Fin de curso
Discurso pronunciado en la terraza Malvinas Argentinas, el último domingo 17 de diciembre a eso de las 19 horas en oportunidad del cocktail de cierre de los Talleres Shampoo. Extras.
Como saben, compañeros, aprovecho todas las oportunidades que tengo para encontrar el ovillo del que tirar para escribir mis correos. Este año, sin ir más atrás, fui a más entierros de los que realmente me hacían falta ir al sólo efecto de inspirarme; no desentoné en esos funerales porque era un buen conocido de quienes se fueron al cielo, pero si no iba no rompía ninguna regla de lealtad con su familia. Fui en busca del chispazo emotivo y conociendo a los muertos sé que no me lo iban a reprochar. En la esquina de Alvarez Thomas y Virrey Loreto me peleé con un motoquero en la calle que se me hizo el herido después de chocarme; podría haberlo dejado hacer su teatro para el seguro pero me convenía ponerme al límite de ir en cana para escribir; insulté a un vecino que hacía cagar a un perro cerca de mi casa, ya el tipo de cosas por las que no discutía más hace mucho, excepto este año que necesito de la exaltación para asegurarme el texto. Por eso también organicé este brindis de fin de año de taller. Porque me quedan dos correos antes de las vacaciones y porque si me ponía la presión de hacer un discurso en esta cita podía tener uno listo un día antes del delivery dejándome un lunes entero al sol y ya quedar a sólo uno del final. En fin, escribir una vez y venderlo dos veces. El presidente Javier me levantaría sus dos pulgares.
Gracias por prestarse, entonces, y además, en un día histórico. Si llegaron hasta aquí vieron el espectáculo de árboles y ramas caídas y autos aplastados; igual que el día que nevó, este es otro que no olvidaremos y aunque posiblemente tiene algo de apocalíptico si lo vemos por el lado de los efectos que la mano visible del mercado tiene sobre el ecosistema, es cierto que las ramas tupidas cruzando las calles, interrumpiendo la marcha y con esta luz son una postal bastante bonita. Fuimos con los niños al mediodía a tomar nota del huracán y a comprar ravioles en Master, una de las mejores casas de pasta de la zona, capaz de Buenos Aires toda, ubicada en la avenida Cramer, la mano que va para el norte. Simón y Amparo no saben de cosas verdaderamente excepcionales porque todo es excepcional para ellos, así que bueno, veían los árboles arqueados sobre los semáforos, demoliendo rejas, y al quinto árbol ya no veían la excepción. Qué lástima. Van a ser muy difíciles de sorprender en el futuro. Buen, el dueño de Master es, además, el adicionista y cada vez que ve mi apellido en la tarjeta me dedica una referencia a los alemanes del Volga. La mitad de mi expectativa cuando voy es que él me recuerde de dónde venimos, él, su padre, el mío, y todos los alemanes rusos que cruzaron Europa muertos de hambre hasta que pudieron hacer crecer el trigo a orillas del Paraná.
El quincho, que es el salón del taller, como saben, se llama Quimey, por ella (se pone de pie, saluda), pero la terraza entera se llama Malvinas Argentinas, por los pibes de Malvinas de los que yo nunca, nunca me voy a olvidar, y este rincón de la terraza desde el que hablo, antes de la reforma que hicimos hace tres años, se llama Little Miami porque habíamos puesto unos 10 m2 de deck y dos macetas irónicas con palmeras. Los deck son tal vez la estafa paisajística más grande del mundo, porque la madera levanta, se dobla, es un tema que no va. Ahora hay de PVC, parecen menos naturales. Es increíble el tiempo que uno dedica a fantasear una situación de plenitud absoluta y luego a creársela y luego a cambiar de idea de plenitud y a sacarse de encima los decks, bajarlos por la escalera, subir con una mano el container de basura, suspender el asco en el aire y mantenerlo abierto hasta tirarlos adentro con la otra mano.
Aprecio que hayan venido al cierre del año, aprecio el vino y el champán que trajeron, espero que aprecien el catering de Solange, una señora a quien me esforcé en mostrarle mi gratitud pero no alcancé a rozarle el corazón. Lo de ella es hacerlo increíblemente bien para la hora que estableció sin más franela. Compañeros, somos parte de una comunidad secreta para siempre. Es de lo más bonito que tiene este tipo de actividad. Nos escuchamos las pruebas, las jactancias, los miedos, y efectivamente crecemos por obra de superar la vergüenza, de leer, de que nos lean en voz alta, de publicar.
Fui a la escuela normal Mariano Acosta que tiene un himno espectacular que todos los ex alumnos cantamos con gran emoción todos los 16 de junio, cuando se cumple el aniversario, vayamos o no al acto institucional. Es una escuela que históricamente formó maestros; las escuelas normales producían maestros para las escuelas primarias, y en el Acosta aprendimos, como dice nuestro himno, a ser el diamante que bruñe al diamante. Piedras preciosas que se perfeccionan entre sí por el roce, por la constancia del vínculo amable y generoso. En un taller los que escriben un poquito mejor se juntan con los que están medio confundidos, a los confundidos les gusta lo que hace el que lo hace un poquito mejor, y éste antes que agrandarse se compromete a apoyar al otro y todos escalamos el volcán al mismo tiempo. Nadie dice una palabra sobre el proceso, pero simplemente sucede.
En nuestra mesa rectangular de taller los señores de Verisure Alarmas que nos espían con la camarita no podrían decir quién es quién sino hasta varias semanas después de observar. Porque no aprendemos a abrir un corazón o a extirpar la tiroides, es una conversación abierta sobre cómo decir más y mejor, cómo encontrar la forma más pura de expresión, la que más nos pertenece, la que usamos en los sueños y la que usamos en el suelo cuando nos sentimos por ahí, volcados.
Digo tres cosas en las que creo y que me ayuden a llegar a 1300 palabras y que considero útiles para el desarrollo del artista, para que sea fuerte, para que resista.
Nuestro trabajo es instituyente, respetamos las tradiciones, a los mayores, las formas clásicas, pasamos por el panteón y les dejamos una flor. Pero de ninguna manera debemos medirnos contra eso. Nos medimos con el entendimiento de los contemporáneos con toda nuestra capacidad de burlar los lugares comunes en los que quienes escribimos y quienes leen fuimos empaquetados pero sin perder la capacidad de ser comprendidos. Y con nuestra propia capacidad, íntima, de saber si estamos siendo honestos o no. Si escribimos para la tribuna, para hacernos los vivos o para hacernos las víctimas.
La otra es que tiene que sonar bien, tiene que decir bate forte o tambor. Léase cantando. Y tiene que decir algo que para el autor sea verdadero como “vendo escarpines sin usar”.
Por último, nuestro trabajo se pierde si se pone como meta salvar a la humanidad, en cualquiera de sus niveles; podemos ser jóvenes o maduros enojados con Henry Kissinger o con la diputada Lilia Lemoine pero por qué vamos a acomodar la sofisticación que tiene armar un buen párrafo para que calce a favor o en contra de alguien que es de cera, alguien o algo al que el sólo roce con el calendario, con la brisa de la historia, lo va derretir o tumbar para que nos festejen cuarenta palurdos; el párrafo tiene que ser escrito para sobrevivir la coyuntura, para ser de todos los tiempos. Aunque parezca que habla del temporal de hoy porque, claro, a nuestros contemporáneos, para tenerlos ahí pendientes de nosotros, hay que engrupirlos con la pesca del día.
Gracias, compañeros.
Qué oportunidad de darle una mano al indio, eh. Se debita mensualmente. No pasa nada. No te das cuenta. Y mantiene con vida el correo. Actualiza por CER. Si siempre pensaste en apoyar con una suscripción, es hoy.
Este es un botón navideño. Que equivale a dejarme algo en el arbolito.
Compañeros, dos libros dos para el arbolito. De dos queridos foristas del correo. Balada para una prisionera, poemario de Martín Rodríguez sobre su madre fallecida. Lo escribió duelando y lo publica para “cerrar el círculo” en sus palabras.
El siguiente se dibujó festejando y no paramos. Vale mucho la pena, una narración ilustrada, antojadiza, sobre cómo llegamos a la tercera estrella. Un libro feliz y para tener.
Aviso
Preinscripción al taller shampoo 2024.
Martes 18 horas y Miércoles 9.00 am
Los grupos tienen hasta 8 participantes.
Empiezan el 6 y el 7 de febrero.
Escriben aquí: tallershampoo@gmail.com y manifiestan intención.
Los valores actualizan por CER o lo que el destino depare mientras haga viable la actividad. Como para proyectarse, el precio de inicios de diciembre fue 22 mil pesos.
Aviso II
Un correo de Esteban Schmidt se toma vacaciones entre el 23 de diciembre y el 23 de enero. No me abandonen durante el silencio.