Compañeros, en la edición de hoy, el capítulo 5 de El fin del periodismo. Original del 2008, borrado de la versión web en la que había sido publicado, y en versión levemente corregida. Los primeros capítulos están más abajo. Se puede leer en perfecto desorden, como Rayuela (¿). Hoy se cumplen seis meses desde el primer correo, gran hitoportunidad para bancar este proyecto.
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Queremos también decir esto: es insoportable que la prensa se pueda meter con todo el planeta, con toda liviandad, pero que meterse con la prensa, aún tomándonos el trabajo, aún componiendo durante días y días, sea equivalente a un acto demente, vandálico o, más favorablemente pero no menos falso, de un extremo coraje. Si los tipos no tienen fierros, ¿qué es lo peor que puede pasar? Que no te contraten es un problema sólo para el que quiera trabajar con ellos. Para el que no quiere o para el que ya no quiere hacerlo, es igual a nada. Para el que no, la prensa es un tema de conversación más. Un tema que es atractivo por todo lo que venimos diciendo acerca del papel tutor que ha ejercido el periodismo en todos estos años. Y quién no quiere leer sobre el tutor. Es el teorema de Baglietto: más poderosos los personajes, más vas al fuego como la mariposa. No sentimos, entonces, nada parecido al ejercicio temerario en esta acción. Casi somos parte del sistema. Somos el Ying del Yang. Nos sentimos livianos y firmes, con los pies en la tierra, sin desequilibrios, sin fantasmas. Algunas de las personas más buenas y lindas que conocemos trabajan en la redacción del diario Crítica y los queremos prósperos, felices y concretando su vocación que no es sólo ser periodistas, madres o padres, sino contribuir a un país mejor, más justo y más solidario. Que es difícil, acá y en cualquier lado, pero por qué no probar.
Ese es, entonces, nuestro negocio: la conversación. Nuestro negocio de toda la vida. Somos relatores de una época sobrerrelatada y que, por ello, tratamos de abrirnos paso de la manera más eficiente. Nuestro lema es: o nos matan o nos dejan pasar. Y entonces pasamos también a los tiros, por las dudas. Qué va a hacer. Aun si nos va mal en esta vida, esperamos resultados en la posteridad. Así de optimistas. Y si ahí tampoco sumamos de a tres, no nos vamos a enterar. En estos primeros borradores del fin del periodismo estamos contando la historia de una transición, el pasaje del bronce al barro de un oficio hermoso. Y, en ese sentido, el salto de Jorge al Teatro de Revistas nos hizo pensar en eso. Nosotros no lo empujamos a las tablas. Él generó la noticia. Él, Lino y Ricky Pashkus. Los gordos y el flaco. Para nosotros fue simplemente morder la medialuna de Wilson, el uruguayo del kiosco de Página, y que la memoria hable. Nos acordamos de unas cosas. Pensamos en otras. Nos preguntamos qué, por qué, cuándo, dónde, cómo. Usamos el instrumento. Disculpas a quienes se sientan mal por estos borradores. Tómenlos como borradores. A la mayoría que nos felicita y asiste al espectáculo revolcado en su silla comiendo palitos salados y haciendo buches de whisky mientras baja el cursor con el índice, con la misma ansiedad con que le meten fast forward a una porno, bueno, les decimos que visto así nos irritan mucho. Por algo que Huili Raffo dijo alguna vez: No queremos proveer esparcimiento para amigos nominales que nunca harán lo propio en su terreno. Un texto, el de Raffo, que debería ser de lectura obligatoria en las escuelas de superhéroes.
Cuando nos acordamos de cosas, nos acordamos, por ejemplo, de sapos. Por eso escribimos, para ordenar un sueño. Si a un sapo lo sacás del agua fría y lo echás al agua hirviendo, distingue el brutal cambio de temperatura, y entonces salta del agua y salva su vida, pero si lo echás en agua fría, se ríe el sapito, porque no se aviva que se cocina hasta el hervor y crepa. Pobre gaucho. Lo que vemos es que, al no pasar nada con el diario, Jorge parte al teatro de revistas antes de cocinarse ¿A vivir entre bailarinas? Es la forma más blanda de verlo, porque es la que lo asegura en el mito de hombre inesperado e inesperable que hace lo que se le canta. (No tenemos un problema con el teatro de revistas, tampoco. Nos pasaríamos un año en camarines con un sombrero de bombín y zapatos de payaso. Por dios, lo haríamos, lo haríamos.) Pero salta Jorge a salvar, con esta extensión de línea su marca, que, obviamente, no debe perder valor si aspira a la permanente puntera de góndola. Y como todos vamos al supermercado, como los amigos que nos chatean amargamente a la tarde van al supermercado y son tan influenciables por la publicidad y el marketing como cualquiera, vieron su yo afectado por la decisión de Jorge. Sintieron, como ya dijimos, el clic. Lo que sintió un acopiador de tabaco virginia cuando Philip Morris hizo un fuerte pase de capital a su negocio de lácteos. Sintió que el faso a la larga no va más.
Sintieron, nuestros amigos, que si el diario se encontrara en una situación dominante, el jefe no se iría ni en pedo antes del cierre a hacer otra cosa. Postergaría ese gusto. Porque el cierre de un diario es mítico. Es un no va más, si nos equivocamos, nos equivocamos; si la embocamos, qué quilombo se va a armar. Un gran momento. Que el jefe resuelve perderse porque no siente que su presencia mejore o empeore el producto. Porque el jefe ya no la quiere pelear. Porque el producto fue tocado en el hombro por la parca de la obsolescencia. Al contrario, en el otro escenario escuchará los aplausos que no se sienten en la caja de zapatos de una redacción, sentirá la emoción de la doble o triple salida a saludar, agarrado de la mano con Lino, con Ricky, bajando la cabeza, un poquito, en su caso como yéndose, como qué hago acá, haciendo la gauchada de saludar en medio de una investigación sobre el dinero del poder o cosas que suenan así.
Insistimos, en esta quinta parte de los borradores, llena de justificaciones que serán eliminadas en la versión final, que con él no hay ningún problema. Le mandamos un abrazo. Nos consta, además de todo lo bueno que ya dijimos, que es un buen tipo si entendemos por eso, y por exagerar, que no nos va a entregar a los nazis, en caso de cuarto reich, y que si le preguntan va a decir que nos fuimos para allá, cuando él nos vio correr para otro lado. No se puede decir lo mismo de todo el mundo. Digamosló en su honor. Digamos también que no se puede vivir haciendo complicados ejercicios contrafácticos para callar, y justificar el silencio en forma permanente sobre los temas públicos. Digamos también que en la cultura occidental, la idea es que el capitán abandone último el barco. Digamos que eso también afectó el yo de los amigos que nos chatean por las tardes. Y amargamente.
¿Por qué doblan las campanas? Porque las van a guardar. Es así. Es un fin de régimen. Lo dice Agulla y Bacceti: Cualquier papá sabe que un chico se pasa prendido a la computadora ocho horas y tiene la tele prendida al lado como si fuera una radio. Y ni siquiera habla de los diarios. Tal vez no crea que existan. El fin de la prensa de papel, por lo demás, es universal aunque la intensidad que le ponemos para tratarlo aquí es argentina. Esto no se puede controlar.
Y, obviamente, esta conversación es el microclima de dos mil tipos interconectados por el gtalk y el Facebook. Para Tati, el chino del autoservicio frente a mi casa que lee noticias en diarios mimeografiados en mandarín que son dieciséis hojas oficio dobladas a la mitad y de color rosa, esta historia no es nada. No es nada para mi profe de Body Pump que se compró un cardiómetro para arrancar de personal trainer la semana que viene y que lo está seteando, ahora, enfrente mío, en el Piacere. Nada tampoco para Ilda, a quien veo entrar al bar en este mismo momento, que me viene a buscar las llaves de casa, la chica de Asunción del Paraguay con la que tercerizo las tareas hogareñas que me permiten tener el cerebro encendido muchas horas por día. Y vivir de la cabeza.
FIN, pero continuará…
Hoy se cumplen seis meses desde la primera emisión de Un Correo de Esteban Schmidt y la oportunidad de apoyarlo se renueva. Gracias a quienes ya me acompañan y a quienes lo harán desde hoy.
EXTRAS
Corto muy divertido que presenta, bien por el absurdo, el mundo de la post verdad. Son 9 minutos.
Estoy decidido a bajar de peso, a moverme más. El correo me sumó cinco kilos, los voy a bajar. Nada como el inicio de un mes,
Mi peso esta mañana a las 7 am es: 78,5
Mi IMC es de 27,5.
Mi ideal de toda la vida es tener los 70 kilos de Carlos Monzón cuando reinaba en la categoría medianos.
Iré actualizando mis progresos aquí de modo de exigirme.
el sr. grinberg me animó a decir lo que pensaba. Ojo, el planoblanco no se toca, pero si pueden ser correos nuevos, o que parezcan nuevos, se agradecería.
también me parece cierto, sin saber un pomo, que ahora escribe mejor.
Me siento un poco estafado al no ser un texto nuevo, pero muy buen retrato de un momento que recuerdo muy bien, era fan de Crítica.
Siempre alta la vara, Esteban.
Igual, ahora escribís mejor.