Buen día,
Cito nuevamente a Ernesto Semán que investigó con sus grupos de whatsapp y dio con el nombre de Carlitos Rodriguez, el concejal del PI que dijo aquello de “va a ser difícil y hermoso” que dio título al primer correo. Ernesto fue, además, mi compañero en Página/12 y, más que eso, fue quien fomentó mi ingreso al diario. Después de leer el correo, me comentó que la simultaneidad que tuve en el diario con Leonardo Moledo y Juan Forn, y que yo destaqué como algo excepcional, por las condiciones profesionales de ambos, lo había hecho pensar en otro par de simultaneidades con personas extraordinarias, la suya con Claudio Uriarte y Salvador Benesdra, “que en la cosa cotidiana resultaban algo difíciles”. Benesdra escribió El Traductor, la mejor novela argentina desde 1810, según Elvio Gandolfo; y Uriarte, Almirante Cero, una biografía de Emilio Massera, que alcanzó el status de mejor libro de investigación periodística.
De Benesdra sólo puedo decir que cuando ingresé formalmente al diario, él ya se había tirado por la ventana, o estaba por hacerlo, a sus 43 años, en el inicio de 1996. Apenas puedo evocar el cartelito que indicaba su muerte, sin detalles, en la cartelera ubicada en el pasillo que unía la redacción con los baños, en los días posteriores. No me pareció que el hecho hubiera conmocionado a nadie en la redacción, tal vez por lo esperable. Y jamás volví a escuchar su nombre hasta muchos muchos años después cuando se publicó El Traductor.
A Uriarte sí lo conocí, vestía de negro, almorzaba pesado, con vino, lo cual le marcaba el abdomen y manchaba su remera, lo normal después de un medio día bien vivido. Escribía rápido y le chupaba todo un perfecto huevo. Si el diario salía, si no salía. No estaba en una carrera, no quería progresar hacia la CNN en español, ni ser el jefe de nadie. Nada. Colegí que leía bien en inglés porque siempre tenía diarios de afuera y hacía como el papel del derechista del diario de izquierda, aunque genuinamente lo fuera.
Yo tenía una mínima relación con él, lo cual era mucho para lo que podía dar, porque hablábamos de literatura y quedó encantado con que yo hubiera leído a Celine. Para él, de todos modos, habría sido mejor si yo, además, hubiera leído Bouvard et Pécuchet de Flaubert. Nunca lo leí. Me acuerdo que me lo indicaba con un poco de ansiedad y a mí nunca me cayeron bien las amenazas culturales y eso me mantenía a prudente distancia.
Murió muy joven, Claudio, a los 48, accidente doméstico, dijeron los forenses, cayó por las escaleras. Formas y formas de bajar. Lo más interesante para mí fue enterarme, mucho después de su muerte, que era hijo de David José Kohon, un director de cine de la llamada Generación del Sesenta, de quien yo había visto todas las películas en las cinematecas. Nunca se habló del tema.
Pero el 28 de julio del año pasado, insólitamente, soñé con Kohon, a quien nunca conocí, y cuya cara nunca vi, y era un fantasma, en el sueño, con la barba blanca tupida y me hablaba con gran intimidad. (Anoto sueños en una agendita porque no sé cuándo me van a ser útiles). Supe que era Kohon, porque en el sueño decía “yo soy David José Kohon”.
Es absolutamente imposible que alguien sueñe con David José Kohon, y sólo pude haber soñado con él, por el hecho de ya saber que uno de sus hijos había sido Claudio. Un hombre de barba blanca hablándome con gran intimidad solo puede ser un dios bueno o un padre. Susana Viau, que quería bien a Claudio, omitió el nombre del papá en el obituario que escribió de Claudió aquí, así que algo no muy bueno, contrario a la interpretación fácil del sueño, había pasado en esa filiación.
Cuando murió Osvaldo Soriano en enero del ‘97 pude ver toda la curva. Desde el rumor de la enfermedad, a la internación, la agonía y la muerte del escritor a los 54 años.
Me encontraba chusmeando con Margarita Peratta, la secretaria del director Ernesto Tiffenberg, cuando el presidente del directorio, el señor Prim, salió de una oficina, acelerado, y levantó el teléfono de línea para decirle a alguien “murió Osvaldo”, como si fuera el inicio de la operación London Bridge Down. Tenía, o tiene, este hombre una voz grave que me hizo acordar, en ese momento, a cuando Alberto Argibay agarraba el teléfono en Andrea Celeste y llamaba a su escribano. Eran los primeros años post Lanata de Página, entonces se trataba de aprovechar cualquier circunstancia para diluir la imagen del gordo, sobredimensionando la de otros miembros fundantes del diario. Más allá del afecto genuino por Osvaldo, había que aprovecharlo.
La edición del diario del día siguiente les quedó bastante bien porque el dibujo que hizo Daniel Paz de Soriano caminando hacia allá, de espaldas a los vivos que lo mirábamos partir junto a su gato, era muy bonito y en el monotitular escribieron “Solos”, un poco con la idea internista, que los tenía atrapados, de que el diario debía hablar de sí mismo, y de que nos quedábamos sin un faro. El cortejo fúnebre hizo una recorrida un poco larga, en un día de verano duro, y pasó por la cancha de San Lorenzo, y luego por la redacción en la avenida Belgrano hasta encarar al último turno de entierros en la Chacarita. La parada en la puerta de la redacción fue un fiasco. Es la verdad. Todos salimos a hacer el saludo pero no hubo discursos, capaz aplausos.
El ateísmo generalizado en esa redacción no los salvaba de que alguien dijera algo. Supongo que el análisis del señor Prim y del resto de los directivos fue que el muerto no los iba a oír, y que a la esposa francesa ni fu ni fa el español emocionado de nadie, y el hijo, Manuel, era muy pequeño, algo por el estilo, pero justamente se trataba de gente que escribía, que podía ensayar una elegía. Se reservaron para el papel, donde muchos hicieron su texto, y los dibujantes, sus dibujitos. En ese sentido, estuvieron bien. Pero yo pienso que los argentinos ya habíamos entrado en la etapa de no querer quedar como un boludo hablando en público, porque total para qué.
La izquierda hace, además, unos velorios silenciosos, poco conversados. Ahora se puso un poco de moda que todos digan algo así como que la tierra te sea leve, lo cual aparentemente tiene un sesgo anticatólico, tipo la vida eterna es la nuestra, la de quienes hicimos paros generales; o bien porque la expresión viene de la antigua Roma, que mal que mal son los que reventaron a cadenazos a Cristo y lo crucificaron. En Facebook, la gente mayor, veo que sigue usando lo de Hasta la Victoria Siempre, con el acrónimo HLVS, pero casi que es joda. A cualquier muerto del Frepaso le ponen el cartelito, igual que a los monto menemistas que mueren de muerte natural.
Al revés, en el velorio de Susana Viau en la sede de la UTPBA en avenida de Mayo había dos coronas: una del propio sindicato, la otra de Daniel Hadad.
Susana era un espectáculo.
Entraba como a la seis de la tarde de cada día a la redacción, esto es tardísimo. Antes de ponerse a escribir pasaba no menos de dos horas conspirando.
Tuve la fortuna de hacerlo con ella. Hablaba en susurros, mientras fumaba como para hacer andar un tren, y parecía más vieja que su edad. Yo me empujaba con las rueditas hacia ella, o ella pasaba al lado mío y me decía quiero hablar con vos, también en voz baja, como en el comedor de la cárcel.
Tenía un sólido desinterés por la carrera profesional de los periodistas, era muy dada a la intriga y se burlaba de los alcahuetes, los cobardes y de los que se babean por cualquier ganso con plata. Pero no era misántropa, admiraba los logros obtenidos con esfuerzo y honestidad, y tenía su zona populista también, expresando una inquietud por River Plate de un modo que me resultaba sorprendente. Era muy hincha, sabía los nombres propios de los jugadores. Se sentaba en la sección deportes, su hermano había brillado en el Mundial de basquetbol de 1950, y escribía más bien poco, para el ritmo de un diario, haciendo valer seguramente los años en la profesión, y porque para Tiffenberg era carísimo pedirle notas por el sinnúmero de objeciones que ponía Susana, más que no se privaba de facturarles los negocios, tanto con las telefónicas durante el rebalanceo, o con la gobernación de Santa Cruz.
Mi jactancia profesional de periodista es que nunca nunca nunca en mi vida conseguí una noticia, y con ella esta tendencia se iba a consolidar, porque jamás hablamos de asuntos públicos que se imprimieran en el diario. Solo hablábamos de la interna de la redacción. Y hacíamos una cirugía estrictamente personal y muy detallada de los colegas. El periodismo de periodistas es lo más cerca del periodismo que un periodista puede estar; de todas las cosas de las que cree que tiene que ocuparse sabe, y sabrá, muchísimo menos.
Me gustaba que estaba en guerra con el peronismo y que era algo que no podía conceder. No se proponía como un ejemplo de periodista, un montón de periodistas lo hacen, se ofrecen para ser tomados como ejemplos. Ella era una peleadora, pendiente de las agachadas, las canalladas, todas palabras que usaba con gran frecuencia.
Como muchos setentistas, Susana etiquetaba en reversa. O sea nadie era lo que podía ser, sino lo que ya había sido. Cierta vez en la London, puede ser el año dos mil, yo trabajaba en la revista que dirigía el señor Lanata, tomamos un café y me dice: shhhh, date vuelta despacito…. Como ya conocía el tipo de desilusión que enfrentaba, me di vuelta sin fe, pero para darle el gusto, y efectivamente, agua, se trataba de un civil desconocido, un ganapán municipal, un hombre del subsuelo, de quien dijo: ese tipo es guardián. Tal cosa no nos decía nada, ni a mí, ni al año dos mil. A ella sí, se le paraba el corazón en los padrones de 1974. Eran digresiones sin remate: alguien, cualquiera, de repente, porque sí, era guardián (Guardia de Hierro para los jovencitos), monto, quebrado, blando... Y fin de la anécdota. La carta astral clavada en los sports de la militancia y la guerrilla.
Viau no dejaba de ser amable y respetuosa, expuesta ante el protocolo inevitable. Su bravura fue, quizás, la posibilidad para su obra; porque más amable, más buenita, habría sido más influenciable. Tenía el NO sostenido. Es cierto que no es ésta la única combinación posible para los hombres libres pero fue la que ella encontró y a la que se aferró para sobrevivir.
Sus últimos años no estuvieron a su altura, tengo la impresión. Se dedicó al infotainment para exaltados desde una página dominical que Clarín le armó por su condición de mujer, igual que Cristina, setentista, como Cristina, pero honesta, no como Cristina. Esa era la idea, básicamente. Y se plegó a aquel famoso “Queremos preguntar”, ese momento televisivo que armó Lanata para repudiar la escasa predisposición de la familia Kirchner a responder a la prensa. Tengo claro que si algo no quería Susana es preguntar. Solo quería romper las pelotas, bien rotas. Por qué no.
Tuvo cáncer dos veces. Del primero se recuperó y logró escaparse de Página/12 cuando Clarín le cede su parte a Rudy Ulloa, chofer de Néstor Kirchner, poco antes de que comience la batalla cultural propiamente, y de que el diario se kirchnerice por completo. Y se fue a trabajar con Lanata a Crítica de la Argentina, la última gran ilusión de que pase algo que tuvieron los periodistas gráficos porteños.
Una de las últimas veces que me la crucé fue durante el funeral de Raúl Alfonsín. Yo había quedado con Pablo Plotkin, director de Rolling Stone, en Entre Ríos y Alsina, y la encontramos a ella, en Hipólito Yrigoyen, mientras la cureña se acomodaba sobre la explanada del Congreso para recibir el ataúd del ex presidente, al que acompañaríamos por Callao hasta Recoleta. Mientras caminábamos hacia el cementerio, cruzamos información personal, y le conté algo que me atormentaba particularmente ese día, algo relacionado con el amor y las separaciones, y me dijo: “basta de eso, querido, hay pasiones más grandes”.
No era rigurosa, pero era muy inteligente. Y su inteligencia derivaba de un mismo procedimiento: dudar de la bondad humana, pero entender que era posible en ciertas dosis; negar las trayectorias perfectas, pero entender que se puede ser bastante coherente.
Y le molestaban, entiendo yo, más las boludas que los boludos.
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Te leo y siento algo parecido a estar enamorada...una alegría en todo el cuerpo!
Bellísimo esto, agradezco la inteligencia sensible