Escribo para ser leído, y no olvidado, desde los 14 años cuando estaba en segundo séptima del secundario y pedí permiso para poner una cartelera de telgopor en uno de los paredones de la Escuela Normal. Aquellos que fueron al Mariano Acosta lo van a ubicar fácil, y el resto tiene que hacerse la idea, o creer: la colgué en alguno de los tramos de mampostería disponibles entre la Biblioteca y el ingreso a Siberia, un pasillo muy frío de la escuela, en la planta superior. Era un rectángulo que puedo estimar de 60 por 80 centímetros y al que le habré dado cierto músculo con algún otro elemento para que no se desprenda fácil. En un gran esfuerzo de evocación -soy un hombre mirando al sudeste cuando escribo recuerdos-, puedo decir que se trataba de un producto periodístico multitemático, un magazine, pero de lo que sí estoy bien seguro es que yo había escrito, y pegado con chinches en la cartelera un breve comentario sobre la película El Profesional que se estrenó ese año para las vacaciones de invierno, durante los días finales de la guerra de Malvinas, y antes del inicio del mundial de España, y que no conservo, porque en cierto momento de mi vida yo me dije a mi mismo: yo no me colecciono, y no me coleccioné más, compañeros.
Pedí permiso en preceptoría, y me lo dieron, demasiado fácil. Estaba en el Normal desde primer grado, igual que mis dos hermanos, era parte de la gran familia del Acosta, eso me permitía hablar de tú a tú con algunas personalidades de la escuela, el portero, el señor de la fotocopiadora, abrirme paso. También era medio agrandado, que siempre ayuda. La cartelera, tristemente, no duró ni un día. Fue retirada por pedido del profesor de Biología, Gustavo G. quien tenía mucho ascendiente sobre todos, ganado con el respeto que se tiene a quien da mucho y lo da bien. Muchos compañeros de mi promoción, y de otras promociones, le deben a este profe la activación de sus vocaciones para la medicina y la veterinaria.
En una escuela donde en los tres turnos, y en las dos plantas, andábamos todos de guardapolvo blanco, Gustavo marchaba siempre con un guardapolvo marrón, ideal para el trabajo en el laboratorio de la escuela, que era, entonces, fantástico, con gigantescas y delicadas vitrinas donde se guardaban enormes frascos con fetos en formol y un esqueleto y un cerebro humanos, las dos estrellas que se llevaban todas las miradas, y donde disectábamos, en unas mesas altas, los días normales, pescados o cucarachas, y, en algún día excepcional, un corazón de los nuestros, que este profesor trabajó con un estilete quirúrgico y guantes.
Sobre ese corazón fresco de un argentino muerto ya hace cuarenta años nos pidió, cuando yo estaba en tercer año, tanta atención como respeto. El no iba a manipular ese corazón si el momento no fuera a ser honrado como corresponde, procurando sacarle el máximo de enseñanzas, y ese silencio que reclamó para lo que estaba sucediendo, y sobre la materia sobre la que estaba sucediendo, se me presenta como un momento de enorme transferencia ética vivida fuera de casa, y en un marco institucional.
Pero un año antes me había mandado a llamar y en el recreo largo usamos el despacho del rector Nicolás Cardiello para conversar. Nos sentamos enfrentados en unos sillones de cuero y me dijo Schmidt, no esmit, ni smitch, como solía y suelo escuchar sufriendo, dijo Schmidt, como si estuviéramos en una cervecería de Colonia. No me tuteaba, como no era corriente tutear alumnos en 1982. Y se concentró en decirme que eran temas de adultos los que yo presentaba en la cartelera. Si invento la línea de diálogo, la arruino. Me quedo con la idea y con su forma.
Que se tomó mucho tiempo para decirlo y que lo hizo con gran cuidado, sin cancherear, sin sobrar la situación. Hablándome de frente, ambos sentados en paridad, sin mesas de por medio. Por supuesto, esto también me resultó más inolvidable y didáctico que su censura a la cartelera. No me enojé, o no me enojé mucho, con él seguro que no, pude ver cierto paternalismo, afecto por mi gesto, y creo que aquello de que había temas de niños y temas de adultos me pareció bastante lógico y que me colocara en un lugar no adulto me pareció realista.
Mi cartelera no era de ninguna manera un acto rebelde, ni un acto militante para sumar creyentes a una religión, sino un acto preprofesional. Yo hice algo que se hacía normalmente en occidente y para lo cual ya disponía de los recursos intelectuales. La idea de la cartelera como vehículo noticioso la tomé de la misma escuela donde en el ingreso se colocaba siempre una que reflejaba los viajes a Malimán, a una escuela de frontera que apadrinábamos en San Juan.
Cada año, una delegación del Acosta, llevaba elementos para mejorar las condiciones de la escuela rural, muchas ganas de trabajar para arreglarla, y se volvían con un montón de amor generado por haberlo dado todo. En esa cartelera se hacía el balance de lo que se había gastado y cómo, se exhibían las fotos de grupo de los compañeros que habían viajado. Este profesor era uno de los principales animadores de estos viajes a Malimán y, por lo tanto, es posible que fuera un interesado en esa cartelera informativa. No estábamos lejos en cuanto a la forma que debía tener la voluntad de dar a conocer algo, solo que yo tenía en contra la edad, la falta de supervisión y que mi texto estaba abierto al mundo y no a la endogamia escolar.
De esa escena en la oficina del rector me sobrevienen, además, la media luz que daban los veladores de banquero, de bronce y tulipa de vidrio verde, y el olor a tabaco en el ambiente.
Cardiello tenía sus cuerdas vocales lesionadas por el cigarrillo y la docencia, y cuando pienso en su día a día pienso en que ese hombre con bigotitos y pelado, que se ponía un traje todas las mañanas y llegaba a la escuela, y era saludado por los porteros y el resto del personal docente y no docente, como si fuera un noble, en un día muy difícil le tocaba firmar licencias y boletines y resolver problemas menores de los tres niveles de la escuela y que ese tipo de cosas, hoy, se liquidan en el bar del Megatlón y en shorts.
La distancia de un alumno con el rector era, entonces, planetaria, y que él fuera increíblemente importante y respetable le daba a su firma en los boletines un valor en oro y esa escuela existía aún porque el rector existía, porque el profesor de biología existía y porque éste podía ponerme sus puntos equivocados de buena manera y yo aceptarlos, sin estar de acuerdo, y cantar en el siguiente acto escolar los tres emocionados el Himno de la Escuela Normal.
Terminé mi secundario en 1985 y, en ese año, había comenzado el viraje del Partido Comunista Argentino del acuerdismo cívico militar, derivado de la comunión entre la dictadura de Videla y la URSS, al guevarismo de los jóvenes de la Federación Juvenil Comunista quienes al año siguiente y tras el XVI congreso partidario se quedarían con la conducción y con el sillón de Vittorio Codovilla.
En su radicalización tardía los capos de La Fede pusieron todas las pilas en forzar conflictos en todos los frentes de masas, como si fueran troscos. En el Normal, la ligó Cardiello por la desaparición de algunos alumnos del profesorado. Los desaparecidos eran estudiantes del profesorado pero no eran solo estudiantes del profesorado. Los grupos de tareas no le preguntaron a Cardiello si podían o debían secuestrarlos.
Lo que los muchachos de La Fede no le habían hecho a los milicos, por disciplina partidaria, resolvieron hacérselo después, en libertad, a cualquiera que resultara útil para recuperar el tiempo perdido y forzar contradicciones. Unos vivos bárbaros. A Cardiello le cagaron la vida, por ejemplo. Y la revolución les quedó a medio hacer porque el fin de la Unión Soviética cortó con la plata, los incentivos y trajo una pregunta sobre el sentido ulterior de ser comunista. Tras sucesivas rupturas muchos dirigentes fueron a parasitar a Chacho Alvarez en el llamado Frente del País Solidario, aportando disciplina y capacidad de trabajo, y los más intelectuales fueron a la revistas de la editorial Atlántida y cambiaron de collar.
Ya termino.
En las inmediaciones de la escuela Normal, en particular sobre la calle Moreno había durante todo el día chicas que revoleaban sus carteritas, presencia que se hacía más numerosa cuando caía la tarde y pasaban los autos con los señores que volvían de sus trabajos y que, posiblemente, necesitaran hacer un puente genital antes de volver a sus casas con sus madres o sus esposas. ¿Triste?
Las chicas con la carterita roja me generaban curiosidad, naturalmente, pero más que nada me partían el alma. Las veía, entonces, empujadas por efecto de alguna tragedia personal a prostituirse, lejos de cualquier racionalidad o cálculo. Y me hacía muy patente que había una separación entre el sexo y el amor, entre la mamá y la puta, sin poder imaginar aun que una mujer puede, eventualmente, ser las dos cosas.
Al Acosta solo puedo volver ahora con el pensamiento. Cada 16 de junio digo que voy a ir al acto de aniversario y cantar a viva voz el himno, que la Escuela Normal es la madre que nutre en su seno la mente abnegada del joven maestro, pero finalmente no puedo. Sólo imaginar que cruzo la avenida Rivadavia y avanzo por Urquiza, y contemplo la grisura urbana, la cartelería pobre, la roña, y ver, además, la escuela colonizada por familias que estiman que la pasión política de sus niños está por encima de la tabla de elementos me deprime enormemente.
A veces pienso en un rojo amanecer y que sí, regreso, que hay un día, una hora que puedo, y atravieso el umbral sociológico de Rivadavia, y mis profes muertos viven. A veces vuelvo en sueños y, a veces, vuelvo para hacerlos dormir a mis hijos con historias de mi escuela y el recitado en orden alfabético de los apellidos de mis compañeros de la primaria, y a veces cantamos juntos el himno de la Escuela Normal mirando el video de su ejecución y me ven, una y otra vez, llorar, como si papá fuera alguien que nunca más pudo volver a su país.
Y...desde un pueblo del interior , muchos vecinos festejan los triunfos de River , Boca y los grandes equipos económicos de fútbol que se venden por tv , que ganan casi siempre .Sus triunfos son nuestros , son cercanos, victorias personales, .Por esa extraña maniobra de la mente que logra concebir al barrio de Núñez, el barrio de la Boca como cercanos , nuestros aromas , familia , recuerdos están allí . Mientras tanto el club Unión Ferroviario de Añatuya , si el club de acá a tres cuadras de casa acaba de ser goleado por River una vez más . Que grande mi Millo !!! .Así quiero y me esfuerzo por sentír el relato entorno al M. Acosta .
Por un momento creí que habías nacido en 1920: durante los segundos del Gabinete Caligari en el que diseccionaban corazones humanos.
Pero feliz me puse - a pesar de las desdichas de Cardiello- cuando llegó la hora del anticomunismo argentino.