Hay algo peor que pisar un juguete con disco a las tres de la mañana y es no poder volver a dormir como consecuencia del stress de apagarlo y que no se despierte la familia. Pero aún hay algo peor, pisarlo, no volver a dormir y estar a la puerta de una hiperinflación. Compañeros, haber vivido una no es lo mismo que no saber exactamente de qué se trata. Acá la experiencia juega en contra. El que sabe no está más tranquilo, aunque sepa a qué atenerse, porque lo agarra más grande, a lo mejor con más responsabilidades como tener hijos o nietos en edad de tener muñecos con disquito.
Así como aumenta la velocidad del dinero, así aumenta la ansiedad de la gente en la calle, a un ritmo nuevo se pierde la paciencia, se empuja para pasar en el subte, se corre al colectivo que nos ignora y se putea rítmicamente como en la cancha al árbitro: hi-jo de-pu-ta, hi-jo-de-pu-ta. Se pierde más que los modales: se pierde el pudor porque no habrá recuerdos de haberlo roto, todo se vuelve puro presente descomedido, como en un asalto, no hay por favor, no hay disculpas, se licúan la moneda y la cordialidad. Es una pesadilla en vivo. Y en esta hiper va a hacer mucho calor.
Creo que es mejor servicio avisar que negar, compañeros. Por si alguien pone cara de pará, pará, esperemos. Mi mejor consejo a la juventud: no desesperarse. No hacer cagadas. La vida puede ser muy larga para la mayoría de los jóvenes así que mirar y aprender, pintar, escribir, atender a las víctimas, pero no tomar decisiones sobre la base del narcisismo herido por la crisis. Nada de lo que pase les estará pasando a ustedes como individuos, o sea no entronizarse como víctimas, cómo me pasa esto, y hacer jugadas para recuperar rápido el honor perdido por la inexistencia de precios. Hay que asumir los hechos sobre cuya realidad no se tiene ninguna responsabilidad. La misma lotería que te puso en una casa con calefacción y que te hizo campeón mundial en diciembre es la lotería que te va a exponer un año después ante un espectáculo macabro.
A lo que voy es que los compañeros tenemos que despejar la superficie transitable a ciegas de toda la casa antes de irnos a dormir. Y lo mismo hacer con todo lo que le agregue stress a la catástrofe económica. Hay que desagregar trámites. Lo que se resuelve mañana, mañana sábado, lunes más tardar. Pero lo que puede esperar, que espere hasta el fin del quilombo. Son el tipo de cosas que se aprenden siendo padre y argentino relacionadas con el arte de dormir en paz, una simpleza de la biología alterada por los dispositivos electrónicos recientemente, por los tóxicos menos recientemente pero desde siempre por el murmullo interno, el miedo y la ansiedad de la supervivencia que hoy tiene el nombre de la destrucción de la moneda nacional y ayer el de los lobos hambrientos cercando la caverna.
Pero a lo que sí iba es que durante toda la primaria y secundaria me levantaba muy temprano, a las seis y media, y me tomaba el colectivo 104, verde, en Acoyte y Avellaneda, que pasaba por la parada entre 7.10 y 7.15, y así me mantuve llegando siempre puntual a la escuela, en la época en que los niños desde tercer grado todavía podían viajar solos en colectivo. La mitad del pasaje éramos criaturas a esa hora; muchos bajaban en la ORT de Yatay y el resto seguíamos al Mariano Acosta. Si bien tengo un buen recuerdo de esas mañanas en las que salía aún de noche y muerto de frío, no tengo un buen recuerdo de las noches y fueron miles de noches, así que son miles de malos recuerdos que, como todos los bloques de tiempo en la vida, se resumen en una sola postal o en dos. Del catecismo, los tres fosforitos que hacían la Santísima Trinidad. De inglés cuando me enseñaron la palabra umbrella. De los doce años yendo a dormir para ir a la escuela sólo me queda la sensación de haber sido arrastrado por la ansiedad de mi madre, por su cansancio, por su hartazgo de un dia entero luchando para salvar sus trabajos y su familia, y se ve que no experimenté la ternura del pasaje al sueño, ni cuentos, ni canciones susurradas, porque no las puedo evocar. Éramos tres varones que por la mañana nos despertábamos con unos golpecitos que las uñas de mi mamá hacían sobre la tapa de la luz y que sonaban como castañuelas.
Pero acostarse no es dormirse. Durante muchos años la integridad física de mi papá era una alarma. Él era policía, sería entonces Principal, pero aunque se había desarrollado como programador de computadoras, cuando ocupaban un salón enorme, y esta habilidad lo alejaba de la calle, los Montoneros no mataban atendiendo los currículums sino la disponibilidad de las víctimas, así que cualquier policía por más pobre, gringuito de provincia como el mío, callado, temeroso de dios e incluso votante peronista les venía bien. Cuando mi papá salía de su trabajo en el Departamento de Policía en la calle Moreno, un muy lindo edificio si alguien no lo conoce, se iba a hacer medio tiempo en la fábrica de jabones Federal en la avenida Crovara y General Paz, que además del famoso jabón blanco tenía la marca de desodorante Gelatti, el polvo para lavar ropa Limzul y el jabón de tocador Manuelita, cuyo nombre homenajeaba a la hija de Juan Manuel de Rosas. De allí, si no se colgaban las IBM, salía a las once de la noche para regresar a nuestra casa en Caballito y volver a despertarse a las seis.
Esos años que, micro y macro, puedo perfectamente llamar de mierda se llevaron casi todo el tiempo de la primaria y me hicieron un conocedor precoz de historias de adultos como el cautiverio del coronel Larrabure, el asesinato del jefe de policía Cardoso, que era un general, a manos de la joven Ana María González, que mintió su amistad con la hija del militar y la bomba en el comedor de Seguridad Federal ideada por el escritor Rodolfo Walsh. También del cautiverio de Aldo Moro y del asesinato del general Dalla Chiesa. Esto estaba en las revistas y las revistas estaban en la peluquería. Lo normal en la época era suponer que alguien podía ser acribillado con una metra desde un auto, los 23 agujeritos de Rucci, y la fábrica Federal tenía un espectacular paredón blanco sobre Crovara, ideal para fusilamientos y para dejar estampadas manos agonizantes con sangre. Dormirme era muy difícil así que me apagaba automáticamente al escuchar la llave en la puerta de la casa. Nunca sin tensión, dormía con las piernas cruzadas y los puñitos apretados. Dormía menos de lo que la Asociación Americana de Pediatría recomienda que un niño duerma. A lo mejor eran seis horas y claramente debía dormir no menos de nueve.
Después del secundario dormí siempre de una forma bestial, ya casi como un depre, decolando siempre tarde, pero me organicé las cosas para funcionar de tarde, y después fueron muchísimos años sin privación de sueño hasta que tuve a las crianças. Es duro siendo papá dormir tan como el traste y después tener que enfrentar el día. Lo más triste es que, producto de esa privación, casi no recuerdo nada de los primeros años de mis chicos,; pese a haber estado al pie del cañón cada día, son indiscernibles, son siempre el mismo día, la misma avena, la misma mamadera. Las conexiones cerebrales no terminaron de hacerse, no creé la memoria. Por otra parte, no me gusta el registro permanente fotográfico de lo que hacen los niños pero es cierto que si no hubieran algunas fotos y videos no podría reconstruir casi nada.
Cuando ambos empezaron a dormir de corrido toda la noche, me encontré con que había perdido la capacidad de dormir como corresponde con el drama de que no había extended play si ellos dormían y yo no. Así que cuando di por terminado el cuento interno del sacrificio y de dejar jirones de mi vida en el camino de la crianza me empecé a armar el sueño bien de afuera hacia adentro poniéndome el pijama a las 8 de la noche y bajando todas las luces posibles de la casa, sin clavarnos puntas de mesas, y eliminando robotitos que se activan al más mínimo roce.
Me puse metas para evitar la nocturia que es levantarse a hacer pis de noche. Hay que dejar de ingerir líquidos tres horas antes de dormirse, no tomar alcohol, y dos horas antes de acostarse levantar las piernas durante diez minutos como para que los líquidos acumulados en el tren inferior se muevan hacia la zona ventral. De cumplirse con todo esto es muy probable que uno no se levante a hacer pis. Siempre hablando de cañerías sanas. Si no, es temática de otro newsletter. Si aún esto no funcionara porque el acumulado de preocupaciones o intereses positivos son pesados, puede añadirse meditación. Hay pistas de sonido con indicaciones en Spotify, también algunos interactivos en Netflix que funcionan muy bien, incluso con niños.
Por supuesto que a todo esto se le puede agregar clonazepam. No tiene que ser una barbaridad, a mí una dosis pediátrica me ayuda, me lo pongo sublingual, no porque deba ser consumido así sino porque perfecciona la sugestión del barbitúrico para que me hunda en la profundidad del sueño. En algunos quinchos se habla bien del Somit pero nunca experimenté. Esas primeras horas son sensacionales de sueño profundo hasta que la presión sobre la vejiga hace su efecto en el parasimpático porque es muy difícil cortar el alcohol y hacer todo el trámite detallado. Cuando me despierto y vuelvo a la cama, me cuesta resistir la tentación de no ponerme a leer algo en el telefonito. En realidad podría no mirarlo pero me resulta más turbador ponerme a pensar libremente a esa hora que leer organizadamente, aun con la luz del teléfono. Y siempre quiero saber cómo andan las cosas. A las tres am nuestras ya arrancó Europa y se puede leer un poco de los diarios de la mañana, pero muy poco, casi todo es de pago allá, tan distinto a este newsletter que es abierto y donde la colaboración es voluntaria.
El domingo a la madrugada leo a Verbitsky. Me divierte su perseverancia guerrera, su pasión destructiva, que no le haya aflojado nunca a su maldad. Que piense mal o mienta me interesa menos que leer cómo sostiene sus guerritas cada semana. Es claramente entretenido. Y pienso que más allá de la política, su pasión por intervenir tiene la voluntad de entretener, mucho más de lo que podría admitir. Los pocos años que trabajé en Página/12 lo veía los sábados traer personalmente el diskette de 5,25 con su nota, siempre larga, que iba los domingos, y pudiendo mandarla por fax y que la retipeen, o por módem, o el diskette con un motoquero, cuidaba su material de posibles errores ajenos y él mismo plantaba la nota en su doble página junto al diseñador de turno. Era su gran prerrogativa.
Más, a lo que iba es que hace algunos meses escribí que llevaba un buen tiempo en la búsqueda en el mercado argentino de mantas pesadas que tuvieran el diez por ciento del peso de un cuerpo porque en mis investigaciones sobre dormir mejor aparecían repetidamente en los medios del primer mundo. Paula Castro, suscriptora del correo, y directora de la Escuela MT de modistería en San Isidro, se interesó en el proyecto y lo integró dentro de su práctica docente diaria y un mes después tuve mi manta de siete kilos y hace tres meses ya no duermo mejor, sino muchísimo mejor. He vuelto a soñar y me cuesta salir de la cama, lo que considero un éxito, después de mucho tiempo de salir como un cohete.
Lamentablemente en la Argentina no hay forma de hacerla de manera industrial porque la máquina indicada no la tiene nadie (hacen mal porque hay mercado), así que sólo se puede hacer casera, rellenando cuadradito por cuadradito, lo cual eleva el precio. Quien se haga una de esas mantas dará un paso muy importante en su vida. Dormir bajo ese peso es extraordinario, se sueña más, y las conexiones cerebrales vuelan, se puede recordar mejor y con más detalles las circunstancias de los días precedentes. Esas conexiones para mi son todo, mejoran mi productividad, pero lo crucial es que bien descansado voy a poder encarar esta crisis como un titán.
FIN
Cuervo aumentó el Flat White de nuevo.
Se fue a 1200.
Duro.
Así que desde el 1 de octubre ajusto el índice a la nueva realidad efectiva que debemos a Sergión.
Quien suscriba hoy y hasta fin de mes tiene la primera contribución a precio viejo.
Lamento que haya que vivir así.
Merecíamos más.
A los botones de suscripción de siempre agrego hoy un one shot especial de cumpleaños, porque mañana cumplo, buuuh.
Feliz cumple Esteban. Paralelos de la vida, mi viejo también era (es 88 años) Policía federal. Bombero, para ser exacto, en un país donde los bomberos profesionales son policías. Raro no? Seria Inspector o Principal también. La angustia del día a día, de la vuelta a casa, descompuesto de ver los cadaveres mutilados del comedor, que fueron a levantar, con el dolor por los camaradas muertos. Muerte por doquier de Tirios y Troyanos, y dolores y lágrimas interminables que no saben de ideologías. Madres y Padres huérfanos de hijos e hijos huérfanos de padres. Gracias por el recuerdo. Los muertos no son Marxistas ni Fascistas, tan solo seres queridos que ya no están y merecen un recuerdo. Gracias.
Con que rellenò los cuadraditos de la manta para que sea balanceada? Imaginó arandelas de metal o monedas.