Tengo para mí que la joda de hablar en inclusivo ya entró en su cuarto menguante y esto lo considero una buena noticia. Me pedían optimismo: la Argentina se libera de un obstáculo en la educación de los niños, especialmente de aquellos menos favorecidos por la lotería social, y quita una preocupación a sus maestras, y maestros, que ya tenían el cuerpo preparado para huir, como dicen los psicólogos, porque debían acomodarse a una moda más, como si no les alcanzara vivir aterrados por reacciones psicóticas de padres que no les reconocen autoridad en el aula, y por la universalización de las nuevas tecnologías que los niños conocen mejor que ellos.
Digo más, se allana la comunicación pública, se abren las grandes alamedas, porque se desarma un dialecto que separaba aún más de la sociedad a una minoría privilegiada muy bien apalancada en la industria cultural; ahora, hasta el próximo invento vuelven a ser iguales que los demás, que nosotros, en el plano de entendernos hablando.
El lenguaje inclusivo nació, igual que Facebook, en las universidades privadas de la elite política y económica, fue el convencimiento de un martes a la tarde cualquiera de profesores que viven en torres countries o que descienden de quienes compraron los bonos para hacer la Campaña del Desierto (la moda fue mundial, ojo); a diferencia de Facebook, su uso no pudo ser imitado por los sectores populares pero, igual que Facebook, encontró su primer límite en donde nació. Esos mismos profesores se cansaron de usarlo porque, al extenderse, dejó de funcionar como una provocación, y las personas acomodadas e inteligentes se aburren más rápido de los chistes en los que se meten, como se aburren de un rol de canela, por lo tanto se cortó, en su fuente original, el intento de pasarle el rodillo a la humanidad y cortarnos a todos como tallarines iguales, sin individuación, sin género, sin historia, todos integrantes de un todes que nos nivelaba para abajo.
Hace dos años llevé a mi hijo Simón a una clase de acrobacia donde, por casualidad ese sábado, eran todos nenes. Ya se había juntado el montoncito de criaturas en la puerta y a la hora señalada el coordinador del espacio salió a abrirnos y, muy actuadamente, con un golpecito de palmas manifestó su alegría por verlos, por vernos a los papás también, y dijo: ay, ya estamos todes, bienvenideeees. Y pensé bien para adentro “pero la concha bien de tu madre, es una clase de acrobacia, no de idiomas”. No entendí por qué si eran todos nenes usó el todes y el bienvenides y no el bienvenidos. Me explicaron luego que en la visión especial de este chico él no puede presumir que cada nene que tenía a la vista verdaderamente lo fuera, en su interior.
En cualquier caso, me pareció un acto de tremenda descortesía con los adultos, porque no debía presumir que todos diéramos por bueno el uso de un dialecto con nuestros hijos, y de gran violencia sobre los niños sobre cuya identidad pretendió decidir. Aunque no lo veamos, estamos conectados a un respirador ideológico que nos mantiene las coordenadas de quienes somos y cómo hablamos. Podrán decir que yo también, ok, pero yo llegué antes. Soy originario de esta ciudad. Puede que sea un orgullo para esta persona hablarme en su dialecto, pero me irrita que interprete que no debe hablarme a mí en nuestra lengua madre.
Todo es historia. Luego de la aprobación del aborto en el Senado circuló una foto en la que, ya de madrugada, se veía a algunas de las luchadoras más caracterizadas, arrojadas en sillas playeras con latas de cerveza en la mano, reventadas, regulando la digestión pesada de una pizza, en la terrace de un departamento antiguo con vista a nuestro capitolio, y con ese gesto de lo hemos dado todo que es tan común ver en las mamás al final del día. Era como esas escenas de películas bélicas donde, después de la batalla, cuando desde los aviones propios les dicen clear, los sobrevivientes encienden un pucho, tienen ataques de llanto, y se arrojan la hierba a sentir como el corazón conecta con la madre tierra antes de salir a recoger los cadáveres de sus amigos y enterrar los de sus enemigos.
Estas compañeras, por capital social y posiciones de privilegio habían logrado emerger como voceras y buen, todo hacía presumir que se les abría un mundo de embajadas, ministerios y candidaturas después, más que nada, de las extraordinarias movilizaciones. Dado el supremacismo moral que, además, ostentaban, y sus conexiones políticas, aún quienes apoyamos vivamente la ley de interrupción voluntaria del embarazo, pensamos lo peor respecto del futuro inmediato: que los pocos niños que nacieran desde entonces serían inducidos a transicionar y que el lenguaje inclusivo dejaría ser un gesto de clase y de poder para normalizarse con circulares del ministerio de Educación que lo incluyeran en los programas de estudio. Más, que los adultos de la vieja escuela seríamos enterrados con palas mecánicas en fosas comunes, como a los soldados enemigos, y corridos de cualquier cosa que quisiéramos hacer.
Sin embargo, todavía cantamos, no nos han vencido, etcétera, y aquellas lideresas entraron en una cuarentena voluntaria y se deshojaron como una lila, hasta ocultar su antigua sombra, al mismo ritmo de la extinción de esta fase del peronismo. Durante su fulgor, se les pidió de mil maneras distintas que usaran la ventaja social que habían conseguido tras la aprobación de la IVE para apoyar la lucha de los Padres Organizados y que los niños pudieran volver a la escuela durante la llamada pandemia y luego para que les retiren el barbijo de la boca cuando el Intendente Larreta ya había entrado en total negación de las recomendaciones internacionales para desmanicomializar a los chicos, pero se hicieron los tontos, así como otras instituciones de gran influencia, hasta entonces, sobre la comunidad de políticos como el CIPPEC, la UTDT o Conciencia, las tres que hacen cenas con fotogalería en Infobae, también se hicieron los sotas respecto de la cuarentena eterna que costó tanta salud mental y educación a chicos y chicas, entre los más perjudicados, por supuesto, los más pobres, que son la mayoría de los argentinos.
Tras el retiro de los primeros instigadores y la no pregnancia del dialecto inclusivo en los sectores populares aun queda un eslabón donde éste todavía funciona y es entre los adolescentes del decil más alto y que fueron los más comprometidos durante las jornadas de presión en el Congreso para que los llamados diputados aprueben el aborto. La periodista especializada en temas de género femenino, Luciana Peker, llamó, con gran ojo publicitario, a este fenómeno: la revolución de las hijas. Como en toda revolución se manejaron informaciones incorrectas, como el número de muertos por abortos clandestinos, que ayudaron a soplar el viento en la dirección deseada. Las exageraciones que se escucharon entonces dejan a las enunciaciones de Milei como palabras mayores de Bertrand Russel.
Lo que me parece que sí ya no tiene vuelta atrás es el uso del chicos y chicas, argentinos y argentinas. Pero sobre esto no hay mayores dramas, no es dialecto. Es incómodo más que nada. Los maestros y maestras se vuelven locos en reuniones largas de padres para tener siempre compensado los géneros, entonces pasados los minutos están metidos en un laberinto lingüístico y declinan la cantidad de cosas importantes que se dicen por la energía dedicada a embocar los dos géneros en cada oración. Por supuesto, siempre es mejor a que usen la equis.
Ya termino.
Como decía, tuve muchos pedidos para que este correo sea optimista, para compensar el hiperrealismo de algunos de los últimos. Encuentro, entonces, la decadencia del lenguaje inclusivo como algo que me llena el pecho y me dan ganas de salir a repartir caramelos con Palito Ortega. Quisiera agregar que esta ciudad tiene uno de los climas más benignos del mundo, abril en Buenos Aires es espectacular, los colores de los árboles, el florecimiento de mis bignonias rosadas que adornan la pérgola de la terraza Malvinas Argentinas sobre la que se asienta el Quincho Quimey son un gran espectáculo y, en mi caso, vivir en camisa de lino o algodón, y ponerme un pulover finito con escote en ve, cuando está más fresco, me parece una locura de elegancia, y todo en abril. Espero, por supuesto, el invierno para ponerme el gorro de lana y colgarme una ruana, mi oportunidad de transicionar, ser otro, un gaucho en Chacarita, un hombre confiable, un papá grande canchero, sobrio, austero, un campeón del mundo, cronista de un tiempo que no eligió pero que es interesante, fui bendecido, y tengo tres kilos de asado de tira en el freezer. De Piaf.
Quisiera agregar más cosas positivas y que funcionan. Los médicos que funcionan, funcionan, todos conocemos a uno, y no todos conocemos al mismo, por lo tanto son miles de tipos que hacen increíblemente bien su trabajo aunque el mundo se derrumbe; y la cafetería Cuervo funciona, La Noire funciona, Mercado Libre funciona, River Plate funciona, Hilandería Warmi funciona, y si siguen ésta cuenta de Instagram verán que no todo está reventado.
Y los talleres de arte funcionan, muchas personas adquieren destrezas que no sabían que tenían, se bautizan en grupo, se renombran, y retoman, todos, desde el lugar en el cual el deseo alguna vez se extravió.
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Ayer Kreplak venía con argentinos y argentinas, trabajadores y trabajadoras y cuando dijo sindicatos yo esperaba y sindicatas y me decepcionó.
"Aunque no lo veamos, estamos conectados a un respirador ideológico que nos mantiene las coordenadas de quienes somos y cómo hablamos."
La mejor definición de Catedral (Yarvin) que leí.