Buen día.
El martes pasado a la madrugada mientras mi último newsletter volaba hacia sus casillas, un señor de unos 35 años, cuyo nombre no pudo establecerse, y que vivía en la calle, murió desangrado en una de las bocas de acceso a la estación Lacroze de la línea B del subterráneo, luego de una riña con Leonardo Aguero, también sin hogar, quien rápidamente fue identificado por la policía en las inmediaciones. Aguero confesó haberlo herido pero sin advertir que se trataba de un amigo suyo.
La pelea, de temática incierta, empezó en la cuadra del Cementerio de la Chacarita, la del portón principal, donde Aguero clavó un vidrio en el cuello del NN que cruzó Corrientes y luego Guzman, chorreando sangre, y terminó recostado sobre las escalinatas de cemento que bajan a la estación.
Su pulso fue menguando, la ataxia cerebral y la arritmias se lo llevaron pronto de este mundo. Si en medio del trámite penoso se arrepintió de algo y quiso que se sepa, nadie se enteró porque era la madrugada, de un feriado, y porque la vida y la muerte de los marginales sucede en una realidad paralela que no se escucha bien.
El muerto vestía una remera de la selección campeona del mundo que terminó bañada en sangre y el cuerpo fue embolsado por los bomberos, que tienen los mejores guantes para agarrar lo que nadie quiere tocar, y trasladado a la cámara frigorífica de la morgue judicial para oficializar causa de muerte y ponerle nombre y apellido. El hecho que refiero sucedió a 16 minutos caminando de la casa de pastas veganas Tita, La Vedette.
Antes de esta muerte violenta, los vecinos de Chacarita veníamos presentando el caso, en quinchos, en redes sociales, de la cantidad inmensa de marginales que se establecieron, con todo derecho, por supuesto, en el barrio y que, como nunca se había visto hasta este año, se estacionan en las puertas de nuestras casas, en los canteros del arbolado, en los cordones de las veredas y, más que nada, detrás de los tachos de basura, donde parece que recrean la idea de un hogar, a drogarse.
Los llamados a la policía son permanentes pero solo cuando algo se pasa de castaño oscuro, como peleas o cuando rompen un auto para robar algo que quedó a la vista. O sea, todos los días, pero nadie quiere estresar a la fuerza policial y forzar la satisfacción decreciente de los servidores con asuntos que no pueden resolver.
De hecho, en este momento, hay un petitorio a la firma de los vecinos en el mostrador del Café Museo Simik que está dirigido “a quien corresponda”. (Pueden concurrir a firmarlo, si son de la zona).
En la carátula del pedido se reclama “la erradicación de dealers, ladrones, incremento de la luminarias y mejora de salubridad”.
Pero tiene un error que no quise discutir y no altera el sentido de mi firma: pide más policía. Pero la policía sobra, y está al instante cuando se la llama. Entiendo que es la forma de reclamar a quien corresponda que la policía sea más proactiva, que los corra, o los encarcele, o resuelva el problema. Pero bajo qué cargo y por qué. El encargado de Simik me dijo ayer: “lo que vos vivís en la puerta de tu casa yo lo vivo multiplicado por mil, porque quieren pasar al baño y manguear a los clientes que están dentro, o robarlos”.
En la esquina de Olleros y Roseti hace veinte años hay un terreno abandonado, a la espera que se complete una sucesión difícil…, no se puede saber, que son 1200 metros cuadrados, cercado por la cartelería publicitaria de la empresa Girola, perteneciente al grupo Octubre. Allí funcionaba como un dispensario de dosis hasta hace una semana, que la policía estima que es paco, pasta base. El cerco fue reforzado días antes de que los niños regresen a educarse en la escuela Siglo Nuevo que se encuentra a 8,66 metros de uno de los lados de ese espacio. Los consumidores, no obstante, siguen dando la vuelta al perro, con constancia, esperando la reapertura.
En los días más difíciles de enero, con los vecinos de nuestro edificio, mudamos un tacho de basura hacia la esquina donde hay una casa deshabitada, para no tener que vivir la experiencia diaria de sortear los desperdicios. Requirió mucha fuerza, no es un maclaren de bebé, y mucho aguante de respiración por lo inmundo de la situación. Lo hicimos de noche, antes que pase el camión recolector, y con la ayuda de los cocineros del restaurante Alegra. El Estado fuimos nosotros.
La ansiedad por drogarse que tienen nuestros vecinos sin techo es algo que se ve poco. Salir a la calle, caminar por Fraga, por Teodoro García, por todas las transversales a Federico Lacroze es un espectáculo de consumo a la vista del público y a toda hora. Cualquier superficie que se eleve del suelo sirve para que se sienten y prendan el fueguito sobre la chapa o cuchara o tapita incluso plástica de Coca donde preparan la mezcla que inhalan o que se pasan por las encías. No pueden esperar a llegar al rincón más oscuro o menos transitado. Lo hacen en la entrada de un edificio y cuando completan la faena arrancan una marcha acelerada, como atlética, que si se los sigue un poco, persigue los mismos propósitos del paleolítico: tomar agua, recolectar algo de los tachos de basura, cazar una medialuna mordida y abandonada sobre la mesa de un bar.
Dado que los dueños de los comercios les niegan el paso, con todo derecho y razón, la parte de mover el vientre la realizan dentro de los tachos de basura y, en las madrugadas, en los cajeros automáticos que amanecen sistemáticamente untados de materia fecal.
Peregrinan de a dos, normalmente. Eso es lindo. Como si el producto les anulara la fobia y los invitara a vivir juntos la aventura de matarse.
No siempre tienen la suerte de morir y salir en Crónica, porque no siempre se matan en feriados ni a cuchillazos, pero su destino está escrito. Vivirán pocos años más. Pueden morir cruzando la calle, intoxicados o infectados de alguna manera insalvable. Quedan fuera de las estadísticas. Muchos quedan planchados en la vereda, y ya parecen muertos, pero no, duermen donde llegaron y no pudieron más, caen al suelo, como un muñeco sin pilas, de través, y el sol del verano los cocina contra las baldosas.
No es difícil entender que este cuadro distópico mete fichas a los sentimientos más duros que pueda leudar el inconsciente colectivo.
Los prejuicios y el miedo viven su Puerto Pollensa en Chacarita.
Mientras todo esto sucede, el diario La Nación publica un artículo hace un mes titulado: Chacarita, el barrio porteño que promete convertirse en el magnético Le Marais de Paris.
Las primera impresiones fuertes sobre la marginalidad las tuve en mis viajes de los veinte años a Brasil, durante los años de Menem, cuando parafraseando a Melconian, con toda mala intención, cualquier cadete pensaba que podía ir a Río de Janeiro. Con algunos amigos, después de un fútbol playero en Arpoador, contra locales, que ganamos fácil porque entendimos enseguida que les daba fiaca marcar hombre a hombre, nos tiramos al mar y un lumpen delgadísimo que posiblemente estaba usando el mar de baño por su concentración inicial, nos empezó a hablar cuando se distendió, y al enterarse que éramos argentinos nos preguntó:
Argentina, ¿muitos viados la? (¿muchos putos allá?)
La pregunta nos descolocó porque no es la primera pregunta nunca. Pero me gustó porque la locura, la marginalidad, le franqueaba el inconsciente, le permitía asociaciones inesperadas y provocativas. Al cabo, un artista.
Lo ilusioné diciéndole: siiiim, muitos.
Y el señor gritó já, como si dijera “lo sabía”, y hundió su cabeza en el agua, y mostró su sonrisa sin dientes, y su barba le devolvió un chorrito de mar al océano.
En esos viajes, fueron varios, vi el adelanto de lo que pasaría en los dos mil en la Argentina: las plazas enrejadas, el mangueo callejero continuo y el personal completamente anumérico en bares y lanchonetes. También los políticos que se ayudaban con las manos para decir si algo subía o bajaba.
Ayer Horacio Rodríguez Larreta presentó su candidatura presidencial. Parte el alma verlo luchar con el cuerpo para subrayar frases. Lo vi solo en la planicie santacruceña y sufrí…, el faro, en el fondo, como metáfora de para donde ir o donde llegar y que ya era vieja con Julio Verne. Larreta lo intenta tan duramente que, a esta altura, me despierta el sentimiento de que si no se le da, al menos que sufra lo menos posible, y ruego que algo de todo este esfuerzo, y todo este gasto, sea cierto, y que Mili quiera acompañarlo derrotado a retomar sus clases de surf y que los dos vuelvan al carnaval de Jujuy cada año hasta que sean viejitos.
La idea principal de Larreta es que hay que terminar con el odio.
Tengo para mi que eso es viejo. No una antigüedad como un faro, pero el desencuentro nacional con acento en lo político o identitario ya se quedó debajo de un montón de hojas secas. Lo nuevo es quién, cuánto y cómo va a perder y este problema es transversal a todos los partidos y es opaco para los votantes que decidirán, como más o menos siempre, en contra de sus propios intereses. Y el PRO es un partido gastado. La sobreestimación, los recursos infinitos, los cargos públicos, la endogamia, puede hacerles creer que no. Que aún hay frescura. Pero no la hay. Entran en el bolillero como uno más.
Mi tesis: va a ganar el que provoque mejor y al que se le note menos el esfuerzo. En un ejercicio combinado de votantes y líderes en el cual los primeros estiman que el voto, si no es una venganza, es una práctica no relacionada con lo que les va a pasar el lunes, y líderes que aceptan ser el canal para que el cinismo circule, porque ese es su oficio.
Compañeros, sigo el martes con otro newsletter. No olviden esparcirlo “a manos llenas”, como decía el Papa Benedicto, entre sus amigos y parientes.
E, igual de importante, no olviden acompañar económicamente este proyecto. Hay para todos los presupuestos en estos botones púrpuras.
Buenísimo !
Buenísimo!