Compañeros, en la edición de hoy, los capítulos 3 y 4 de El fin del periodismo. Original del 2008, borrado de la versión web en la que había sido publicado. Seguro nadie lo leyó. O no se acuerda, que es más o menos lo mismo. O no va a sentir como un estafa volver a dar con él. Más detalles en la parte 1 que cuelgo más abajo.
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Con el diario, al final, no pasó nada. No vende un pomo, no está en los bares. No se lo espera a ver qué dice, porque nadie sabe bien si le están hablando. Si lo están interpelando, como se dice en la facultad. Y, claro, no se sabe si es en joda o si es en serio lo que se publica, y así: ¿quién compra dólares? Una lástima. Porque el pobre mercado de lectores de la Argentina se pierde las buenas notas que se publican en la revista de los domingos y que quedan tapadas por las bromas de cabaret nazi que se hacen en la tapa, por el sexismo brutal y por algunas mentiras publicadas con banalidad antes del último subte. Terrible, porque el pobre y decreciente mercado de lectores se pierde notas como las de Susana Viau y, entonces, es más pobre y es más decreciente.
Susana, en una punta simbólica de la redacción. Una mujer que se acuesta a ver en cable El tercer hombre y siente un ruido en la cabeza y se levanta de la cama a leer el libro original y siente otro ruido y no se puede dormir hasta el amanecer porque se queda leyendo la historia de unos ambiciosos que no pueden dominar el impulso de la guita, traficantes de penicilina, hombres desesperados, sin continente, sin horizonte moral. Y luego escribe con la suficiente habilidad, y con todas las horas que hacen falta para desplegarla, como para que un ex Juez Federal millonario y un empresario farmacéutico, miembros de la sociedad propietaria de Crítica la saluden en los pasillos sin advertir que Susana también se los cargó a ellos. Cuando parecía que no, que sólo hablaba de la noticia de la semana.
Pero fuera de eso, poco, poco. Debe tener su tráfico en Internet, el site de Crítica, cómo no, pero con el Firefox cualquier cristiano abre 30 pestañas al mismo tiempo mientras espera que se le haga el café. Por las dudas, o porque sí, o porque es gratis, abrís Crítica; por las mismas razones abrís Infobae, también. Son páginas que abrís sin esperanza, sin emoción. Distinto a la movilización afectiva de abrir el blog de Artemio, por mencionar uno, pero uno de pocos, tal vez el mejor ejemplo de cómo un hombre, en su plenitud intelectual, puede usar un recurso, Internet en este caso, Internet en estos años, para dar cuenta de lo que le interesa; sin dejar de presentar un estado del arte de lo que es ese interés para él pero también para otros, y divertirse con lo que esperan que muestre, encuestas, los porcentajes de sobrevida que tienen los hombres públicos, y anotar al margen sus gustos musicales y presentarnos también el amor por Igor, su ovejero. Un abrazo a Igor. Por eso no da que se jacten los que hacen el site de Crítica. El tiempo perdido en Internet todavía no se factura, cuando eso ocurra veremos la verdad de las cosas.
La Internet 3.0 registrará, si hay suerte, si la sensibilidad promedio de sus programadores nos da la chance, las distintas temperaturas de los internautas y los efectos del tráfico por la red. Así como el Facebook 3.0 debería registrar todos los malentendidos de la vida dejando atrás esa linealidad que despierta la fobia de los apocalípticos.
Con el diario, compañeros, no podía pasar nada. A todos los que nos preguntaron antes de agarrar el laburo se lo dijimos: es muy difícil hacer algo importante, trascendente, con las retaguardias. Las retaguardias están para hacer el mate cocido, para acomodar los ataúdes en el Hércules. Es así. El diario iba a ser una nueva plataforma cualunquista, siempre corriendo de atrás a la sociedad, con editores que iban a terminar leyendo Clarín, todas las mañanas, para saber dónde estaban parados y configurar desde su tremenda inseguridad la agenda periodística. Todo para no comerse nada. El miedo más grande de un retaguardista, ¡el colmo de un retaguardista! Que, pese a estar bien atrás, donde están las mamás y las enfermeras, lo agarren por la espalda.
En el cuerpo de editores del diario predominan recursos humanos conservadores, temerosos, con Fiorinos, gente respetable, atención, excelentes padres de familia, como decía Guillermo Nimo, con los que compartiremos geriátricos, si dios nos da salud, pero bueno, gente leal al pasado, a lo instituido, más que nada, y obediente de las oratorias televisivas. Muchachos iniciados en el diario 12, algunos de ellos, quién diría, con todo lo bien que se habló siempre del 12, que han esperado años, que han juntado coraje, con persistencia pero con cuenta gotas, para decir vamos al corte o después de estos auspicios, con nosotros, Marta Minujín, y hacerle una entrevista feliz a la drogadicta del régimen que hace torres con sánguches de miga. Qué vamos a hacer. Otros, en ese cuerpo editor, educados por la editorial Perfil, formateados en el periodismo de primero la tapa y después vemos, y que no desarrollaron ninguna contradicción con el método, insensibles, además, a la idea de que la historia de los hombres hace la trayectoria de una serpentina y que sólo así merece ser leída. Con ellos evidentemente se podía hacer este diario que hoy no se compra en los kioscos. Que no está en los bares, los templos de los alfabetizados, y que nadie espera. Y que todavía se puede hacer peor. Por la simple saturación que irán evidenciando los más entregados al proyecto. Y como consecuencia de la deserción de los cuadros mejor educados. Porque desertarán.
¿Tenemos que dar nombres propios, tenemos que decir éste, aquél, el otro, los nombres de quienes sabemos que abandonarán? ¿O los nombres de los entregados a la causa del abordaje periodístico de cabaret para los temas de género? ¿Los nombres de quienes se plegarán al movimiento revisteril? ¿Tenemos que poner sus nombres en este frontón para que los googleen y se les caguen de risa los hijos, cuando crezcan, cuando entiendan dónde estuvo papá, cada día, cuando el país consolidaba su inviabilidad? ¿Que papá, o mamá, porque hay mamás también en el emprendimiento, favorecía hacer chistes sexuales en las páginas de un diario para desvalorizar a las mujeres? ¿Que papá, todos los días, empobrecía el panorama cultural? Que hicieron posible que esta monumental inversión de recursos económicos y humanos, que es un diario, haga la tabla del cero cada día, para decepción de los amigos que nos chatean amargamente por las tardes y a quienes esperamos de este lado del río en cuanto puedan cruzar.
4
Escribimos el fuck hondo que podemos. De qué vamos a hablar. Si armaron una ciudad, con unas experiencias de clase que ha implicado el desfile de un millón de vecinos, aunque sea diez minutos, por el CBC, como se puede apreciar en cualquier pelotero de cualquier restaurante en el que cualquier padre le refiere el panóptico a cualquier niñera que dice claro, y dice obvio; una ciudad en la que media sociedad civil se anotó en el Rojas para hacer algo, y la otra mitad lo consideró, porque en todas las familias de la clase media de Buenos Aires, uno de los hijos también pasó por el TEA, por el DEPORTEA, o quiso pasar y porque en los bares donde nos constituimos a diario, en los comedores a los que vamos cuando podemos, y a los cumpleaños a los que todavía nos invitan vemos que la gente es tan dependiente de la industria simbólica que casi no se puede hablar sin decir nombres propios, que casi no pueden entenderse los invitados si no mencionan apellidos prestigiosos de las fábricas de envoltorios y, según los hogares, los apellidos estelares que se cantan, salvando esa época, ah…, que duró cinco años en que un solo apellido doble, Agulla y Bacetti, fue santo y seña en los livings de cien mil familias, que lo repetían porque sí, y eso fue lo más doloroso, que tantos inocentes mejoraran la visibilidad y el patrimonio de dos caraduras a cambio de nada. ¡Cómo distribuyó socialmente el interés por la forma ese dúo histórico! Cómo establecieron los exactos términos de la salvación. Esos palurdos con zapatillas de colores.
La industria del entretenimiento, vistosa y pujante en los años noventa, fue la lucecita de esperanza del cardenal Samoré para muchas familias de clase media, para que sus hijos pudieran progresar, cuando ya no se podía progresar. Más que nada los hijos menos afectos al estudio. Y les pagaron las cuotas de los institutos y, aunque pronto descubrieron que la inserción de los chicos en los medios no iba a servir para el mejoramiento patrimonial, porque la vocación de empresario que se requiere para saltar el corralito de los asalariados no se arma en dos años, ni de grande, advirtieron también que los medios los compensarían de manera eficaz, lo que es decir, de manera simbólica, porque el fuerte de la promesa de los medios, para sus trabajadores, es la dimensión imaginaria, la importancia pública y el reconocimiento que sus vecinos les transmiten.
La fascinación popular con los periodistas, para usar un genérico que podría contener también al que atiende los teléfonos en el programa de una radio pentecostal, respondía al feeling de que integraban un sector dinámico de la pobre economía nacional y que además, por pertenecer a él, le aseguraba al chico y a la chica, a los aspirantes a soldados de una radio, de un diario, de un canal, la proximidad con los círculos de poder que la violenta segmentación social y la pérdida de espacios urbanos interclases habían vuelto cada vez más lejanos e inalcanzables para las mayorías. Los círculos de la política pero también del mundo del espectáculo o, del mundo del espectáculo pero también de la política. Porque así en ese orden es como se ajusta más al morbo y al entusiasmo con que eran percibidos. Y como la plaza pública fue cedida por las élites más comprometidas con la verdad y el progreso –que fueron siempre la política y la universidad–, los periodistas coparon el escenario, multiplicando así su importancia y atractivo para las masas. Además de informar y manipular la información, lo que la prensa hizo siempre, se convirtieron en voces esperadas para arbitrar en decisiones importantes. Fueron y son, también, sicarios de guante blanco. Si en Francia ciertos debates como el del genoma tienen como últimas palabras las de los científicos, en la Argentina, los argentinos quedamos, en un día bueno, en las manos de Adrián Paenza, un comando tecnológico de Fantasy, para decidir qué nos conviene más. Pero si es un día malo, como suelen ser la mayoría de los días en el tercer mundo, y no tenemos suerte, los temas graves recaen para el análisis y el dictamen de Investigaciones periodísticas.
Redundemos: las carreras de Comunicación y de periodismo de las universidades públicas y privadas, de los institutos terciarios, no reventaron sus localidades durante los últimos veinte años por la irrupción misteriosa de dos generaciones de locos con necesidad de contar historias del presente. Son pocos los casos de jóvenes motivados por la espesura narrativa que puede dar la vida pública. Buena parte de ellos son los así llamados, precisamente, periodistas narrativos. En ellos tal vez se encarne la paradoja de la época digital, porque podrían desplegar su vocación, su arte, su vanguardismo, sin entregar libras de carne mental a una máquina vieja, del pasado, como es un diario de papel y prescindir en un solo movimiento de patrones y editores. Vivir afuera. Si quieren decir algo, los narrativos podrían mandar mails largos, postearlos en un blog o filmarse leyéndolo y subirlo a YouTube. Se deforesta menos y el impacto cultural será mayor y de más largo alcance. Claro, de qué vivir, es la pregunta inmediata. No tenemos respuesta.
Para el resto de la prensa, para los que no narran ni quieren narrar, para los que todavía no saben lo que quieren con ese trabajo, y para los que tienen una distancia cultural y afectiva enorme con el objeto al que frecuentan a diario, la sociedad, la política, la política internacional, su inserción en los medios fue el efecto de aquella idea de que en los medios pasaba algo que podía salvar el tiempo vital que se va a consumir manteniéndose parados en el mismo lugar social. Pero, bueno, esta realidad, compañeros, ya es pasado. Ya es carne azul colgada en la heladera. Porque la matrícula decreció monumentalmente en la carrera de Comunicación en los últimos dos años. Porque los jóvenes quieren ahora diseñar ropa. Necesitan diseñar ropa. Ser Trosman, por derecha, o Churba, por izquierda.
Los malos salarios y la creciente paraguayización de los medios realmente existentes sepultan entonces la fantasía de un oficio, el periodismo que, es justo decirlo, puede ser bastante lindo, de lo mejor que hay para hacer en los países contenidos bajo el universal capitalismo y democracia. Un oficio que, si te preguntan, consistiría en contarle a los demás, que no pueden estar en todos lados, y lo mejor posible, lo que pasó ayer. Y que cuantos más puedan contarlo y cuantos más puedan contarlo mejor, harían de las conversaciones públicas plataformas más eficientes para el progreso de la comunidad.
Nombres propios de esta época han contribuido a la decadencia. Agarrémonos con los más poderosos, con los que tienen más musculitos, que es la única forma de no ser la señorita del pabellón. Albistur y el fenomenal Alberto Fernández que inventaron medios porque hay pauta para dar y de la cual morder, que botaron barcos factoría como los de Sergio Spolsky para hacer siete revistas y diarios, suplementos e inserts, todos con el mismo personal, que escribe los mismos textos, porque el negocio no es que se lea y se gane dinero por el efecto de haber dado en cierto clavo de cierto gusto popular, sino porque el negocio es la pauta publicitaria estatal que no está asociada a ningún criterio de ejemplares vendidos o de compensar las desigualdades materiales que algunos medios tienen respecto de otros. También así se domesticó la ilusión de un oficio y ya son los propios periodistas que nos chatean amargamente a la tarde los que adquieren una conciencia fuerte acerca de la baja calidad de lo que hacen, de lo que hacen sus compañeros en los escritorios vecinos y de la escasa utilidad pública de su trabajo. Les cuesta la conciencia de clase, eso también, porque sería el acabóse. Constituirse como parte de un colectivo que reclame un piso, no sólo salarial, sino de los términos aceptables para hacer el trabajo es una muestra de debilidad flagrante en una redacción. Te hace menos competitivo a los ojos de los demás, si este gil fuera bueno, no estaría llorando por plata o porque lo traten mejor, se piensa desde determinados escritorios. Pero ya se van a mirar al espejo, más grandes, más boludos y, si estiran el razonamiento puede que se vean viejos y resentidos, cruzados por las sondas en la terapia intensiva, atrapados en esas camas tremendas con pedales de fierro, viendo cómo el balance entre lo que recibió y lo que dio da mal. Da para atrás.
FIN de la parte 2. Sigue algún otro día.
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Veníamos de acá:
Soy fan de los viejos videos de 678. Es como que no lo puedo creer. Y para no poder creer lo que veo siempre elijo lo que ya no existe, me siento menos amenazado. Los momentos musicales, algunos, salieron bien de pedo. Acá Roxana Carabajal canta El Olvidao. Su versión de estudio es regular, pero esta es bárbara.
Muy bueno. Sobrevuela el espiritu del Palermo Manifesto.