La inversión de la soledad
Recomiendo un montón el libro "La fuga de Siberia en un trineo de renos", de Trotsky. Ideal para los que necesitan diez mil comodidades antes de sentarse a escribir. Ya van a ver. Editó Siglo XXI.
Buen día: me costó el correo, estoy un poco desordenado, si alguien no recibió ni siquiera una excusa el martes es porque simplemente no lo mandé, las rutinas familiares no me dan exactas y escribir es aún más impreciso que armar la coreografía diaria con dos criaturas y una compañera pluriempleada, demanda un tiempo que voy robando de aquí y de allá; yo, normalmente, sacrifico el sueño, la actividad física, y anulo por completo la vida social, pero, igual, nunca se sabe cuánto me va a llevar.
¿Tomamos un café? No, no tomamos, pero podemos tomarnos juntos un subte al centro que es tiempo muerto y charlamos.
Sé que si me levanto a las cinco o seis de la mañana, tengo dos horas muy productivas, medio litro de agua tibia, la primera hora; medio litro de café, la segunda; otra horita a la noche cuando se duermen las bendiciones y luego todo lo que puedo durante el día, y así armo bloques de texto que quedan detenidos en la línea de montaje a la espera del momento dramático en que debo conectarlos y ahí, ahí, me doy cuenta de que soy un amateur en el oficio y que lo voy a ser para siempre. Los párrafos se me unen recién en el infinito, en la entrega absoluta de tiempo y sacrificio. A veces, muy pocas, recibo la presencia de un ángel que me dicta, me sostiene e impide que me duerma. Pero debo ser yo, nomás, y la suerte que tenga. O es el ángel. Al menos sé empezar, eso se me da siempre, confío en cómo ingreso al salón y, llegado el punto en que estoy negado para dar con el arranque ideal, hago lo que yo recomiendo hacer a los demás: confesar de entrada. Y la semana pasada se perdió mi papá.
Se llama Amadeo Tarsicio, y nació en 1943. Midió toda la vida 1,80 pero es posible que ya haya encogido un poco, y camina lento, como el papá de Piero, arrastrando las patas, vestido como un cartonero con ropa de la revista Segundamano.
El lunes 29 lo dejó un patrullero en la casa, luego de que lo encontraron desorientado en la calle Hidalgo. Ese era el aviso, pero me enteré del incidente tarde, cuando volvió a repetir su rutina al día siguiente, salir a las cinco a buscar el pan viejo para darle a las palomas en el Parque Rivadavia e ir a la misa de las siete en El Buen Pastor de Aranguren y Honorio. No volvió a la base, en Acoyte y Yerbal, una rutina de no muchas cuadras que tenía bien domesticadas. Ya no. Apareció después de diez horas en una estación de servicio de Quilmes. La noche fue brava para todos, hijos, nueras, ex mujer, una moneda en el aire de mucho tiempo, todos muy cansados de un día largo que se alargó. Salió sin plata, sin SUBE, sin energía para semejante extravío y sin recuerdos. Un verdadero misterio cómo es que un policía lo detectó perdido a las 3 am en una YPF del segundo cordón y qué hizo todo ese tiempo, naturalmente no lo pudo explicar. Así que desde esa madrugada del miércoles 1 de Mayo hubo que ordenar mejor la jugada de su cuidado y le quitó más tiempo a mi poco tiempo.
Es bravísimo el tema de las demencias, los enfermos empiezan olvidando detalles, nombres, trayectos, procedimientos, un té, el saquito, el agua caliente, y luego olvidan cómo hacer pis, cómo pararse y caminar, y acaban postrados sobre colchones antiescaras en una nebulosa hasta el silbato final. Fue un turno noche muy desgastante, con mucho suspenso, pero al cabo no tan malo para mí porque aumentó mi sensibilidad, explotando algo más que mi pragmatismo castrense para desafiar los imponderables.
Cuánto me conmovía, compañeros, que la madre de mi padre no lo reconociera cuando la visitábamos en Entre Ríos. La primera vez fue la más dura. Él se acercó a su mamá, tras bajarnos del Renault 6 celeste, y la nona Margarita con gran temblor esencial o Parkinson y alguna variante de demencia --murió sin diagnóstico-- le preguntó al nono Jorge, que también tenía Parkinson o temblor esencial, tampoco se supo, si era “Amadeo, el nuestro”, cuando mi papá le dijo su nombre. Se ve que esperaba más del encuentro, Amadeo, porque se quedó clavado y con vergüenza cuando se acercó a saludarla y a mí se me congeló el corazón. En la escena, cacareaban un montón de gallinas al lado de un pequeño campo con batatas. Ahora es mi papá el que no me reconoce a mí y, la verdad, es que no hay gran diferencia de cuando me reconocía. Le doy la mano. “Esteban, mucho gusto”. No obstante, su desaparición de unas horas me hizo conectar con la idea de que podría hacerlo para siempre y de manera inminente, y su muerte siempre me quedó mucho más lejos que su locura, lo cual, torcidamente, me recrea la esperanza de tener un padre al que extrañar.
El Taller Shampoo busca un candidato o candidata para los miércoles de mañana. Que preferentemente esté en algo, que tenga un proyecto de escritura, encaminado o para encaminar. Escribe a tallershampoo@gmail.com 40 k.
Gracias a los que van a apoyar el correo desde hoy. Menos que un Flat White la mensualidad mínima.
Dispongo también de un one shot equivalente al precio de un libro barato.
Me encanta este single del forista Fernando Pedrosa.
Muy bueno, Esteban. Me emocionó.
La ansiedad por querer leer lo que mandaste en el segundo hueco libre del día me hizo tener que contener las lágrimas en la cola del cajero del banco. No la vi venir. Es hermoso y triste, el único virtuosismo que vale la pena. Hacé de cuenta que te abrazo fuerte.