El invento revienta al inventor
Iñigo se metió solito en un desafío imposible: tapar con programa político el deseo ardiente que es universal. Cuando le cantaron piedra libre quedó knock out. Extras, insufribles.
Perón y Franco murieron con un año de diferencia. Nuestro general en 1974 cortó el ticket para el reemplazo de su tercer gobierno por la dictadura de Videla; la del generalísimo en 1975 habilitó el paso a la democracia, al destape, las tetas en las portadas de las revistas, y, desde luego, a la concepción de Iñigo Errejón, practicada al viejo estilo, progenitores desnudos, tendidos y hablando bien del otro al oído durante un rato.
La democracia española sirvió a los políticos, comunicadores y lobbistas argentinos para prever y comparar los desafíos que tendría nuestra propia democracia cuando perdimos la guerra de Malvinas. Son temas técnicos pero el contexto es obligatorio.
El cierre psicológico de una dictadura eterna como la de Franco no había sido moco de pavo así que el comentario editorial del personaje de José Sacristán de la película “Solos en la madrugada”, algunos años después, “no podemos pasarnos cuarenta años hablando de los cuarenta años” era una buena advertencia sobre la necesidad de suspender el lloriqueo con el pasado y dar vuelta la página.
El Tejerazo, por su parte, nos mostró que las asonadas podían fracasar, que la democracia no tenía vuelta atrás y que viejos bandos de viejas guerras podían ser nuevos bandos dados a favorecer la concordia y la unidad.
España con el gobierno del PSOE, paralelo al gobierno de Raúl Alfonsín, había hecho bien lo que aquí no podíamos ni empezar a hacer, aceptar la economía de mercado, fundir el capitalismo y la democracia, sin fundir a nadie, lo cual no es nada fácil. Europa los ayudó porque había que adaptarlos. A Alfonsín no lo ayudó nadie. Pero, por otro lado, España mantenía la monarquía que en comparación con un país orgullosamente plebeyo como el nuestro, donde el plebeyo es el rey, es una renuncia a la soberanía popular plena. Aquí, además, juzgamos a los militares mientras que los crímenes del franquismo fueron archivados.
En el paquete total, lo de España fue siempre ejemplar para nosotros, entre otras cosas porque la alternancia entre partidos no afectaba la economía, las reglas de juego, sólo cambiaban el croupier y los cajeros. Pero la democracia es aburrida por lo que al cabo de otros cuarenta años se incorporaron sub narrativas, a la grande de la democracia y de la libertad, y se dio un fuerte recambio generacional que modificó las maneras. Por derecha y por izquierda se amplió la oferta política sin dejar de inclinarse ningún recién llegado ante el flamante Rey. La organización Podemos fue como si las agrupaciones universitarias de Argentina hubieran armado un partido político de alcance nacional, se presentaran a elecciones generales y les fuera bien.
Podemos llegó a representar nuevas generaciones de españoles que se deseaban una vida mejor dentro del capitalismo y que por efecto de las redes sociales estaban listos para apalancarse y distinguirse con las creencias de lujo circulantes por el mundo, una de las cuales es el antisemitismo disfrazado de antisionismo, pero principalmente el feminismo radical, el vigilante, muy por encima del ecologismo, más afirmado en otros países europeos. El dirigente que con mayor elocuencia y énfasis representó esta liga de la justicia de género fue Iñigo Errejón. Se expresaba poseído por la materia.
La solemnidad es bien de izquierda, por supuesto, porque hay muertos en esas espaldas, no se puede hablar en broma después de los fusilamientos de la Patagonia, pero en la Argentina no nació el chico de izquierda que llegue a la seriedad con que se presentaba Iñigo, incluso con el enorme fondeo del que dispusieron aquí los censores, con sus cientos de observatorios montados para vigilar el lenguaje, y vigilar a contreras.
Pablo Iglesias, frontman principal de Podemos y que llegó a vicepresidente del gobierno, con su coleta, le daba al menos un aire insurreccional a su solemnidad, como si pudiera renunciar a los honores, prender fuego los escaños y escapar, un detalle que le daba aire.
Iñigo se encorsetó, no pudo administrar el nerd, y ahora deja la sala y es él quien se va al bosque. Como un hombre bomba, se autodetonó cuando una periodista que se dedica a la caza de brujas, Cristina Fallarás, empezó a publicar mensajes anónimos que lo incriminan mayormente con puerilidades en todas las escalas que van de la estupidez al acoso discutible. Iñigo vio que la cárcel que imaginó para los demás lo estaba dibujando adentro y escribió una renuncia cuya sentencia más interesante para mí es que llegó al “límite de la contradicción entre persona y personaje”.
Una pena que en lugar de sacarse la careta y sacrificar el personaje o presentar completamente su caso, la contradicción, y seguir como representante público, resolvió sacrificarse en los dos rubros. No me parece saludable, ni para él ni para la sociedad, una debilidad no es todo un hombre, y no hay hombre ni mujer sin punto débil, pero me parece aún peor para la izquierda: la revolución no puede entregar revolucionarios a pedido de periodistas de Instagram.
Algo más sobre los españoles:
Las estupideces dichas con perfecto acento español suenan como sabiduría de alto nivel, y quizás los mismos españoles no sepan que cuentan con esta ventaja que entra por el oído colonial y castra temporalmente la inteligencia del sudamericano que escucha por efecto de la lengua madre. Sirva de notificación. Es un espejismo ideológico. Las estupideces pueden ser estupideces aún más perfectas cuando se dicen con las comas bien puestas y entonadas en la música original del castellano.
Experimenté la confusión cuando Manuel Fraga Iribarne y Julián Marías visitaban el programa de Bernardo Neustadt en los años ochenta, Bernardo les cedía la palabra para escucharlos vender sus productos, y él alimentaba su internacionalismo posible, porque no hablaba inglés, ni francés, creció en un internado.
Más tarde reconocí el mismo efecto subyugante en los recortes que el telediario de la TVE, que se veía por televisión por cable en Buenos Aires, hacía de las comparecencias de Felipe González, normalmente desafiado por José María Aznar, en el Congreso de los diputados con frases que se remataban con zeñor Gonzáles o zeñor Ashnar. Además de articulados, ambos eran siempre duros, sentenciosos; una democracia viva y bien hablada.
Cuando yo empezaba la primaria, mediados de los años setenta, había algunas monedas de cinco pesetas con el perfil de Francisco Franco, Caudillo de España, en mi casa de Caballito, así que posiblemente yo haya aprendido a leer también silabeando su nombre. Por supuesto que estaba más familiarizado con los nombres propios de la política argentina y con sus crímenes, Rucci, Villar, Quieto, estaban los cantitos, las amenazas y las ambulancias transportando baleados por toda la ciudad. No se entendía todo a los siete años pero la lucha por el poder comparte los mismos elementos dramáticos que se encuentran en cualquier obra infantil. Alguien quiere algo, hay una fuerza que se le opone, y finalmente lo consigue aunque no en la forma deseada. Y algo que corta las rutinas de esta manera, que pone tu cara en las monedas de circulación general, en las estampillas, en una morgue, como la política, era y es aún muy atractivo
Con la derecha extrema, con Vox, uno sabe que tiene agenda escondida, que dicen que no te quieren matar, pero en realidad sí te quieren matar. La izquierda dice que te quiere salvar pero miente porque no tiene la menor idea de cómo hacerlo porque hay muy poco margen dentro de la ley. De ahí que las creencias de lujo tienden una mano.
España conoce con Pedro Sánchez el mismo procedimiento de dividir a la sociedad que la Argentina conoció con el kirchnerismo, incluso con muchas de sus maniobras institucionales, manipulación de la justicia, de los medios de comunicación, con una ley de medios en camino. Naturalmente que quienes quedan en la otra vereda ven la oportunidad de cobrar electoralmente su lado de la división y Sánchez con gran habilidad se sostiene con pocos votos propios pero con la idea de que todo podría ir peor si ganan los que están del otro lado de la soga. Baja la vara.
Es una época, también de España. No es el fin del mundo. Son derivaciones de la gran narrativa democrática y el que innova puede coronar porque el lenguaje lo puede todo.
Los insufribles de la semana
Largamente merecida la distinción para el politólogo mediático Andrés Malamud cuya creatividad intelectual está al servicio de encontrar la frase con chispa que encandile a María Laura Santillán. Malamud es elocuente, articulado, y sorprende siempre con lo que la pobre periodista no había pensado, y con una habilidad, o rareza, que paraliza a sus interlocutores, en general: puede hablar sin pensar en el camino de la respuesta y sin mover las manos, como un busto parlante. Con su cara crea, además, la ilusión de que la Argentina puede ser no sólo gobernada, sino también interpretada por un muñeco.
Las almohaditas que llevan los niños de hogares más humildes a la escuela no son comida ni para hámsters; son ultraprocesados con el azúcar más refinada del mercado. Y los ofrecen en dietéticas, mirá vos, que venden los mismos picos glucémicos que el caracolito que te hacen hacer en Farmacity antes de pagar.
Las mapadres que para los grandes acontecimientos escolares transportan la utilería de las bendiciones en la bolsa azul de Ikea para mostrar que juegan en la liga de los bienaventurados.
El recibimiento a los equipos locales en sus estadios. Después de lo de River y Racing esta semana ya es fácil ver la tendencia a meterle humo al desastre que es el torneo local y a la organización del fútbol. La AFA va a darle play a todo circo extradeportivo para camuflar.
Después de leer muchos muchos correos, negarse a la colaboración, pudiendo hacerla, es un poco desear el fracaso del autor. Capaz algo inconsciente. Just saying. Tengo fe en Chile y su destino. Insistiré.
Yo lo escribo, yo lo vendo, compañeros. Estos botones suponen mínimos aportes mensuales. Gracias.
Dialoguitos en el Asfalto.
En el pasillo de lácteos del Carrefour de Vicente López, a metros de Libertador 101, el edificio donde tiene su redacción el viejo diario La Nación, me cruzo con periodista del matutino que camina el supermercado “para distraerme un rato”. Palabrerío de rigor sobre la vida, la muerte y el destino y pasamos a la chiquita.
—¿Cuando Carlos Pagni habla de “el tenebroso” Jaime Stiuso lo perjudica o lo ayuda?
—Le sube el precio, indiscutible.
—Parecés informado. ¿Se queda Carlos con ustedes en 2025?
—Hoy, dudoso. Está buscándole la vuelta a su propio proyecto multimedia individual. Cualquier se da cuenta de que la gente no lee o ve a Pagni porque está en La Nación sino que, de pedo, lee o ve La Nación porque está Pagni.
Breadcrumbing
Esta es una de las actrices que denunció a Iñigo. Lo acusa de hacerle refuerzo intermitente. Una buena muestra del circo que es la democracia española.
Me siguen llegando videos de Martín Kohan. En este interpreta a un escritor fanático de fútbol.
Si hay algo que está bien, eso es el newsletter de Sebastián Campanario.
Hoy se presenta.
A mí me fascina poder volver sobre Koh4n (acá también se gugleará para contestar?). Es un buzón y un vendedor de buzones al mismo tiempo. Tengo una inquina especial hacia él y estoy podrida de verlo lucir camperas de Adidas. Necesitaba decirlo. Como siempre, la radio está re buena. Munisa de Urquiza
un par de cosas; Errejón no tiene nada que ver con Podemos desde finales de 2018, entre los que bailan sobre su tumba con más energía en estos momentos están sus antiguos compañeros de ese partido.
la comparación entre Sánchez y el kirchnerismo no es acertada. En primer lugar porque España tiene un sistema parlamentario no presidencialista. Sánchez es apenas presidente del consejo de ministros no del país. Y en segundo, no puede ni mear sin una serie de dolorosas negociaciones con otros partidos. Y en tercer lugar, bajo sus gobiernos la economía se ha gestionado con prudencia (y no desde Bruselas, la UE no funciona así), incluso reductos de bolchevismo acérrimo como el Financial Times lo reconocen-
saludos