La vida es hoy
Compañeros, me compré una parrilla eléctrica bajo el paradigma de que la vida es hoy sin prorratear otros dos años las ganas que tengo desde hace otros dos de tener una, dar con el día perfecto que justifique la compra. Salió cara, bajaron la tasa del Ahora 6, 12, eso me empujó un poco más, y metí cuotas con un ya fue interior en un lugar llamado Grill West. Soy muy de retener con las compras, de mirar y mirar, especular y especular, leo papers antes de hacer una compra, soy muy resistente al acoso publicitario, a los descuentos, los hot sales, y me siento orgullosamente miembro de la vanguardia decrecionista porteña, chacaritense, rara vez hago compras innecesarias, remiendo toda la ropa que puedo, y voy al zapatero. Pero la compré, la miré y la miré, como el niño que mira la vidriera en la canción de Vivencia, harto del olor en la casa cuando se cocinan proteínas animales útiles para los niños y para los adultos.
Tenía perfectamente claro que con la parrilla eléctrica el asado no va porque perdés el gusto a leña, a humo, además del ritual, por supuesto, la contemplación del fuego, el tiempo irregular, la gota de grasa cayendo sobre el carbón que nos abre un mundo paralelo cuando brota el perfume, en fin, todo lo analógico que te despega de la vida digital. Ya la probé, no va. Ahora, para las minutas, cocinar pescado o bifes de vaca, cerdo y pollo es ideal, si le cargás limón o manteca, todo va al cielo, no pasa nada, y quedan perfectos y la casa incorrupta, sin el espanto de respirar al bicho muerto, reducido, durante todo un día. Si hay balcón o fondo o terraza, lo recomiendo, sin duda. No implica de ningún modo abandonar la parrilla de siempre, el chulengo, es sólo una alternativa, y hay de todos los precios. La tope de gama y más cara se llama Parriwatt y la hacen en Mar del Plata. La mía es una Kokken. Tampoco es barata, pero creo que nada es más caro que comer afuera o pedir delivery y que todo lo que facilita cocinar en casa abarata en el mediano plazo y le marca a los niños que los restaurantes son para los hitos.
El último comedor al que fuimos fue Renatto, en Villa Pueyrredón, para celebrar que Simón trajo su primer boletín, para reconocerle que es un buen alumno, atento y respetuoso de las reglas. El próximo será cuando este correo llegue a los dos mil suscriptores, veremos dónde, me inclino por algún comedor del conurbano. No zona norte; sí por el sur o el oeste. Quiero gordos argentinos comiendo en la otra mesa. Con mantel, innegociable. En ese sentido, no dejen de sugerir alguno de estos comedores en los mensajes, y compartir el correo, además, así llego a los 2 K antes de la primavera, si les gusta el producto, por supuesto, y sólo a quienes supongan que lo pueden valorar; no estoy buscando avales para la interna, tranqui, en ese sentido, que crezca lo más orgánico posible, todo natural.
Mis chicos de 4 y 6 ayudan en la preparación del asado, acomodan la leña, salan la carne, y también saben amasar y cortar los fideos con la Pastalinda; Amparo sabe cascar los huevos y volcarlos sobre la sartén de hierro caliente sin romper la yema y ambos me preparan el café en la cafetera de filtro, saben las cantidades, los volúmenes, pero no saben hacer el café con la Volturno, ni presionar debidamente la rosca. Del fuego los mantengo lejos, claro, las guardias en invierno están explotadas. O sea, estoy un poco lejos de que me preparen completamente el desayuno del Día del Padre, pero en caso de apocalipsis, guerra nuclear, algo duro, pueden seguir la línea de puntos de lo que les hago ver desde bebés y seguir solos, si me toca perder la vida en la General Paz defendiendo la ciudad de los rusos o los chinos.
Mi desayuno ideal es huevos fritos cocinados con ghee, porotos, tomates cherries salteados, panceta, salsa ranchera, queso camembert, rodaja tostada de pan gonesse de L’epi, un jugo de naranja con frutillas y un termo de café con leche como para dos tazas. Preferentemente servido en un plato bien antiguo, con la historia de diez mil comidas, y el jugo servido en un vaso de vidrio transparente, bien pesado. Lleva media hora armarlo y, por supuesto, lo comés en cinco minutos. Cuando desayuno eso, salgo y te hago una mudanza solo. La cruel realidad es que la mayoría de los días desayuno un vaso de agua antes de la ducha, me como una banana mientras camino al garage, y tomo, con un termito, el café con leche dentro del auto mientras transporto a mis bendiciones a su escuela.
En un mundo ideal, a media mañana, hay que comer un yogur griego con granola o avena pero en el mundo real pedís otro café, le pones azúcar y con la cucharita raspás el fondo de la taza para chupar el almíbar que queda. Es así la cosa. Estoy realmente podrido de no poder asociar lo que sería ideal con lo que se puede hacer; sé que estoy a diez metros de lograrlo, pero no llego, ¿alguien llega?; aun con todas las comodidades y privilegios del mundo estoy harto de tener que agacharle la cabeza al destino, que se hace lo que se puede, que es lo que hay, lo que me tocó. Esa autocondescendencia me tiene las indisfrunguendisheguen al plato. Arranco el día set abajo, 0-3 en el segundo y saco 0-40, muy difícil, pero es a cinco sets, y es todo el día tratando de que la falta de luz suspenda el partido. No puedo leer, no puedo mirar películas, series. No llego a ordenar papeles relevantes, no completo la higiene digital y que me llegue menos basura por correo. Pero aun queriendo simplificar más, el auto se rompe, un caño pierde, un niño se enferma, se cae Internet, se hizo viernes, hay que llevar las criaturas a música, porque si no los llevamos no tenemos alternativas, el caño digital puede atraparlos sin solución de continuidad, y los materiales para hacer otra cosa cuestan un montón de guita. Ayer me gasté cinco lucas (diez dólares, posteridad) en tres pinturas acrílicas, tres cartulinas, pum, y fue el gasto de un rato, y aunque yo resuelva vivir como Diógenes, tengo la familia como responsabilidad.
En fin, trabajo mucho y duermo muy poco. Quién no. Dormir, técnicamente me duermo fácil, sufro como un corte eléctrico cuando me estoy durmiendo, casi que no hay vuelta atrás si quiero luchar contra el sueño, pero demasiadas veces quedo en estado de duermevela, creo que se dice así, como un estado de alerta durante el sueño. Duermo, pero no descanso. No sueño. Me pasa, por ejemplo, cuando me queda sin cerrar la noche anterior el newsletter y pasa la noche abierto hasta que por la mañana, muy temprano, 5 am, 6, logro cerrarlo y programarlo para que a las 8.30 esté en vuestras casillas; entre una cosa y otra despierto a la familia, nos vestimos y arrancamos para la escuela. Yo ya sé que para dormir mejor no hay que tomar alcohol, pero quién puede no tomar. Felicito al compañero que puede no cenar con vino, pero cómo hace.
Me compré una jarrita de vidrio, lindo, que tiene la medida de 125 ml y paso el vino de la botella ahí, cada noche, para que la dosis sea justa, la de los cardiólogos. Pero no tomo vino todos los días porque me gusta también el whisky y hay noches que me piden whisky y de hecho espero algunos días con ansiedad que baje el sol para servirme uno. Si tomo una bebida, no tomo otra. Son ansiolíticos de venta libre para qué nos vamos a mentir. Un día los van a prohibir, o los van a llenar de imágenes horrendas, ya sabemos, a menos que la humanidad, y sus organismos técnicos, digan un día: de algo hay que morir, humanos, estas son las recomendaciones, pero esta es la green card, sean felices, y muramos tomando vino, y comiendo quesos, y embutidos, y Coca light, con vista. Que la humanidad acepte su contingencia. Es lo que decíamos con el Covid apenitas lo arrancó la OMS: aceptemos lo que venga, respirémonos encima, y el que queda, queda, y mientras, vivamos y no sacrifiquemos otra vez a los de 5 por los de 75.
Nadie preguntó, pero mi cena ideal es sopa o pasta, sin salsa, aceite de oliva, ajo, pepperoncino. Y bien separada de dormir y porciones módicas. Me acostumbré a una sopa de tomate, a veces con gusto a menta, a veces con gusto a jengibre o con gotas de tabasco. No puedo vivir sin picante. Es notable el efecto sobre la saciedad y facilita para neutralizar el ansia de vino porque con la boca ardiendo no sentís el sabor de nada más.
Quiero decir mis últimas palabras sobre el ajo: hay que comprarlo picado, vienen en frasquitos, se venden en varios lados, en el Barrio Chino. Están en una salmuera, no vence nunca, y está siempre impecable y sabroso. No picás un ajo nunca más. Y la relación costo beneficio es a favor de los trabajadores.
Por último, si la sopa de tomates la hacés con tomates previamente horneados es más rica. No lo puedo explicar. Funciona. Si pierde nutrientes, no lo sé. A donde vamos no necesitamos tantos nutrientes.
FIN
“Manuel: si por lo inmigratorio te referís a no beneficiar a quien no se reconoce como paisano, puede ser, pero no me parece crucial; me inclino por algo más íntimo, psicológico, creo que para muchos es catártico ver arder y extinguirse incluso lo que se desea”.
Correspondencia Capote-Puig
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