Hay que prepararse con toda organización, con amor a la novedad, para aceptar que Javier Milei sea presidente de la Argentina a fin de año igual que se aceptó el asalto a escolares por la mañana, el enrejado ordinario de todos los kioscos cuando cae el sol, los zombies que queman pasta base detrás de cualquier container de basura a toda hora y el reemplazo de Mariano Grondona por Joni Viale como analista político para siempre.
Fue, exacto, en el campo de lo público televisivo donde Milei hizo su primer movimiento carismático, sarcástico, que lo unió en comunión con porciones considerables de nuestra comunidad más pobremente alfabetizada que festejan lo que ignoran si se lo dicen con gracia. Para la inmensa mayoría que no mira televisión todo esto pasó sin que nos diéramos cuenta y ya agarramos al candidato presidencial transformado en sujeto electoral.
Milei inventó algo, su personaje, y entonces fue lo fresco, lo descarnado y lo verdadero. Un romántico peculiar que interpretó la oscuridad que hay en el corazón de los adolescentes varones. Así como la saga de vampiros atrapa a las niñas pacatas; el virgen a los cincuenta de Milei, popular, exitoso, hace pensar que sin el embrollo amoroso, ni las consecuencias penales de desear, sin el sufrimiento de los vínculos, se puede llegar a algo, y que en la virginidad hay una oportunidad, que apichonarte con tu hermana, como un emo solitario, o como en el bosque de Hansel y Gretel, es posible y tolerable.
Su conocimiento elemental de la literatura económica dictada a los gritos es suficiente para deslumbrar a los jóvenes, cuyos profesores faltan a la escuela y susurran lecciones que los hartan, y dar legitimidad a una narración donde un docente con gracia, valiente, loco, que sabe, se propone concretar una venganza a jóvenes sin destino.
Milei les dice a los chicos de Rappi, a las cajeras criollas de los supermercados chinos que hay un montón de chupasangres que han conseguido que ellos trabajen más horas de las que quisieran por menos dinero del que merecen y en peores condiciones que las deseables. Y tiene razón.
No hay nada para imputar al pueblo argentino: se vota ideológicamente, o sea en contra de uno mismo, pero siempre en defensa propia y esperando lo mejor. De lo malo te enterás más tarde. Milei asegura la defensa propia porque aleja a los chupasangres y promete reventar todas las ventanillas de gasto público y terminar con la larga neurosis bimonetaria. Hacerle más simple la vida al pobre. No propone derechos nuevos, incluso promete quitar derechos viejos. Todo sea por el encanto de liberar a las fuerzas productivas, sacarle el chaleco de lastre estatal de encima a la economía.
También escuchó, Javier, el dejen de robar, el dejen de matar y el dejen de joder de las historias de la televisión, de los noticieros policiales, pero no lo devolvió envuelto como para no ofender a los colegas, sino que lo hizo bandera y les dijo chorros e inútiles a los políticos a los que engloba, con toda picardía, en un mismo conjunto de personas que no se le parecen porque no tienen hijos de cuatro patas y porque arman aparatos misteriosos y grandes que trascienden lo familiar y lo domesticable y porque se voltean todo lo que haga sombra para asegurarse que trascienda que el liderazgo es más que los votos y el dinero.
Milei le habla a la ignorancia, a la patria de brutos que armamos desde que la escuela pública presentó fatiga de materiales, a los que no saben nada, ni quieren saber, a los sujetos con varias capas de alienación y obediencia a patrones, a esposas, al azúcar, a las vainillas y al vino. A todos ellos les presenta la idea de revancha y redención. Es que llegamos a un punto de la travesía democrática en donde para las masas sólo cabe el ajuste de cuentas como bandera. Pero también aporta color y esperanza en una frecuencia sólo audible para los desesperados y los solitarios.
Si esto que digo es correcto, entre los once millones de individuos que no fueron a votar, Milei tiene mucho que pescar todavía.
Tengo para mí que casi no hay error que pueda cometer Milei en las próximas diez semanas y que todas las repeticiones de prejuicios ajenos relacionadas a sus perros y la relevancia de El Jefe, su hermana Karina, que le digan loco, sobre todo si salen de la boca de los privilegiados, sumarán más y más a su cuenta.
Nadie se puede asustar tanto con él como para cambiar su voto y dárselo al gobierno para que lo siga fajando con más inflación. Y es demasiado fina la diferencia ideológica con Bullrich como para que las masas que ya lo votaron no adviertan que hay una diferencia grosera entre ser apoyada por aparatos provinciales y políticos profesionales y la tira de frescos que acompañan a Javier. Bullrich podrá camuflar a Lombardi, una vez, dos veces, pero a donde vaya habrá un miembro de la casta abriéndole el auto, llevándole el paragüas.
Algo paradójico: incluso sus mejores esfuerzos por parecer sólida y que tiene equipos y bla bla bla, y no una loca como Milei, la larretizarán. Sin embargo, también llega tarde para volverse un producto extravagante que gane los corazones de los que no tienen destino.
¿Qué hacer? Es la pregunta del millón y medio de votos adicionales que tiene que ir a buscar. Porque así como está, aún siendo simple y carismática, será hasta la elección un producto más de la política para uso y beneficio del resto de la política. Y tiene que demostrar lo contrario. No hay investigación de mercado que resuelva esto rápido. O sea: va a ir a ciegas. Tendrá que optar por algo, jugársela, sabiendo que aquí ya no entra una fantasía más, no se puede embaucar a más nadie. El PRO, como ya descartó los globos y se convirtió en una máquina de muerte de dirigentes, un partido de viejos vinagres antes de envejecer, tiene que hacer de Patricia la mujer providencial que nos salve de la inflación y de los asesinos callejeros. Puede que esté a tiempo de universalizar esta idea, pero aún le sobrará Macri, que se propone como el padrino de Milei en un giro loco de la historia.
Y Larreta. La brutal colección de votos de Milei liberó a Larreta del infierno de la derrota que pega en el amor propio. No fue él, sino que quedó envuelto en un cambio cultural. Ahora, su proximidad no menos cultural con Massa, su condición de miembro de nota de la casta lo deja bien acomodado para prestar servicios de emergencia eventual ante los próximos absurdos históricos, que llegarán, llegarán, en la medida que un congreso fragmentado, con coaliciones también fragmentadas peruanicen a la política y entonces Larreta, como un nueve sin gol, puede aspirar a ligar un rebote, como alguna vez recibió Eduardo Duhalde. Claro, para eso también es importante que Bullrich no gane.
FIN
Brillante. Impecable foto lograda en tan pocas horas.
Grande.