Pobre padre
Llevo una vida asistiendo al espectáculo de encumbramientos y defenestraciones de personajes públicos. A muchos tuve la oportunidad de verlos bastante de cerca en ese camino de subida y bajada. Por ejemplo, en 2010 acompañé en algunas actividades a Ricardo Alfonsín y escribí sobre él para la revista Rolling Stone cuando estaba en ascenso. Fui demasiado generoso en el retrato personal y hoy lo lamento. Pero el artículo no está tan mal y creo que presenta al personaje y algo del contexto en que emergió como alternativa. Se evaporó rápido, hizo una alianza con el supermercadista Francisco de Narváez y después sólo vivió del apellido hasta este final agónico regalándose para retener la embajada de España con un sólo propósito: fingir importancia personal, circular por palacios, comer desmesuradamente bien.
El artículo.
La primera vez que vimos en persona a Ricardo Alfonsín fue en septiembre de 2006 en el restaurant Broccolino de Esmeralda y Córdoba. A eso de las once de la noche, él, entonces diputado provincial, terminaba de cenar con unos amigos y atravesó el salón, camino de la avenida. Nuestro anfitrión era Franco Rinaldi, salteño, politólogo y especialista en aeronavegación comercial que tiene su propia mesa allí Al ver pasar a Ricardo, Franco lo saludó con un cabeceo feliz, a la altura del cariño que le despierta cualquier extensión humana o simbólica de Raúl Alfonsín. Con interés por satisfacer esos ojos negros que pedían contacto, Ricardo avanzó sobre la mesa siempre numerosa de Rinaldi y dio todo el giro para dar cinco manos a hombres y unos cuatro besos a mujeres dándole a entender, a cada uno, que era un verdadero gusto conocerlo, conocerlos, conocerse. El gesto nos aturdió porque no esperábamos ni deseábamos tanto; Ricardo no era tan conocido aún como para rendirse de manera irremediable a la regla de no quedar mal. Pero claro, si uno se atiene a que la representación hay que ganársela, desde los medios o poniendo el cuerpo, se comprende mejor su comportamiento, y visto desde hoy, la perspectiva mejora porque esos ocho argentinos que rodeábamos a Rinaldi, y el propio Rinaldi, escritores, periodistas y académicos, que podemos crear, en las actividades que realizamos, opinión pública, contamos al menos con una anécdota buena con él. Ricardo dio la vuelta y dijo en orden: buenas noches, mucho gusto y se despidió con un buen provecho para todos haciendo la inclinación japonesa de la humildad y pertenencia al otro.
Las próximas cincuenta veces que lo vimos fue por televisión, todas las que no cuentan, porque si en la tele alguien se pierde bajo un manto de neblina, la tele muestra la neblina, muestra al hombre, pero se pierde el manto, porque requiere de otra sensibilidad para verlo. En noventa por ciento del archivo televisivo de Ricardo hallable en la web, éste aparece en pantalla: hablando con el padre, hablando sobre el padre, despidiendo al padre, recordando al padre y comparado con el padre. La segunda vez de las buenas, entonces, fue el 28 de mayo de este año en el vestuario de caballeros del Microestadio de Ferro Carril Oeste, a metros del centro geográfico de la ciudad y a pocos minutos de subir al escenario para dar el discurso de cierre del acto con el que terminaba su campaña para la elección de autoridades internas de la UCR de la provincia de Buenos Aires. En la elección se jugaba la gran chance para subir, ya con legitimidad partidaria, sus apuestas y aspirar a la presidencia de la Nación poniendo en valor las encuestas que lo mostraban y muestran a la cabeza de todos los dirigentes políticos en cuanto a imagen positiva.
El 30 de septiembre de 1983, en ese mismo club, pero en la cancha de fútbol, su padre había hecho un acto que paralizó a la ciudad porque los colectiveros y ferroviarios declararon una huelga relámpago para inhibir a la concurrencia y, así y todo, el mitin, parte de una serie de movilizaciones conocidas como alfonsinazos, fue un éxito total –lleno absoluto, delirio constitucional y pogo durante el recitado alfonsinista del preámbulo que encolumnó y movilizó apasionadamente a sus votantes para el último mes de campaña. Hasta los peores ciudadanos, los más egoístas y desinteresados con el destino común, pegaban calcos con las siglas RA sobre un fondo celeste y blanco. Este último viernes de mayo, su hijo Ricardo estaba con las piernas extendidas sobre uno de los bancos largos del vestuario, la espalda contra la pared y la expresión de un hombre agotado por el trajín de una campaña electoral que se hace viajando en auto por rutas bonaerenses y con actos eternos. Fumaba con metrónomo, sin perder el ritmo de veinte segundos entre pitada y pitada, sus Derbys suaves, una de las segundas marcas de Massalin, tomando el cigarrillo con tres dedos, el índice, el mayor y el pulgar, atenazando. El hilo de humo ascendía al breve cielo del salón iluminado con triste luz blanca, que opaca las mejores victorias y acentúa las peores derrotas, y que gastan los azulejos viejos estrenados para honrar la llegada de los dos primeros jugadores negros, Terry y Berry, a la primera de básquet gracias a los dólares baratos que regaló la última dictadura militar para fundirnos.
Unos pocos amigos y familiares lo rodeaban y dejaban en paz alternativamente mientras Ricardo atendía los llamados de las radios donde debía comentar una y otra vez las profecías realizadas ese día por su hasta entonces aliada Lilita Carrió. Un socio del club de mediana edad llegó transpirado de dar unas vueltas olímpicas y, sorprendido por la presencia de tantos civiles en ropa de calle, y también de mujeres, le preguntó al señor de la jaula guardarropas si se podía bañar y, en Ferro, por las sucesivas malarias, a los socios se los cuida de a uno, y le dijo que sí y le armó una subdivisión en el sector de duchas, con toallas, parecido a un hospital de campaña, para que pudiera ponerse lindo. Ricardo, resignado a que todo en esta vida no se puede controlar, se acomodó en el banco y atendió a los chicos de los medios gráficos que lo siguen y que toman sus declaraciones apasionadas pero cordiales cargadas de: ¡no, por dios!, ¡cómo podría yo decir algo así! cuando lo pinchan para que declare con veneno. Seguidamente, Gerardo “Gerry” Morales, que es como un niño jujeño, canoso y entusiasta que preside el bloque de senadores radicales, le avisó que debía subir al escenario, que ya era hora, y Alfonsín trató de concentrarse de una manera que consterna a sus acompañantes y a quienes lo quieren bien porque, sentado, se vuelca sobre sus rodillas y mira el suelo, como tratando de asimilar, de asimilar…, y fuma y todos miran la acción de fumar con las marcas vigilantes de los tiempos que corren: ¡fuma!, o ¡pobre, fuma!, tan distinto a la eficiencia alveolar de Cleto Cobos, su rival en la interna presidencial de la UCR, que corre medias maratones en superficies planas o con pendientes, y todos los alfonsinistas llevan la cuenta regresiva de cuándo dejará de fumar este hombre, no sólo por su salud, sino por la imagen pública, porque fumar no queda bien, ¡aunque eso lo haga feliz! y a ellos no les cambie sustancialmente la vida.
La tercera vez que lo vimos fue en el café del hotel Castelar el domingo 6 de junio de esas elecciones internas de la UCR bonaerense. Acompañábamos una mesa del fondo del salón que presidía Nicolás Wiñazki, gran golfista amateur y periodista político de Clarín, encargado por su medio para mirar de cerca cómo se cocina esa candidatura a la presidencia. Ricardo ingresó con su celular Motorola, reventado, con la batería y el chip al aire libre, atornillado a la cara, acalambrándole el brazo, y fue dando manos a una vasta tropa sexagenaria and beyond que tomaba el té en el hotel y, al divisar a Nicolás, se encaminó acelerado y ganador a saludarlo con información muy optimista sobre cantidad de votantes y resultados parciales. ¡Nico, Nico, Nico!, le fue gritando hasta el acoplamiento en un abrazo con este periodista muy joven. Le dijo lo optimista que estaba y, aún en su pico plasmático de felicidad, en medio de la jornada de su ascenso a la primera liga en serio de la política argentina, reprochó, pero con mucho cariño, a Nicolás un dato inexacto sobre el resultado de una pequeña interna de hace seis años. Una pifia minúscula en la perspectiva de la historia de la humanidad pero que suele ser enorme visto desde el esfuerzo que pusieron los involucrados en el tejido histórico. Ricardo insistió, no obstante, en que se lo decía en homenaje a la verdad histórica. “Y no por mí”, “No, no, ¡por dios!”
La cuarta vez fue una hora más tarde en su habitación del cuarto piso del hotel. Ricardo ya era el ganador de la interna en la que habían votado ciento veinte mil personas contra las cincuenta mil de las internas anteriores en las que el hijo del ex presidente no había podido cobrar los intereses que dejó el padre en el banco de la memoria de quienes se afiliaron al partido por él, y estaba extremadamente feliz, lo que es decir, sus ojos vivaces, el cuerpo acelerado para recibir y lanzar teléfonos celulares, como un pitcher y un catcher, para bienvenir con abrazos a amigos en el cuarto una suite para reuniones, sin cama que se integraban a una ronda de sillas thonet ocupadas por antiguas espadas de Raúl, como Mario Brodersohn o Federico Polak, que festejaban como si fuera una reparación, pero como hombres grandes también, septuagenarios, experimentaban un volver a vivir: la vida misma ante la tercera oportunidad de la juventud y la movilización amorosa que excede la búsqueda del dinero y el patrimonio, y que incluso excede la conquista del poder. Es la competencia o la consagración al sudoku con que los gerontólogos templan a los ancianos. Los cafés, las Cocas, las Sprites mantenían la excitación, por encima del cansancio, y colocaban a Ricardo en su cumbre kinestésica, desplegado como una bandera sobre la silla, en medias, con sus botitas de gamuza azul bajo la silla, y a los gritos pelados con quienes lo llamaban desde distintos puntos del interior bonaerense “¡Héctor, querido!, “¡Alfredo, querido!”, tratando de que los matices de su amor a cada uno no arruinaran una gran jornada con misiles del inconsciente.
Sin duda, estar contento ayuda a las performances más actorales y Ricardo Alfonsín era un hombre realizado. Su cerebro se llenaba de números, de votos, de distritos, y el resto de los habitantes del cuarto iluminado cálidamente con veladores de pie lo contemplaban como quienes asisten a uno de esos momentos que son de inflexión en la lenta coronación de un hombre público, tratando de imprimirse mentalmente los fractales que el día de mañana le organicen el relato mítico de yo estuve ahí. En ese viaje onírico y diurno andaban cuando entró el llamado de Julio Cobos, víctima número uno del triunfo de Ricardo ese domingo por la derrota de los otros hijos no sanguíneos de Alfonsín que lo respaldaban. “Julio, viejo, ¿cómo estás? Te agradezco enormemente el llamado, sí, acá estamos muy contentos, ya se hace un día largo, ya hablaremos pronto, entonces, por favor mandale un beso mío a Cristina”. Increíblemente, nadie editorializó el llamado. Todos prudentes en el salón, con qué te dijo, y Ricardo diciendo que “nos felicita” y que “quiere que hablemos pronto”. Y como los turnos de los trabajadores sí que se terminan, llegó la moza del hotel a las ocho menos cinco a buscar las tazas, los vasos y a cobrar. Un silencio incómodo ganó el cuarto alborotado y el delegado al Comité Nacional electo, Ricardo Alfonsín, le preguntó entonces cuánto es, le pagó con 100 los 73 pesos de la cuenta y le dio 7 de propina.
La quinta vez fue una hora después. Ricardo se había mudado a otra habitación, cruzando el pasillo en medias, donde sí había una cama y podía pegarse un baño. Lo vimos ya cambiado y echado en la cama, hablando por teléfono con más y más dirigentes bonaerenses a quienes les gritaba “¡viejo, ganamos, viejo!”, “¡querido!”, tomando más Coca, de la común, y fumando sus Derbys. En la cama single de al lado estaban sentados su hermana mayor, la primogénita de Raúl, su esposo y su hija.
La sexta vez no lo vimos, pero él se acordó de nosotros. Un 20 de julio nos llamó Nicolás cuando volvía con Ricardo desde Chascomús donde compartió un acto de inauguración de una empresa productora de cemento con la presidenta de la Nación, lo que implicó una foto que despertó la furia calculada de Carrió, que buscaba una excusa para salirse del Acuerdo Cívico y Social y mejorar su perfil negociador para volver a ingresar cuando su presencia resulte extremadamente necesaria para acercar unos cuatro puntos electorales que coloquen a la ACyS en el ballotage. “Oíme –me dijo Nico, acá Willy Hoerth quiere hablar con vos”. Y atiendo a Willy, que es como el mariscal de campo del Ricardismo, que nos dice que Ricardo quiere que hagamos la entrevista que habíamos pedido.
La séptima vez fue, entonces, en el departamento de la avenida Santa Fe 1678, arriba de la Galería Bond Street, donde su padre Raúl atendió todos los años, desde que dejó la presidencia y hasta que dejó este mundo. Me recibió la secretaria de su padre, Margarita Ronco. Dijimos a las seis del viernes 23 de julio y fue a las seis de ese viernes. Él mismo abrió la puerta que separa el hall de entrada del living, donde unos muchachos de la localidad de Arrecifes, militantes de su causa, lo rodeaban de cariño y de problemas sobre el drama interno del radicalismo de Arrecifes, un drama sin conclusiones. Me presentó a todos, uno por uno, y luego los despidió con un beso, la norma argentina ya consolidada. Ricardo, también, en ese cuidado por cada militante de cada pueblo del país, se parece a su padre, y visto bien de cerca, en el uno a uno de la entrevista, sentados, amables el uno con el otro, tratando de extraer buenas verdades de una línea, realmente impresiona con el perfil alfonsinista de su cara. Se parece muuuuucho a Raúl. Si se achinan un poco los ojos, si se los nubla con las pestañas, puede ser incluso muy turbador. Pero seamos claros: todo hijo no apropiado se parece un poco, o mucho, o en algo a su padre. Este hijo podría no usar bigotes, es cierto, o hacerse un mechón o reflejos en el pelo, ponerse una remera de Don Ramón y no usar corbatas, pero, ah, como decía el colega Federico Engels: la tradición merodea como un duende en la cabeza de los hombres.
Ricardo se dedica profesionalmente a la política desde los 45 años. Hasta 1998 fue abogado, muy interesado en la política por todas las razones obvias pero también como derivación de su pasión lectora de ensayos de filosofía política y de la novelística de lo controversial, como Aldous Huxley pero a distancia, a distancia. “No sé, tal vez por lo que el viejo representaba se podía creer que uno se aprovechaba de la situación si se metía a hacer política. Puedo argumentar eso para explicar mi ingreso tardío, pero no sé si no es una intelectualización para disculparme por la falta de un verdadero compromiso”.
Quizás se preocupó por no incomodar a su padre, por no tener que hacerlo optar por usted en detrimento de otros, mientras él estaba en plena actividad.
No, me preocupé mucho más por mi madre siempre, que sufrió mucho con la política y siempre nos dijo que no hiciéramos sufrir a nuestras mujeres y a nuestros hijos con la política. Ojo, mamá nos explicaba siempre bien lo del viejo y admirábamos esa ausencia de papá. En ese sentido, yo empecé a hacer política cuando mis hijos ya eran más grandes. Pero bueno, imaginate que si todo el mundo se dedicara a sus tareas personales, ni lo personal ni lo privado existirían por ausencia de lo público y alguien se tiene que dedicar a esto. Cuando lo hice fue difícil. Se puede pensar que siendo el hijo de Alfonsín se te facilitan las cosas, pero eso puede ser por abajo, pero por arriba no, porque es un partido que tiene rechazo a cualquier cosa que pueda ser vocación hereditaria. Tuve que caminar mucho para que vean que no era así.
Todo este proceso de ser hijo de… a ser aspirante serio a la presidencia fue muy veloz. ¿Cómo lo vive?
No tuve demasiado tiempo de pensar en eso. Lo que aprendí muy claramente es que en política uno no se pertenece. Lo que trato de controlar es mi preparación para las responsabilidades que tengo que asumir y buscar rodearme de las personas más inteligentes, de las personas más sanas mentalmente, como decía el viejo.
Sanas.
Sí, es muy importante rodearse de personas sanas en la política, en la vida, me decía mi padre. Hay mucha paranoia, mucha envidia en la política. Que te perturba la objetividad. Uhm. La primera valoración que hago es humana. La gente honesta intelectualmente y luego la sana psicológicamente. Y por supuesto que estén identificados con la concepción progresista que yo tengo.
Cómo se lleva con su propia salud. El cigarrillo que tiene tan preocupados a sus colaboradores.
¡Y a mí! Yo había dejado el cigarrillo. Hace unos años yo aspiraba a ser el presidente del partido de la provincia de Buenos Aires y yo decía “yo no puedo ser el presidente del partido si no dejo el cigarrillo”. Y cuando tuvo el accidente mi nena Amparo…, yo no sabía que era grave, y voy al hospital corriendo y me dicen que estaba con paro cardiorrespiratorio y ahí me fui al kiosco de enfrente a comprar cigarrillos. Pensé que iba a dejar ese día, pero en fin, a la semana siguiente ya no me interesaba dejarlo, la verdad. Buen, pero ahora sí lo voy a dejar, porque es una locura y porque estoy fumando mucho más que antes. (NdR: Amparo, su hija menor, murió como consecuencia de cortarse una arteria con una puerta de vidrio en el colegio Jesús María al que asistía. Ricardo tiene otros tres hijos)
¿Hicieron terapia familiar?
Unos meses con mi mujer. Para ella ha sido mucho más difícil que para mí. Hicimos dos, tres meses de terapia. A mí la política me ayudó mucho en ese sentido también, porque te absorbe tanto.
¿Hizo terapia individual?
Unos meses, no sé si llegó al año, a mis veintipico. Por inseguridad, angustia por no saber lo que me gustaba bien. Me refiero a lo vocacional. Después no necesité más, supongo. Aunque puede parecer una pedantería decir esto, posiblemente todos necesitemos.
Con la marihuana cómo se lleva, es menos adictiva que el cigarrillo.
No, nunca fumé. Tuve muchísima curiosidad, no lo niego, pero siempre me da miedo ingresar en un mundo del que no se pueda regresar. Mirá que tuve mil oportunidades, eh. Menos que ahora, ¿no es cierto?, pero pensá que yo me casé a los 31, así que mirá si tuve oportunidades.
¿Qué otros placeres puede confiar?
Bueno, fumar es un placer para mí, lo tengo que dejar, pero es un placer. Y luego comer, leer y dormir. Tres años que veraneé en Pinamar no fui ni un día al mar. Ni uno. Me levantaba y me iba con mi librito del día a la confitería Status y me quedaba leyendo. Si puedo viajar me gusta ir a España, me gusta Madrid, San Sebastián, Sevilla, Segovia…, no hablo inglés, un déficit…, y voy al cine allá, en España, que acá casi no lo hago.
¿Cuál es la clave del buen recuerdo que ha dejado su padre en la conciencia pública de los argentinos?
Pienso que lo que le falta hoy a la política es ejemplaridad, y entonces yo me pregunto por qué hubo esa movilización cuando murió Alfonsin y digo que es porque era una buena persona. No perfecta, no sin errores, era humano. Y algunos me dicen que eso es una banalización de Alfonsín. Y yo digo que buena persona también es no ser demagogo, no ser sectario, ser honesto intelectualmente, seguir luchando a pesar de las dificultades. Es casi una ideología ser bueno, no un detalle de personalidad.
En los diarios empezaron a cuestionarlo por la proximidad que viejos funcionarios de su padre tienen con usted.
Bueno, no leo mucho los diarios. Leo los títulos así muy por arriba, siento que pierdo tiempo, que podría dedicar a lecturas que para mí son más interesantes, más importantes. Y yo no tengo ningún prejuicio con el pasado, en una cultura donde se supone que lo nuevo es lo bueno. La política como cosa desinteresada es más fácil encontrarla en el pasado. Hoy hay más oportunismo, más electoralismo. Se tiene más temor a la opinión pública.
¿Qué es para usted exactamente ser progresista?
Ser progresista hoy es asegurar que haya derecho a la educación pero con educación para todos, derecho a la salud pero con buena salud para todos. Insistiendo con políticas que hagan una sociedad más justa sin el temor a que los medios te coloquen la opinión pública en contra y perder elecciones.
¿Cómo va a financiar su campaña?
Bueno, buscaremos aportes, como se hace siempre. Yo creo definitivamente que el estado debería financiar esto, pero bueno, si lo decís, la mitad de los argentinos se acuerda de tu madre. Porque hay que comunicar y es difícil hacer transformaciones si la sociedad no te acompaña, no podés, y para que te acompañe tenés que comunicarte y eso es caro. Los partidos de derecha no tienen este problema. Porque los medios de comunicación tienen más afinidad con ese pensamiento.
La octava vez fue una semana después. Willy me avisó que estaban por salir a Magdalena, ciudad próxima a La Plata. Corrí a encontrarlos antes de que salieran. Llegué al edificio de la avenida Santa Fe y Ricardo ya estaba esperándome en el hall de entrada, chusmeando con el portero del edificio y con su mariscal de campo Hoerth. Antes de saludarlos, veo, como a cincuenta metros, y acercándose, al periodista Pepe Eliaschev. Verdadero pavo real patrio, Pepe pudo haber seguido sin mirar, o mirar y seguir hacia adelante para no incomodar, pero no, miró y no pudo reprimir, como tanta gente sí reprime, saludar a Ricardo o a cualquier hombre público al que se conozca más o menos, y se hundió en el hall llamando la atención con un “Ricardo, Ricardo” en su tono afectado, lo que obligó a Ricardo a poner cara de qué alegría verte, mostro, y le dijo, entonces, Pepe, que tenían un café pendiente, y Alfonsín, el candidato, le dijo que sí, que ¡por dios!, que ¡con poca gente! le gusta ¡tanto tomar un café!, ¡como con vos, Pepe! Y Pepe, bueno, ahí, esté hablando con Alfonsín o con el fantasma de Kennedy, cree que el importante es él, entonces inició su ceremonia de distancia en cuanto obtuvo el reconocimiento. Los líderes políticos se cargan con todo el #dalenoshablamos en una relación, como si ellos tuvieran que estar interesados en lo que cada cristo tiene para decir cuando, objetivamente, el que quiere el café es el otro y, entonces, no los llaman y, entonces, el otro, el que quería la ceremonia, se enoja porque no llaman, que es lo que el líder había prometido, y así se constituye una comedia de amores contrariados que desemboca en muchos casos en denuncias de ataques a la libertad de expresión.
Llamemos, entonces, la novena vez al minuto siguiente de la octava, a partir de que subimos al Volkswagen Bora full y emprendimos el camino a Magdalena, incluyendo el acto, el regreso y la sentada tardía a cenar en Marcello, comedor pour la minorie, pero bárbaro, de Puerto Madero. Sobre el viaje apuntemos lo siguiente: que la ruta a la ciudad de Magdalena, a 106 km del puerto de Buenos Aires, fue pavimentada por gauchos malos con crealina adulterada y que es, sumariamente, un paisaje penumbroso y envejecido, bombardeado por lluvias cortas con granizo, mal sciolizado, en el sentido que no da fe, no da esperanza, no atrae el turismo, es un intento de ruta huérfano de las obras públicas de la nación que reduce la fuerza de un hombre, uno cualquiera, a pura supervivencia espiritual, a aguantar. Es: la hija tonta de las rutas. Es, a coro: una ruta de mierrrrda. Y esto, que alguien que no haya sido abducido por sus curvas peligrosas, sin peralte, podría juzgar como exagerado, no es sino la mera evaluación de la zona de los carriles, porque los límites y el más allá de la carretera nos hablan de las peores intenciones de los cristianos que la fraguaron. La banquina es apenas el hilo de baba del compañero de la construcción que la cementó sin ganas y no hay mojones, no se encuentran esos palitos que numeran los kilómetros y que entretienen las infancias argentinas, ni cartelería estatal o privada que den la seguridad de un mundo en marcha al cual llegar o volver, y no hay, tampoco, flechas, que ilusionan tanto a las personas sin rumbo; sólo santitos duros hay, protegidos por velones chorreados, cada miles de metros, escondidos en los yuyales que avanzan sobre la ruta, en altares que homenajean a los choferes que se fueron de mambo a perder la vida, a entrar en la inmortalidad por no usar el cinturón o por no quedarse en la casa adobando un pollo al horno y rechazar hacer: el camino a Magdalena.
Pero los hombres públicos, pobres de ellos, no pueden elegir. Ricardo Alfonsín ya nos había dicho con toda seriedad una semana atrás que: “uno, en política, no se pertenece”. Llegado este punto digamos que un cronista de estas indias no puede pedir más: viajar en auto con un hombre que tiene el delirio de ser presidente de la Argentina y dejar jirones de sí mismo en el emprendimiento, con el fondo de un paisaje roto, oscuro y postapocalíptico. Conmueve la cercanía al poder o al futuro poder, es cierto, pero conmueven en sí mismas las aventuras cuando involucran aspectos que son sagrados para los revolucionarios y para los cronistas duros, los que no son periodistas para joder: la justicia con que se distribuya la riqueza que produce el trabajo de los argentinos. Ricardo Alfonsín promete a la bandera que: “mi gobierno será el de la democracia social”. Lo dice en el auto en que viajamos y lo dice en los actos: “cuando este período democrático empezó nadie pensó que tantos años después estaríamos peor. Eso hay que remediarlo o remediarlo”.
Ricardo Alfonsín se vuelve Richard con apenas cinco minutos de la confianza que otorga cediendo toda su intimidad para que uno avance a conocerlo, lo que prueba que, efectivamente, ya no se pertenece, y en este viaje a Magdalena apenas aspiraba a poder decir que no, con cortesía, gratitud y énfasis en el no, a los choripanes que lo esperaban en la casa radical de Magdalena, a la grasa invasiva de las camisas y la pesadez del vientre. “¡Por dios!, tratemos de zafar de los choripanes”, decía en el auto. El viaje a Magdalena era una de las tantas invitaciones que recibía por semana para asistir a la asunción de las autoridades locales de la UCR, actos de cuatro horas con entonación de himno nacional, entrega de diplomas a cada vocal electo de cada comité, y eso refuerza el espíritu de cuerpo de la minúscula dotación de partidarios de que dispone un comité radical de estos tiempos, sin duda, y endurece el espíritu del que aguanta esas ceremonias improductivas que podrían durar mucho menos de la mitad. Pero, es así, todos los que aspiran a la liga mayor del poder deben aventurarse a estas pesadillas nocturnas empujados por organizadores de actos pero, antes que eso, empujados por el delirio de que lo que hagan durará hasta después del apocalipsis.
Al llegar a Magdalena nos detuvimos en el playón de entrada a la planta de Nestlé. El guardia del lugar reaccionó como reaccionan los pobres aunque tengan un arma: partiendo de la base de que no tienen razón o de que no saben. Ricardo, que ni se pertenece ni cede ninguna tarea menor, le trazó un saludo con la mirada al ver que el otro lo reconoció de la televisión, y le dio permiso con una sonrisa para que vigilantee en paz. Le contó que estábamos esperando “a una gente que nos viene a recoger” y entonces el chico de seguridad pidió si nos podíamos poner “un poco más allá” de la puerta. “Sí, sí, ¡por dios!”, le dijo Ricardo, y Naldi, el amigo, chofer, gurú de los caminos del ricardismo, avanzó en primera, veinte metros, dejando libre la salida para las latas de Nesquik de la próxima madrugada. Hoerth usó el teléfono para localizar a los lugareños que no daban señales de vida. Inseguro por su comportamiento, el guardia se aproximó al auto para ayudar y Ricardo, al verlo, bajó la ventanilla para decirle: “hola, viejo, soy Ricardo Alfonsín. Ya nos vienen a buscar. Gracias, igual”.
La llegada al comité de Magdalena fue apoteósicamente radical y bonaerense. En el principio fue el humo de los chorizos que dibujaron un manto por el que entró Ricardo oliéndolos a la casa de una planta y sorteando una doble fila de partidarios escondidos en abrigos a quienes les dio manos y besos y con quienes se tomó fotos. Un hombre mayor de pesados anteojos marrones de carey y nariz olímpica lo tomó del brazo en la misma puerta y lo hizo meditar en el aire unos segundos, como una adivinanza inexpresada. Luego le dijo:
¿Usted no se acuerda de mí?
Si,sí, cómo no, por dios.
–¿Quién soy?
–Ja, eso no se pregunta. Es mala fe: usted no me cree, yo no le contesto.
Antes del acto, de las palabras del acto, se presentó un video en el que se relataba la historia de la casa radical de Magdalena y los esfuerzos que se hicieron para que sobreviviera al paso del tiempo, la erosión y el dos por ciento de Leopoldo Moreau en la presidencial de 2003. Antes del video, se armó una conferencia de prensa que duró más de media hora en el escritorio de la presidencia del comité y que empezó cuando un camarógrafo con una vieja filmadora contó tres y él mismo irrumpió con un “doctorrrr, buenas nochessss”, e hizo el largo el prólogo de la pregunta, y luego sí la pregunta: “¿qué le responde usted, doctorrr, a la doctora Carrió?” En el discurso propiamente, Alfonsín insistió con una línea que apunta a los jóvenes y que sorprende por su atemporalidad: “Muchachos –les dice–, la vida no es sólo para rodearse de confort y pasarla lo mejor posible: hay que darle sentido, sentido de trascendencia”.
De regreso a Buenos Aires, el viento del sur matizaba el frío del invierno con más frío y eso empeoraba la soledad de espanto de la ruta. El candidato dominó casi toda la conversación de la vuelta porque al no pertenecerse debe mantener entretenido al piloto para que no se duerma, a la audiencia y a Willy para que no lo abandone por su propia familia. “Escuchame, Willy”, y Hoerth, que hacía cerámica con su Blackberry usándola de GPS, de agenda y hasta de teléfono, levantaba las cejas como pidiendo que el hombre deje de tirarle penales o, más familiarmente: cortá con la ansiedad, hermano, y Richard, sin embargo, no le bajaba la presión: “¿hablaste con esa gente, Willy?”, y Naldi, un entrerriano de sonrisa optimista que chupaba caramelos de miel y menta lo torturaba con un “¡Willy, Willy, te hablan!”, y todo con la confianza de los que llevan tres años en una misma carpa y se aman.
En fin.
Me gustaría citar ahora al compañero Carlos Marx, más dark que Engels, pero que dijo más o menos lo mismo: la tradición de todas las generaciones muertas pesa como una montaña en el cerebro de los vivos. Porque Ricardo Alfonsín, diputado nacional y orador barítono, que tiene la chance inmensa de quedarse con la candidatura del Acuerdo Cívico y Social y pelear el ballotage el año próximo con alguna variante del peronismo y ponerse a tiro de ser el futuro presidente argentino y hacer el futuro, nada menos, debe antes crear la sensación de que su figura, él, es más que la suma del imaginario que la sociedad tiene del partido radical. Esto es, sintéticamente: que a los radicales, las corporaciones sindicales, empresariales o mediáticas los destituyen del poder con facilidad. Su competidor más inmediato y directo, el vicepresidente en disfunciones, Julio Cobos, ya lo tiene resuelto, aunque de la manera más cruda y menos digna: simplemente hace como que no es del todo radical, dejó incluso de serlo durante unos años y, varía, según lo indican sus oficiales de marketing, entre militar en el partido de los que corren maratones, en el de los parecidos a San Martín o en el de los mudos. Cruzar ese anillo de fuego, donde se deja atrás, y con dolor, la casita de los viejos, con sus retratos, sus rutinas y los discos rayados, suena como un paso lógico para alguien que cuenta con la ventaja de ser el hijo del presidente más querido de los años de la democracia –por su perseverancia y honestidad– pero que cuenta también con el problema de que, por ello, todo lo que haga en honor a ese parecido, a ese padre y al partido de ese padre remitirá a un pasado lejano que las crisis, las hiperinflaciones y los millones de nuevos pobres que produjeron los gobiernos de la democracia, con su sinfín de negligencias, pisaron y dejaron muy chiquito como ideal renovable.
Ese pasado, sin embargo, vive en los actos radicales como si hubiera sucedido hace diez días y duraran, en los bolsillos de los asistentes, los boletos del colectivo que los llevaron a la felicidad en 1983. En Córdoba, el 28 de agosto, última etapa de la visita de Rolling Stone a la vida de Ricardo Alfonsín, durante el acto de presentación del MORENA, el Movimiento de Renovación Nacional, corriente interna que apoya su candidatura presidencial, los tres oradores de semifondo, el senador Gerardo Morales, el diputado Mario Negri y el ex gobernador de Chaco, Angel Rozas, se desvivieron en destacar la transición a la democracia, el Juicio a las Juntas Militares y la Ley de Divorcio, como los momentos más cruciales de sus vidas, de las vidas de todos los presentes –incluidos los centenares de militantes de la Franja Morada que tenían entre menos nueve y menos tres años durante el período 83/89–, y por ello, los datos fundamentales a tener en cuenta para volver a llevar al gobierno de “la república” –como le dicen al país–, a la U/nión Cí/vi/ca Ra/di/cal y bien largo lo dicen, bien silabeado en el discurso, como si el silabeo le otorgara el suspenso, o la emoción de un desnudo, a la marca partidaria. Y así como el kirchnerismo mira para atrás buscando, limpia o tramposamente, sus ayudines para la supervivencia, los radicales tienden a mirar para atrás con pasión improductiva y, a casi treinta años de su llegada a la luna, insisten con la im-por-tan-cia de la re-cu-pe-ra-ción de la de-mo-cra-cia, silabeado, silabeado, todo silabeado. Si todos los argentinos fueran así, si todos resolvieran pararse en el puerto a mirar los barcos que se han ido o que dejaron a sus abuelos y tatarabuelos, si todos miraran para allá, y nadie quisiera explorar la pampa, ganarle el horizonte a los indios, inventar el dulce de leche. Si todos lamentaran cada edificio que se pierde, cada bar con cucarachas que se cierra en Plaza Serrano y usaran ese prisma melanco para mirar el futuro pues no habría futuro.
Ese sábado, en que el comedor de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Córdoba ardía de calor, Ricardo Alfonsín ardía de fiebre en un hotel del centro de la ciudad donde le inyectaron una dosis concluyente de antifebriles para que no desmaye durante el acto. Infiltrado, entonces, como un jugador irremplazable, Ricardo penduló en el escenario entre el recuerdo de las palabras de su padre, “¡lo que quería Raúl, que con la democracia se coma, se cure y se eduque!”, que confirma a los creyentes, y la constitución de su propio liderazgo y mito, asentándose en la doctrina de la democracia social y la redistribución de la riqueza, bajo la creencia, no necesariamente cierta (atención a la salvedad) de que los vicarios tienen menos poder que los dioses verdaderos. Lo cierto es que un radical, por sus antecedentes, no puede dar la ventaja de mostrarse como un hombre con faltas en su hechura, sino como alguien que sobra, perfectamente, cualquier desafío que se le presente. Hecha esta otra salvedad, agreguemos que pese a los chistes que se generalizan en los programas de radio con imitadores –o sea todos–, ser, no sólo el hijo, sino parecerse mucho a su padre, es de lo mejor que le puede pasar a Ricardo. Porque pareciéndose mucho a Alfonsín, no se parece en nada a Fernando de la Rúa. Un drama con el que Cobos, debido a su opción preferencial por los implantes discursivos y empaquetadores, tendrá que lidiar más.
No obstante, más que acertar en los golpes de efecto que hacen a una campaña electoral exitosa, Ricardo deberá ser fuerte para que no le cuelen la agenda las corporaciones infiltradas en la planta alta del partido, especialmente el sector agropecuario que encontró en Cobos a su Che Guevara al revés, y por algunos legisladores, no menos cobistas, cooptados por la estrategia defensiva del grupo Clarín, encarnados en esa extraña dama, la diputada abonada al canal de noticias TN, Silvana Giudici (youtubeenlá para verificar), si es que quiere expresar al electorado más progresista, que aprueba muchas medidas que tomaron los Kirchner durante los siete años que llevan a cargo, pero a quienes les encantaría que los traten mejor, y a los que seduce con su proclama redistribuidora en beneficio de los más humildes, usando el crecimiento para repartir. Por el momento, además, cuesta que diga qué sector de la economía cederá ingresos para que otros vivan mejor. No vamos a solucionar esa ecuación acá.
FIN
Se renueva la oportunidad de apoyar el correo. Desde un flat white por mes hasta cuatro. Nada. Últimos días a precio viejo. El viernes se ajusta al índice de la Cafetería Cuervo. El apoyo económico hace este proyecto viable. Gracias desde ya.
Me encanta esta canción.
Arranca por acá:
La vieja está en su lugar
tirando ondas controladoras
nadie puede escapar
a su mente manejadoraLa vieja esta en su lugar
no se banca el abandono
acabada está
pero tiene el patrimonio
de esta casta sociedad
que comparte con papá
y organiza mi ciudad...