Guerra Civil
Algo cambió en el algoritmo de YouTube porque me presenta nuevas canciones y videos de todo tipo que reflejan mejor mis profundidades inconscientes, estoy agradecido. A lot of extras today.
Debo tener cuatro horas por mes para ver películas y series y cometí el error de sacrificar dos para ver Civil War, una peli reciente que, montada en la hipótesis de una guerra civil en Estados Unidos, presenta a una pequeña troupe de periodistas y fotoperiodistas cruzando el gran país del norte para llegar a una entrevista con el mismísimo presidente en la Casa Blanca, ya acorralada por las fuerzas sublevadas. La película va al frente con grandes lugares comunes de los filmes bélicos, como la muy típica escena del pelotón que está por doblar una esquina y un soldado avanza y los otros lo cubren, que no sé, cuántas veces se puede filmar, compañeros, pero buen, o un soldado queda herido y hay que recontra disparar para rescatarlo, en fin, pero no hay subtrama romántica, eso se agradece, y estos periodistas y fotoperiodistas con sus cascos y chalecos se alinean con los soldados que de un bando u otro hacen la guerra y ellos documentan las muertes normales y otros verdaderos crímenes de guerra que son presentados estéticamente para que digamos oh qué bonito paquete de cadáveres apilados como un rompecabezas.
La película ilustra bien, aunque acríticamente, ese status de superioridad moral que asume la prensa, siempre como dos pelines por encima de la humanidad que está ahí peleando, haciendo internas, y que hace equilibrio juzgando a ambas partes con crudeza y que subraya con fibrón, como sólo podría hacerlo peor una película argentina, la normalidad con que una parte de la población acepta vivir haciéndose la tonta sin adentrarse demasiado en la guerra, cuyas motivaciones, además, no quedan para nada en claro. Al director le bastó la idea de presentar la hipótesis de una guerra civil en su territorio para marear a las audiencias y tomarles la atención. Porque finalmente todos quieren que algún otro muera por las buenas o por las malas.
El elenco es boludísimo. Kirsten Dunst, a la cabeza, agota los gestos de seriedad y madurez profesional de una fotógrafa solitaria, prestigiosa y premiada que da una mano a la humanidad tomando fotos de calidad, pero que ya quisiera ella estar podando geranios. Hay un actor brasileño, Wagner Moura, que es realmente brutal lo mal actor que es, y cuyo papel es básicamente decorativo, podríamos decir ideológico, porque presenta los restos de un macho alfa, lo que Hollywood se puede permitir hoy por hoy, un poquito de capital genético como para crear algo de adherencia de la platea femenina, pero con su efectividad sexual anulada, inconducente, sublimada en este gesto mayor de cubrir la guerra, atlético al pedo, pero necesario en la dramaturgia porque ponen también a un señor gordo y mayor, que hace de viejo periodista, sabio, un Silvio Huberman, con desplazamientos lentos que, por supuesto, y no inesperadamente, va a ejecutar una acción heroica.
Por último, tenemos una teenager que capaz es lo mejor de la peli, haciendo su historia de aprendizaje en medio de la guerra, una estudiante de fotografía que admira al personaje de Dunst y que se le pega en la cobertura, se le sube al auto, y hace sus fotitos de guerra, y a veces se olvida de hacerlas y, claro, así aprende. Pese a sus condiciones actorales, su coming of age es increíblemente pavo. No termino de aceptar, y soy grande, el hecho de que las inmensas fortunas que hay detrás de una película no son para producir una calidad igual de inmensa sino para mejorar el alcance de audiencia y obtener un gran rendimiento comercial. Y que si sale bien en términos artísticos es casualidad. Las historias tienen que ser transparentes en su estupidez sentimental para ser populares y agregarle capas de sentido preocupa a los inversores.
En fin, yo de algún lado saqué que valía la pena. En otra época las referencias se tallaban más claramente en el recuerdo, que lo leí en El Amante o en Radar, y ya hace muchos años que las recomendaciones circulan sin control de calidad; en las redes sociales es muy difícil discriminar el bien del mal, en todos los aspectos y, posiblemente, aquello que nos hace perder tiempo y clavarnos con bodrios como Civil War también es un saludable desafío cognitivo: adivinar qué cosa es cada cosa en la cascada informativa que nos acompaña con el escroleo, nuestra vida gamificada en cada detalle.
Vi la película volviendo de Bariloche en avión, así que encajó perfecta en el tiempo que dura el vuelo, desagregando despegue y aterrizaje y sumando las penosas esperas para que primero arranque y al final se abran las puertas, esos minutos con la gente parada, el pasillito intransitable, el teléfono que trae noticias de afuera, tal vez el tiempo muerto más duro por el que deba pasar un contemporáneo. Pero nada para decir de Aerolíneas Argentinas, todos los últimos vuelos con la llamada aerolínea de bandera resultaron excepcionales desde el check in de ida hasta la retirada de equipaje en el regreso. Se ve que los altos salarios los inducen a hacer bien el trabajo, para que dure, para que los usuarios los recordemos con gratitud. Y que la alternativa de retiros voluntarios o despidos, aún con fuertes indemnizaciones que les permitan renovar sus existencias, no les da igual. Les gusta el laburo, lo quieren sostener, y no se autoperciben como empleados públicos torturados por la rutina, el maltrato y el prejuicio del público. Hay algo en la pilcha y el ambiente que predispone al empleado con horarios y turnos a sentirse una persona, a veces voy a los CGP y no sé cuánto gana un municipal, pero están vestidos muy mal, y capaz que si les dan una camisita municipal divina, y el marco de trabajo es más limpio se acomodarían mejor las experiencias y hasta el fisco recaudaría más. En Italia se llama stile de vita naturale, pero acá yo la llamo broken shoe theory. Si nadie está con el zapato roto, un sólo zapato roto que aparezca haría saltar las alarmas para emparcharlo, teñirlo, abrillantarlo.
Retomando, la hipótesis de una guerra civil me excita desde siempre, así que seguramente iba a mirar Civil War de una manera u otra. Puedo decir que me preparé toda la vida para la guerra civil, para una nuestra, con una gran batalla campal final, un todos contra todos de sueño, en la Plaza de Mayo, camilleros del sanatorio Antártida reventándole la jeta a endodoncistas, a nivel de Titanes en el Ring. Y me preparé también para el destierro. Desde los 15 años tengo el pasaporte al día y mil dólares dentro para el ticket que me saque del país con urgencia. Se ve que tengo claro, desde entonces, que no pienso caer muerto por el escopetazo de alguien sin rumbo. Pero, contradictoriamente, me frustra que aquello que entreví como un destino, los prolegómenos de la guerra interna y el destierro, no se me hayan dado.
La chavezputinización no prendió, por suerte. Fue la última vez que estuvimos cerca. Cristina al final de todo va a ser mucho menos personaje histórico que Evita, y ese no era su plan, y Néstor va a ser menos que Menem en el recuento. Tanto quilombo para nada. Y el ridículo estatal gubernamental actual no tiene, al menos y por el momento, gigantografías que rindan culto a la personalidad, no pasa nada, son todas circulares del Banco Central y memes, no hay cambios de calles compulsivos, ni de planes de estudio. Que la Argentina vaya a ser mi tumba siendo que fue mi cuna me parece un resultado pobre, es un insight, y pienso que tiene que haber como herencia de desarraigo sistemático en este sentimiento ambiguo.
En fin, en Semana Santa de 1987 pareció también que se nos daba, que la democracia se destruía, que lo peor iba a pasar y nos mandábamos a mudar. Aún más oscuro se me presenta el recuerdo de la primera movida de Seineldín. En mi contrafáctico preferido digo siempre: qué oportunidad se perdió Alfonsín de fusilar a los que se alzaron contra la autoridad, por lo didáctico que habría resultado, no sólo para las fuerzas armadas, para el sector financiero, los capitanes de la industria; el estado democrático, legal, poniendo orden en una sola sesión de tiros. Pero son iluminaciones, el caminito institucional te llevaba por donde llevó. Y, además, el fusilador tiene que aceptar ser eventualmente fusilado, como un hombre, si se da vuelta la taba. Vale esto como mensaje para la juventud. Última digresión: lo que me parte el alma del fusilamiento de Ceausescu y la señora es que parece que los hubieran agarrado confundidos a los dos en la cola del Banco Nación una mañana de invierno. O sea, pienso que Alfonsín le sacó un pobre empate a la crisis de Semana Santa, y debió transformarla en goleada y optimizar la democracia y la economía para que después no se la coman tan fácil entre dos panes como pasó.
En otro orden, la editorial Vinilo sacó un libro llamado El libro de las fobias, una compilación de cuentos, relatos, historias, con el referente más o menos real, o más o menos ficcional. Allí escribo yo una de las piezas, la llamaremos realista porque me cuesta inventar. Mi fobia revelada es con el reunionismo de papás de alumnos de la escuela de mis hijos, aunque en todas las escuelas supongo que privadas es más o menos igual. El libro es muy bueno, aunque no creo que mi historia me represente bien. No lo sé. Me siento falso embolsando dentro de una fobia algo que creo que no lo es del todo. Hay cosas que simplemente no te gustan, que no son para vos, con las que tenés una distancia ideológica o estética. Claro, si algo rompe demasiado el molde, parece que hay algo raro con uno y uno se salva imputándose un defecto, pero creo que no hay tal defecto sino una incomodidad objetiva de orden ideológico. Otro día me detendré en este punto porque es la sociedad imponiendo una visión sobre usos y costumbres y la resistencia que podamos imponer para no ser adocenados o el pacto que aceptemos celebrar para tener la fiesta en paz. O sea una trama interesante para la que no habrá película ni serie, pero están los libros y los newsletters, compañeros.
Ya termino.
Si algo de lo que leíste hoy, o en alguna otra edición, te pareció francamente idiota, imaginate la fuerza que hay que hacer, el cinismo, la falsedad, para empezar a colar la Teoría Crítica de la Raza en la Argentina aprovechando el cántico banal de una hinchada, reproducido por futbolistas entonados después de un triunfo deportivo histórico. La maldad que hay que tener, el cálculo para agradar a los contratistas académicos de las universidades americanas. Tan repetido el procedimiento: los chetos arrancan con la vulgarización de escuchen, corran la bola, y después dicen nooo, noooo, está mal y dejan en orsai a sus millones de empleados. Así hicieron con la bailanta en Punta del Este, primero una mersada, después la adoptaron, después otra vez una cagada. Se desempolvan estudios para hacer revisionismo y contarnos que (ahora que no gobierna el peronismo propiamente dicho) efectivamente somos un país de mierda, racista, y no un crisol de razas.
Después de refundar la dictadura militar como “civico militar” van por universalizar la creencia de que nuestros antepasados inmigrantes europeos empujaron a los negros fuera de la historia y no que éstos se integraron, más o menos con el mismo desorden con que subimos al subte. La abolición temprana de la esclavitud, un viejo orgullo nacional, será pronto otro contenido escondido en las escuelas, más interesadas desde hace años por detallarle a nuestros pibes, con grandes lujos, las derrotas militares y morales, nuestros fracasos, todas nuestras desgracias.
Compañeros, un café con leche por mes,
o dos
o tres.
En pesos
o en usd, si te desterraste.
Todo suma,
me crea la posibilidad
de sostener,
de encontrar la dimensión de tiempo
pampeana
que demanda escribir.
Sé que en esta compra no hay
objeto físico para apilar,
y sentir la compra;
me queda apelar
al testigo interior
de cada uno
para obrar de una
manera socialmente imperceptible
y que sólo quedará
entre nosotros.
Si no te convencí,
soplaré y soplaré.
Compañeros estoy renovando bancas en el Taller Shampoo. Interesados escribir a: tallershampoo@gmail.com
Son 50 K por mes. No es caro para lo que es, el trato es muy amable, los fóbicos no tienen problemas de integración, nos sentamos alrededor de una mesa de kiri japonés, muy firme, dentro de un quincho con aire acondicionado frío/calor.
El baño es de hotel internacional. Por la mañana se presentan colibríes a picotear las flores del cantero que decora la terraza.
Hay café, tés, yerba orgánica, y pan de campo de Silvestre. Son dos pisos por escalera y hay escapatoria, por supuesto.
Más de treinta años, mejor.
Los asistentes, esperablemente, pertenecen al primer percentil de la sociedad rioplatense, así que no hay que disimular ni simular nada. Y no somos más de ocho en el salón, incluyéndome. ¿Quedó?
Las últimas mañanas, y la mañana de hoy, escuché con las bendiciones esta canción al llevarlos a la escuela en el auto. Me emociona muchísimo. Y estoy en busca de covers o presentaciones en vivo que la hagan más y más memorable. Las iré posteando.
Además, me gusta mucho este video de Neil Diamond en el que canta Sweet Caroline en el Greek Theatre de Los Angeles. También busco covers épicos.
Excelente Gustavo Noriega en su última Relación de Ideas sobre las matemáticas.
Jajaja… Del newsletter del ex escritor Hernán Vanoli. Si se suscriben a su correo, recibirán, además, un muy buen texto de bienvenida.
Me dice la forista Laura Isola que hay poca gente con la que pueda hablar sobre heladeras y quedó encantada con el correo anterior. Entonces me mandó sus dos observaciones sobre heladeras y cafeteras, escritas con anterioridad al correo. Las comparto, compañeros.
La heladera
La semana pasada se rompió todo: la lustraspiradora, el secador de pelo, además de la ruina en que se ha convertido nuestra cocina por derrumbes varios. Pero esa es otra historia. La de los electrodomésticos es vital: los mando a arreglar, compro repuestos, es mi parte anarco, en contra del consumo descartable. Batallas(perdidas) contra la obsolescencia programada. Está en mi sangre porque algunos de ellos son heredados.
De hecho, hasta hace pocos meses teníamos la heladera Siam, la de manija con la bolita que había sido de mi abuela. Duró casi 60 años y conmigo estuvo 20. Pasó por mudanzas a pisos por escalera, resistió estoica que el motor quedar al revés sin chistar. Bueno, en realidad hacía un ruido tremendo que cuando se detenía nos daba un alivio, mejor que ir a un spa, hasta que volvía a arrancar.
Vino el técnico, la vez anterior y me dijo que "el último congreso de técnicos de estas heladeras había arrojado la imposibilidad de saber hasta cuándo durarían". Me sorprendió la existencia de tal reunión y sobre todo, me fascinó su dictamen. Tener un electrodoméstico para siempre es mi fantasía.
Cuando mis abuelos compraron esa heladera era la única de la cuadra (o quizá de varias en la calle Belgrano de Quilmes) Me los imagino como Aurelianos Buendías trayendo el frío sofisticado de una heladera. No se debía abrir mucho la puerta, eso dice mi madre que decía la suya. Todavía repito esa restricción, cuando mi hijo se para con la puerta abierta para "pensar" qué quiere comer. En la Siam se guardaban muchos de los alimentos de los vecinos. Era algo así como comunitaria.
La última visita del técnico nos preparamos para el duelo: la avería involucraba al motor; ese del que hacíamos el chiste que era el mismo que le ponían a los autos de la misma marca. Nos compramos una nueva de la que no vamos a encariñarnos porque ya pinta que será muy breve su compañía.
Hablando con una amiga nos dimos cuenta de lo cerca que estamos, en nuestros árboles genealógicos, de los inmigrantes. Soy nieta de italianos. Ella, de búlgaros. Eso puede ser una explicación a eso de no tirar los frascos, guardar las botellas de vidrio de puré de tomates para volver a usarlas para el agua o la leche, comprar el repuesto de la cafetera, hacer dulce con la fruta de estación.
El reciclaje y conservacionismo no entendido en versión hípster o vintage sino de pura cepa atávica. La manía de mandar a arreglar todo. A lo de Cacho que tiene su taller de "reparación integral del electrodoméstico" cerca de la casa de mis padres y de la casa donde llegó, en los años ´50, la heladera. En Quilmes que es, en este sentido, mi propia y personal Cuba.
Y ahora la cafetera:
Se me rompió una cafetera al poco tiempo de haberla comprado y me tuve que poner el contacto con el servicio técnico. Una tarea que emprendo con cierta asiduidad, fatiga y constancia a partir de la obsolescencia programada de los objetos que cada más es más temprana.
Ya sabemos que soy de las que fantasean con electrodomésticos para siempre, con heladeras Siam de más de 60 años o con servicios especializados en ellas que vayan a congresos de heladeras de esta clase y arrojen resultados del tipo, no sabemos cuándo van a dejar de funcionar. La mía dejó de hacerlo, finalmente, y escribí un obituario sobre ella que cuando lo leo me dan ganas de llorar. La nueva en su reemplazo ya se rompió y por ahora la sucedánea viene bien, no sin haber pasado ya por un arreglo.
La marca de la cafetera está emparentada con una empresa internacional que terceriza, supongo, al call center en diferentes partes del mundo. Las opciones son telefónicas y por correo electrónico y las fui usando todas, según las diferentes partes del trámite. Para mi suerte, difícil usar esta palabra en este embrollo de mensajes, llamados, opciones de espera, retiro, reparaciones, devoluciones, etc., me tocó una empleada llamada Ariadna. Un nombre promisorio para salir del laberinto ese, pensé.
Durante dos meses de esta encerrona fuimos pasando, con su hilo por cada una de las etapas. Me llamaba todas las semanas para informarme el estado del trámite: cuándo la iban a pasar a buscar, si habían conseguido el repuesto, si ya había sido arreglada, que no podían hacerlo, que no hay repuesto, que me va a devolver el dinero, que va a tardar 15 días, que se hizo la transferencia, que se cerró el reclamo.
En nuestra última comunicación, nos confesamos: ella me dijo que yo tenía una voz muy alegre y yo, que ella era de una amabilidad extrema. Que estaba muy contenta de haber tratado con ella y que le agradecía mucho todo el manejo de tema. Antes de cortar, por última vez, lo que sería nuestra despedida, Ariadna en voz muy baja susurra, no compre otra de estas, todas tienen una falla. Y si puede, no compre más de esta marca.
Si el delirio y la idealización anti consumo desmedido ya no es posible, si ya no puedo seguir con ella, me alegro de que existan estos pequeños focos de resistencia.
Gracias por acompañar el correo, compañeros.
Este es El Libro de las Fobias.