como el Bimbo que resiste una guerra nuclear, y a Silvestre que, además, tiene una tienda completísima de orgánicos les compro el maple de huevos OVO que tiene una yema más amarilla que Crónica. ¿Les parece caro? ¿White people no sé qué? Más caro es pedir delivery en plata, tiempo y calidad de vida. Las prepizzas son de Craft Vegan Bakery y la mozzarella la compro por horma en el mayorista Lanel y la fracciono de a 200 gramos con mi papel film y al freezer. Funciona y todo junto lleva menos tiempo y ansiedad que cargar una sola comanda en Pedidos Ya. No se tiene que cortar la energía, naturalmente.
Compañeros: de niño y joven tenía vergüenza de pasar al lado del kioskero si ya me había comprado el diario o El Gráfico en otro lado. Doblaba el Clarín o la revista en cuatro y lo metía entre los libros o la carpeta de la escuela porque lo sentía como un gran acto de deslealtad. Dado que ya no compro diarios me pregunto en qué otro lugar o experiencia se repetirá esa vergüenza íntima. Identifico que hay algo a lo que me resisto, para no sentirme un traidor, o que me vean como uno, que es atenderme con otra odontóloga que la oficial que tengo hace 30 años. A veces quisiera tener una segunda opinión sobre algo, o conocer la práctica de otro profesional, algunos agregan mucho circo, que es como ir a un super lavadero de autos, me cuentan, y la mía de pedo se pone los guantes, lo cual agradezco porque lo tomo como gesto de confianza y yo soy muy de la fiesta de la viruela, nos contagiamos todos y seguimos hasta el amargo final.
Te gobierne Abraham Lincoln o Javier Milei la micro, la diaria, se gestiona siempre parecido, con los mismos apegos, las modificaciones son mucho más lentas, y entiendo yo que esa es la reserva de valor que tiene la sociedad para darse nuevas oportunidades de retomar una senda que podemos llamar de progreso, de justicia, de crecimiento. Estoy seguro que podré ser refutado con cincuenta contraejemplos, pero están estos ejemplos, los pactos tácitos, las vergüenzas que conforman un stock de nobleza del que disponemos como sociedad para reproducirnos, afianzar la identidad y tener un destino común.
Me voy. No sin antes decir que me traicioné esta mañana, a punto de publicar, y googlié a Alfonso Pícaro, no porque tuviera alguna duda de mi encuentro con él, sino para ver si en alguna entrevista decía algo de Belgrano o de las pastas, ni siquiera para agregarlo al correo porque el texto estaba cerrado desde ayer, sino por curiosidad extra, y di con algo más poderoso: me entero que se murió en 2012 a los 83 años. Una pena.
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El mejor artículo de autoayuda que leí en mi vida. Te juro que lo archivo.
También muy optimista: hay vida después de la muerte.
Mucha data! Gracias! Pobre Picaro!