El amor de los demás
Sobre la desaparición de Kate y los videos falopa que circulan: la familia real está comprando tiempo a costa de perder credibilidad. La razón, cuando se devele, va a indultar el pecado de mentir.
Aún con todo lo que me gusta escuchar hablar y oír a gente inteligente decir sus generalidades y sus particularidades, con su gracia y hondura especial, me cuesta mucho escuchar podcasts. Ya el saludo de entrada me deprime un montón, el que conduce está haciendo algo especial, me lo explica, endiosa al invitado al que veo solito con él agarrándose la cabeza en ese momento en un estudio pequeño, dios mío. Mis trayectos en auto son cortos, de ida con niños, de vuelta sin ellos pero aún irradiado por la levantada y la acción enérgica de alinear dos voluntades inocentes para ponerse un uniforme y salir, más o menos a tiempo, sin hambrearlos, sin hacerlos sentir miserables, arrebatados del inmenso placer del nido, del lento centrifugado onírico, o donde estén cuando tienen los ojos cerrados y no responden a las caricias, al tamborileo de dedos sobre el pie de la cama. Tratamos que la cosa no sea marcial, la mañana puede empezar con una canción como La máquina de ser feliz, de Charly García, El círculo, de Kevin Johanssen, o ponerse más heavy con 1812, de Tchaikovsky o, últimamente, Loca, de Juan D’Arienzo, con una muy buena imitación que les hago a los niños de El rey del Compás para que todo empiece con una sonrisa.
De regreso de la escuela, del trabajoso kiss and go, la doble fila, los bocinazos, el apuro, no puedo ponerme automáticamente intelectual y escuchar algo demasiado serio, pero sí me da tiempo para una canción o dos, las emotivas me aceleran el metabolismo, así que las elijo, y me preparan para escribir y sentir que entre la pantalla y yo hay smowing, sucundún. Me sacan de la preparación de la lunchera, de la puericultura, de todo lo anticonceptivo, y empujan la cosa. En el tediosísimo semáforo de Maure y Alvarez Thomas grito en la caja del auto: “¡I really need you toniiiiight!”, un estribillo de amor que siempre me angustió porque la desaparición, la ausencia, de la compañera o el compañero se presenta como un incendio íntimo.
Un amigo me hizo notar el viernes pasado, durante la fiesta de cumpleaños de la compañera Quimey, que no puede ver películas románticas protagonizadas por negros porque no las cree. En la pequeña ronda de sujetos que escuchábamos, todos miembros de la elite, asentimos y digerimos la revelación. El racismo íntimo, el de la vida cotidiana del inconsciente; nos podemos entender, tolerar, pero no podemos empatizar en lo básico con la gente de otro color. O no, pensé después, no creo que seamos unos hijos de puta por esto, puede que a ellos les pase lo mismo con nosotros. O puede, otro ángulo, que los negros representando los guiones de los blancos para los blancos nos revelan lo exagerados de nuestros sentimientos. Pierden verosimilitud a medida que aumentan los grados de separación. No pasan la prueba del color.
En esa ronda me la jugé por el primer approach: claro, le dije a mi amigo, con el corazón roto, como si el negro fuera alguien como vos, no lo podés seguir, pero si los ves escapando del campo de algodón, como nunca te pasaría a vos, corrés mentalmente con él. Otro ángulo, el deseo de ser libre es más atávico y nos hermana con todos los united colors, en cambio lo romántico está más toqueteado culturalmente. Me pasa igual cuando los negros hacen de policías o abogados. Me pregunto: ¿tanto te van a importar las leyes de los blancos, macho? O cuando dicen “America”, como recogiendo la historia de los padres fundadores. Mmm. Barack Obama me cayó mal desde el minuto que supe de él y lo empecé a consumir, no lo veo hipócrita, no fue eso, demasiado buen alumno, muy perfectito, adaptado, a lo mejor envidia en el repudio; a la distancia, en esa primera elección milité fuerte la candidatura de Hillary Cinton, pero el yes we can se llevó todo. ¿Qué es lo que we can? me preguntaba entonces. Romper el techo de cristal para la comunidad afroamericana en Estados Unidos, Africa for Usa.
Retomando, a veces voy en busca de alguno de estos empaquetados porque se habla mucho de ellos… Normalmente si los podcasts fueran por escrito los leería más, archivaría mejor y, eventualmente, podría compartirlo más asiduamente. La mayoría parecen hechos para concursos de operadores de radio, de edición, con toda la artística… Mencionan a un payaso, suena una corneta, salen a la calle, tocan la bocina, qué sé yo. Me gustan definitivamente los que están bien o muy bien grabados en interiores. Y si son entrevistas, mejor.
Creo que nada me entretiene más viajando en auto, ya en otro horario y con la escritura del día saldada, que detenerme en los semáforos y patrullar twitter a ver cómo viene la cosa, todo en palabras de Carlos Maslatón, el principal promotor que tuvo Milei en el mainstream, hasta que los hermanos Milei le quitaron el saludo. Durante la hora en el gimnasio, ya que preguntaban, prefiero mirar series o películas en el Ipad, me concentro más para el esfuerzo de trotar con pendiente con audio y video que sólo escuchando a profesores o a gente contando anécdotas. A menos que, muy de casualidad, coincida el horario con algún partido de tenis o de la Champions que me interese mucho y, entonces, miro la tele que ponen delante de los caminadores. De lo contrario, la sola posibilidad de tener que mirar la pantalla de TN me hace desear el inicio de la Tercera Guerra Mundial, sin siquiera angustiarme por lo que se perderán mis hijos; al contrario, un gran alivio porque esquivarán un mundo moldeado por sus conductores.
Volviendo al amor de los demás. Hace muchos muchos años, terminaba el secundario, vi a una pareja muy humilde, sentados en el café pizzería Podestá, en la esquina de Rivadavia y Jujuy, frente a la Plaza Miserere. Ella podía venir de dar pinchazos o limpiar casas, él de trabajar en la construcción, por simplificar, se estaban separando. Ni vencedores ni vencidos, los dos estaban desgarrados, los movimientos de manos vacilantes, los ojos brotados por el llanto. Y yo con ellos, la ñata contra el vidrio viendo las vidas de los demás haciéndose y deshaciéndose, mis años formativos. Ninguna otra separación a la vista me partió más el alma. Habré asociado, sin demasiada racionalidad, que encima que son pobres, pasan a no tenerse; o, porque entre los dos se dejaba ver un inmenso cariño y respeto mutuo y eso le daba una faceta trágica a la situación, a lo mejor se querían demasiado como para quererse para siempre.
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¿Cómo no hay diez mil videos de calidad de esta orquesta? Misterios del país que les encanta a ustedes.
Qué maravilla ese video, me encantó. Gracias. Nunca le presté atención a D'Arienzo, probablemente por influencia de mi padre, el único tanguero de la tribu, que lo consideraba medio chanta. A él le gustaban los cantores sobrios, Rufino, Ángel Vargas, no le gustaba Julio Sosa, se horrorizaba con el devenir de Castillo y Goyeneche y Héctor Varela y sus dúos definitivamente le revolvían el estómago. Otro día hablamos del estado de los archivos en el país, tema al que por esas carambolas de la vida me terminé dedicando. Abrazo
Sobre tu amigo: Había, en Sudáfrica, una telenovela que se llamaba Séptima Avenida, “7de Laan” en afrikaans, la pasaban en el Canal 2, súper exitosa, duró muchos años. Cuando mostraron, por primera vez en la TV sudafricana, un beso entre dos negros, nadie se mosqueó. Ahora, cuando hubo un beso “interracial”, entre una mujer blanca y un varón negro, casi la cancelan por la furia de la audiencia, de ambos colores. Y eso es en la Rainbow Nation. Siempre muy bueno lo tuyo.