Hablarse encima
(A la memoria de Enrique Nuñez, que se fue al cielo ayer, con quien compartimos los años espectaculares del albor democrático, que me regaló su sabiduría temprana y me aportó un reflejo paternal).
Se habla poco de un momento cumbre de la presbicia que es cuando ya te ponés los anteojos para ver qué carajo estás cortando cuando comés. Como no tengo pelos en la lengua lo quería mencionar. Más valiente el que escribe, más agradecido el lector de que alguien haga el laburo sucio por él. La presbicia te expone ante otro hecho duro: llevar los anteojos colgando de un piolín y no buscarlos cada vez que los necesitás, eso es cómodo, cómo no; duro es porque te aspecta como un ferretero al borde de la jubilación, y yo era un deportista hasta hace quince minutos, en términos de los calendarios imaginarios con los que me voy justificando… buen, todo un gran corolario del verdadero punto de quiebre de la presbicia que es cuando ya no podés leer nada chiquito sin los anteojos, ni aguzando la vista, ni tapándote el ojo más inútil, como los tres números de la etiqueta de un precio en un bazar.
La cara, un campo de batalla, tu presentación, la migraña, la paja para afeitarte, la dermatitis, después los anteojos colgantes, e inmediatamente la panza redonda, qué lo parió. Yo era un deportista hasta hace veinte minutos… Hice Body Pump durante diez mil noches, a las ocho, en Always, tuve sin dudarlo uno de los mejores culos de Palermo, fue ayer, y lo digo sin avergonzarme, porque a quién ofendo con una verdad simple, y entrenaba para jugar al tenis siguiendo las rutinas físicas de los profesionales. Qué confusión, presidente. Salía del gimnasio y hablaba solo y me tomaba licuados de banana con semillas de lino. Me duchaba y me tocaba los musculitos, apretaba los gemelos, guau, pero me acordaba de algo penoso, el día que me vieron mentir, la noche que soporté entera despierto por miedo a despedirme y escuchar un portazo en la madrugada, y así golpeaba los azulejos de la ducha por el tiempo perdido.
Puedo figurarme saliendo del baño y poniendo algo que verdaderamente me animara en los parlantes, y nunca encontraba la canción que me anime pero, sin embargo, encontraba diez mil que me desanimaban y me mantenían hablando solo. De más chico me respondía un reportaje imaginario donde contaba de mí, de por qué hacía determinadas cosas y buscaba en esas declaraciones, aprobación y admiración, y no dejaba de ver, siendo niño, que si yo escribía esas explicaciones, por pavas que fueran, que si yo hiciera una obra de teatro con esas explicaciones, ya estaría haciendo un aporte productivo superior al lujo de la lamentación.
Habían canciones que eran empates, como el disco de La Fusa de Vinicius, por hablar de uno que conocemos todos. (Qué suerte haberlo visto en vivo, eh)
Mi psicólogo de entonces, de los treintas, ningún gil, me decía que debía escribir, casi que me dijo dejate de joder, andá a escribir, y una vez me dijo algo mejor: quedate tranquilo nunca te va a faltar algo para decir. Pero me faltaba la convicción necesaria, muy preocupado desde siempre por la idea de la extinción y eso me anulaba. Claro, compañeros, para qué. Naturalmente escribía artículos, laburaba, pero escribir escribir no, o sea algo que prescinda de la redondez, de la cabeza informativa, de la pertinencia periodística, algo que fuera un arte marcial, en el sentido de matar con gracia.
Hace veinte años me pidió que conteste unas preguntas para un trabajo que él estaba haciendo sobre arteterapia. Me pidió que le diga qué me sucede cuando estoy escribiendo. Conservé el mail con las respuestas. Allí le dije que “es un momento de intensidad de pensamiento, de una actuación inconscientemente coordinada de memoria, recursos estilísticos, voluntad, odios y amores personales. Es un momento donde uno está perdido, ni feliz ni infeliz, perdido, en otro lugar, viviendo en un país donde el pensamiento está aislado del aquí y ahora, aunque esté escribiendo sobre el aquí y ahora. Es algo onírico, como soñar despierto. Es ir por un pasadizo secreto, un túnel”.
Le gustó o le interesó lo que le respondí así que extendió el cuestionario y me pidió que incluso improvise algunas preguntas. Es material viejo, y con la intención de hacerlo reír, también. No respondo por él. Quedó así:
¿A qué llamás crear?
A gestar algo que no es imitativo, ni mecánico, ni repetitivo y cuya meta es la alteración del orden previo del objeto transformado por el acto “creativo”.
¿Qué te llevó a crear?
Lo que me llevó a crear, creo, es el fortísimo envión familiar a matar el hambre, y a meternos en el ascensor social de la forma menos costosa en términos del sacrificio físico y de la libertad de pensamiento o la autonomía intelectual. Por otra parte, mientras recibía muy sotto voce esta directiva familiar (esta directiva con ecuación difícil), ocurrió que mi padre nunca me dio demasiada pelota y mi madre me dio demasiada, por lo que tuve que esmerarme mucho para ganar visibilidad por un lado y para perderla por otro. En este recorrido desarrollé determinadas gracias.
¿Cuáles son esas gracias?
Un balero con capacidad de mezcla. Que jamás repetiría formas de armar una oración. Un periodista más o menos imaginativo y ocurrente. Lo primariamente creativo en mi caso es el uso del idioma, las formas humorísticas para la injuria, la invectiva, la asociación libre. Hay creación en el pensamiento también. En la lectura de determinados textos, libros o películas. Leo, miro y escucho creativamente. Me di cuenta de esto en el colegio, alguien se golpeó y dijo “¡Auch!” y yo, automáticamente, dije: “Witz”.
¿Qué te fastidia de tener estas gracias?
No usarlas productivamente. No sentarme a las ocho de la mañana y poner las gracias a laburar. Tendría más guita, más minas, mejores vacaciones..., pero...
¿Pero?
Me fastidia también saber que esas gracias son hijas de algunas desdichas y, entonces, uno no las ejerce tanto como pudiera para no refrescarlas.
¿Qué relación en tu experiencia podés hacer entre crear y cambios en tu persona?
Aquí diría que el otro punto creativo de mi vida, posiblemente el principal, es la innovación sobre mí mismo. ¿Viste esa gente que es siempre igual? Yo no podría repetir un mismo chiste durante diez años, ni un punto de vista, ni una forma de relacionarme con el coreano de enfrente de casa, ni tendría el mismo cuerpo. Entiendo que el ejercicio creativo lo mantiene a uno innovando sobre su persona. Cuando uno piensa en otros, piensa también en uno. Cuando uno imagina, se imagina, O porque se imagina, imagina a los demás. Y si uno hace mover al otro en su imaginación, uno también se mueve.
¿Cura el arte?
Posiblemente sí, pero no haría mucho espamento, porque va a terminar siendo una política municipal. Aunque tal vez no cure a todo el mundo. Capaz que ayuda a casos especiales a ir sacando la incomodidad de adentro. Creo que algún artista que se cure, puede ser mucho más artista pero que también algún artista curado puede perder la voz, el trazo que lo hizo artista aunque un tipo desdichado. Debe haber diez millones de ejemplos para un lado u otro pero pensemos en Fito Páez, es posible que ahora esté mejor del balero que hace diez años, que no se drogue, que coma más sano, pero no embocó nunca más una melodía.
¿Qué cura, entonces?
Lo que cura es la vocación de curarse, las ganas de no ser desdichado y el esfuerzo por salir de los pozos. Lo que cura es un buen curador, un tipo o tipa que te lean con astucia, con interés. Lo que cura es que uno deje al curador equivocarse, investigar, buscarle la vuelta a las cosas. Eso cura, una tremenda vocación por curarse. Si usamos títeres, playmobils, pinturitas, cuentos, poemas, y sirve, bárbaro. Pero no hay nada como desmontar aquello que se es, en una operación de confianza con el terapeuta y pasarle la lija. Hablar, escuchar, hablar y escuchar. Que los dos se crean ese momento, como en el teatro, como cuando se lee, como cuando se está en el cine y que el paciente se recoloque en la pista de su deseo. Tiene que haber pañuelos cerca, almohadones, pizarrones, palabras con imanes, muñecos. O nada de eso. Puede ser un poco más crudo, con divanes negros y duros y a cara de perro.
¿Para qué sirve el arte?
Sirve para indisponer, para preguntar, para no tomarse tan en serio. Para decir algo. Para entretener. Para resumir una época, un clima, para contarnos el futuro.
Qué sé yo, hoy cierro el segundo mes del newsletter con éste correo número 18 y la compañía de 1300 suscriptores que se afiliaron libremente, sin choris ni micros, pero desde que lo hago volví a hablar solo. Culpo al que fui, y culpo a mi padre. Por qué no. Es gratis. La escena es rara, me veo sorprendido por la mirada piadosa de quienes se quedan mirándome en Cuervo mientras me hablo, mientras me argumento. Dirán: en Chacarita hay de todo, y yo pienso que puede denotar soledad. Me amarga la suposición, pero no es eso, me anticipo a lo que voy a escribir para el martes, para el viernes, para el martes y así, pero no puedo escribir en el aire, no puedo ni tomar notas, no me entiendo la letra.
En aquellos años de Palermo me acuerdo que veía bastante en el mismo bar de una librería a Martín Kohan, un escritor del nacional Buenos Aires, que publicó un montón de libros. Él leía de una manera muy graciosa con el librito al aire, apuntando al cielo, sostenido por dos dedos, y si no escribía a mano en un cuaderno. Martín es rubio con anteojos de miope, o mezcla con astigmático, atildado, muy muy buen chico, y yo pensaba que qué suerte que escribe en cuadernos, qué buen secundario, qué infancia feliz, porque yo no me entiendo la letra, y el tipo lo argumentaba con que él puede ir con la mente a la velocidad de la pluma. Y si no lo dijo, lo inventé. En cualquier caso me daba mucha envidia.
Me saludaba Kohan, un honor, pero con desconfianza porque me dijo que creía que yo me ocultaba detrás del seudónimo de Elsa Kalish, alguien que lo bardeaba en la internet sin twitter ni facebook de entonces, y a mí me partía un poco el alma que creyera siquiera relevante preguntarse por alguien que le hacía ruiditos on line. En fin, ahora veo que todos los años para la llegada del otoño reciclan un documental de tres minutos donde él explica acaloradamente en un canal de cable su número exacto de desaparecidos y pienso que bueno, pobre, necesita que las cosas cuadren. Sin sorpresas, será, entonces, ya se anunció, quien haga el discurso de apertura de la densísima Feria del Libro, ese sauna frente al zoológico, el gran evento hipercontagiador de todos los abriles y que manda a la cama al diez por ciento de los asistentes. Un mundo que casi no existe más. Falta el telegrama.
Pero buen, no quiero quilombo.
Ya te dije, tenes que escribir guiones, diálogos! “¡Auch!” GENIAL! y con Cura el arte? Posiblemente sí, pero no haría mucho espamento.... recordé los videos que circularon con las obras de teatro under en CABA.
te veo escribiendo "After Live" jajaaj Abrazo Esteban