Pedro Brieger III.
Me parece tan extraña la forma en que envejece la cara de Roberto Ayala como desmedido el agradecimiento a Di María e insólita la capacidad de Chiqui Tapia, viejo basurero, de manipular millonarios.
Compañeros, Pedro Brieger se encontraba con la cancha totalmente inclinada y se la tuvo que jugar por una estrategia que le permita retomar si no su vida laboral y de ingresos, al menos su vida social y familiar y reconstruirse, después del linchamiento público, con una máscara más benigna que la del acosador con la que fue ultimado. A sororas jugó la carta de sororo y medio en el video que emitió el viernes pasado. Recibió una última andanada de manos por su contenido y ahora ya espera que la lava de los días fosilice el caso y que su nuevo yo pueda emerger pronto para respirar el aire de la comuna 14 como cualquier otro viejo adicto.
Dejó todo en su mea culpa: admitió los hechos, pidió perdón, se ofreció para ayudar a otros hombres a desarmar complicidades y aceleró, inteligentemente, su propósito de readmisión en sociedad al poner en el pasado su comportamiento volcánico. No inicia una época de reflexión como hicieron otros compañeros sino que ya cruzó el desierto del autoconocimiento y es esa otra persona que la periodista Nancy Pazos se predispuso a esperar luego de anillar las 19 denuncias en su contra en el Honorable Senado.
Señalar que es “otro” a mí me parece mucha concesión hasta para él. Cuesta un montón armarse como persona, aún con la conducta de un beduino maleducado, como para después aceptar que ya no se es esa creación. Pedro optó por decir bueno, no existo más y quiere ser un miembro de la fiscalía, protagonista en las buenas y, ahora, en las malas. Que el tiempo realice su curación y le permita renovar los lazos sociales rotos por el abandono en que incurrieron tantos amigos y amigas que le quitaron el saludo para no desentonar. Los delincuentes genéricos tienen más dignidad.
Sin embargo, el público no recibió fácil esta admisión de culpabilidad y su pedido de perdón. Mi tesis, sencilla: las redes sociales aceleran emociones, la gente se sube a caballos que van al galope, pero después no acepta fácil la redención express y quiere disculpas a la antigua. Que el acusado suba una montaña y apague un incendio con sudor. Las compañeras que lo denunciaron en el Senado vieron con claridad que esa velocidad para acomodarse a las circunstancias irrita y se anotaron el poroto de su disculpa como uno de los objetivos que “en sólo diez días” alcanzaron según el informe de gestión que dieron a conocer el mismo viernes a la tardecita.
Es costumbre que el movimiento feminista sea burlado por quienes no lo integran, y no lo respetan, haciéndole nutpicking constante. La pregunta de por qué las compañeras que denunciaron en masa a Brieger no lo hicieron cuando estos hechos sucedían provino, esperablemente y en cantidad, también de las trincheras que no auspiciaron jamás un sólo bien para la comunidad, ni equivocadamente, y que además se jactan de no haberlo hecho nunca; la bondad y los derechos como zona de zurdos. La izquierda, todos aquellos más interesados en la justicia que en el orden, no hay que ser del PO, tiene el desafío de salvar a la humanidad de sus depredadores, y salvarla bien, no errar en los múltiples y tortuosos intentos, y tratar de que no se te infiltren los ofensores, un trabajo que quienes le hacen bullying y le exigen resultados nunca se tomaron.
Son pocos los hechos que sacuden la pequeñísima aldea de los más educados, por eso esta última intervención de Un Correo… sobre el caso. Es el murmullo en mi memoria, el aire viciado del aula 307, el Ramadán de la escalera a las seis de la tarde, los baños sucios, Martha, la jefa del Departamento de Alumnos y las veinte manzanas que rodean a Marcelo T., que se encienden cuando hay conversación sobre uno de sus miembros caracterizados, más todavía si se asocia con el gran desprendimiento de Marcelo T. que son sus egresados viviendo del negocio del entretenimiento en todas sus plataformas, un rubro que engloba profesionales tan diversos como meteorólogos y nutricionistas, pero especialmente comunicólogos, politólogos y sociólogos, dados a la noble misión de crearle expectativas a las distintas generaciones mientras la vida, en el trazo grueso, suena como sonó siempre: crecimiento, decadencia y fin.
Brieger es un tema de nuestra minoría, a la que estimo violentamente en unos cien mil argentinos, residentes y en la diáspora, y algunos uruguayos que nos miran siempre extasiados, no muchos más. Si los hechos presentados son indiscutibles, ya lo dije en Brieger 1, entiendo que las razones que se exponen para justificar que las instituciones no hubieran ecualizado antes su andar descomedido no se agotan en el miedo o el poder eventual de Pedro. Normalmente, alguien con una cátedra en la Carrera de Sociología de la UBA tiene menos poder que el payaso Firulete, igual que quien pasea por la escenografía de guerra civil perdida de ATC: con sólo entrar al canal te das cuenta de que, si lo hacés a diario, es porque no tenés más remedio.
Quisiera agregar dos razones que quedan opacadas por la necesidad de sustanciar un caso público contra el analista internacional pro iraní y que no se han tenido en cuenta. Que muchas de las afectadas no le tuvieran miedo sino piedad como a un tipo que no puede con su alma y que otras no creyeran, al menos entonces, que las miradas lascivas fueran algo como para movilizarse, sino otra de las características secundarias que presenta la sexualidad en sujetos poco tallados, obstáculos inevitables de la vida, cartas del mazo que se rechazan. Por supuesto que el exhibicionismo o el acorralamiento es otro cantar, pero no son todos los casos presentados el mismo caso aberrante.
En 2011 yo tuiteaba demasiado, me avergüenzo, por el contenido y por el ritmo, y lo atribuyo a una gran falta de rumbo personal. Ese flow de tuits fue el estribillo literario de mi libro The Palermo Manifesto, publicado a finales de 2008, cuyo efecto, como artículo impreso, me resultó agridulce. Al tiempo que me oficializaba como escritor disponible y yo constituía una cartera de lectores, la publicación había resultado problemática porque el libro representaba a algunos personajes de una librería de Palermo que resultaron socios de directivos de la editorial y yo, simplemente, no lo sabía. No tuve continuidad automática como autor a publicar pero, peor que eso, me confirmó la sensación de que todo en esta vida es para quilombo, no sólo lo malo, también lo bueno, y me dediqué a parasitar mis pequeñas conquistas, mis clases, mis columnas. Y escribía tuits, miles, portando tanto verdades incómodas como estupideces escritas con el diario en la mano, un material poco curado, siempre sacudido por la urgencia de la conexión interpersonal, cuando aún la necesitaba para confirmarme.
La cosa es que, sin buscarlo, de rebote, algún sábado, me informé por algún tuit o mensaje privado que recibí, no puedo recordarlo, que el profesor Brieger se ponía cargoso de más con ayudantes de cátedra y a mi yo de entonces se le ocurrió exponer la situación de una manera apenas indirecta.
La siguiente:
Los recuperé de tuits borrados porque alguna vez me fui de Twitter para no volver y borré todo. Pero ya ven la prosa rústica, canchera, típica del que está perdiendo el tiempo. Y me arrepentí en su momento de haberlo hecho, arrepentimiento que sostengo. Ya no era joven, pero se puede ser boludo en todo momento de la vida. Podría decir que no era yo, pero me reconozco en el espíritu quilombero. Yo no conocía a las personas que lo denunciaban sotto voce y mi comportamiento estaba motivado porque el tipo me caía pésimo. Un buen amigo mío y de Pedro me llamó esa noche cuando yo cenaba en el restaurant del hijo de Julio Ricardo, sobre Honduras cuando es avenida y de mano derecha, no lo busquen ya no existe más. La comunicación fue entrecortada porque había mala señal pero centralmente me pidió que afloje, que le estaba complicando a Brieger la paz familiar. Le dije: “Che, pero no lo mencioné, sólo escribí ‘Pedro’”, y me dijo, lo que pude oír. “Daaale, Esteban…”. No seguí con el tema.
Yo no soy ni era fiscal, estaba tiroteando desde Twitter más conectado con la satisfacción que con las consecuencias. Así que me sentí luego avergonzado de haberlo hecho, aunque tenía pocas dudas sobre la verdad de la situación. Más grave, días después, me sentí el eslabón más boludo del chisme porque las denunciantes la dejaron ahí, en Twitter nadie la siguió, y yo había quedado expuesto sin haber creado una situación que resolviera el problema. Las diferencias personales, me convencí, no se dirimen cazando al otro en alguna falta sino exponiendo, cuando corresponde, la materia de esa diferencia. Y este sería mi undécimo mensaje a la juventud del año.
Sólo saco en limpio haber hecho la pregunta correcta acerca de qué se debe hacer cuando alguien se pone pesado porque esa es la fuente de los llamados protocolos, y creo hoy lo mismo que elaboré entonces en solitario: se arregla en acción, pidiendo ayuda cuando no alcanza el propio NO, exponiendo responsablemente la situación. Pero las regulaciones, compañeros, ponen en alerta a todos, también a los buenos y son un freno para la libertad y la aventura romántica. Pedro se convertirá en la piedra sobre la que se edifique la iglesia de los protocolos pero allí donde abunde la ley siempre va a abundar el pecado. Y eso es más cantado que el arrorró.
Ya termino.
Algo más, contrario a lo que se puede pensar desde el video confesional de Brieger donde se ofrece a desarmar complicidades masculinas, el compañero que intervino aquella vez en su defensa no lo hizo para que continúe jodiendo mujeres sino para no afectar a una familia entera por el mal comportamiento de uno de sus miembros. Son cuentas que los adultos estamos obligados a hacer: quiénes pierden, cuántos pierden, para qué pierden.
Otro saldo interesante, no sé si útil, del caso Brieger es que sus compañeros de partido, de historia, no le tuvieron piedad. Pedro era un kirchnerista inorgánico, así que para los más fieles al matrimonio patagónico no fue complicado decidirse entre la deslealtad personal con el periodista y retomar su asociación con una agenda con la que confluyeron desde antes de la explosión del me too. Demasiados aliados directos de Cristina fueron llevados al patíbulo como abusadores en los últimos meses. Los más notorios: el ex gobernador de Tucumán, José Alperovich y el intendente de La Matanza, Fernando Espinoza, sobre los que la jefa inmortal debe callar. No tenía sentido que el movimiento diera más ventaja para salvar a alguien sin votos y sin secretos.
Es un café con leche por mes, hermano, hermana. O un poco más, si podés más.
Alerta Taller Shampoo, renuevo algunas bancas desde agosto. Escribir a tallershampoo@gmail.com
Requisitos: arriba de 30 años. Lectoescritura normal. Valor 50 K. Dos pisos por escalera, Chacarita.
Dos artículos coleccionables sobre la Copa América, todos de calidad y escritos, además, por foristas de Un Correo…
José Santamarina, el autor de Ya está, con la Copa en la mano, también se expidió sobre la conquista. Como no está en substack, no se abre ventanita, y debo escribir el link manual.
Excelente en pensamiento y confección. En lo personal, uno de los puntos más altos de tu newsletter, que como verás leo con demora. Que el silencio de esta sección de comentarios no te convenza de lo contrario. Abrazo.
👏👏