Buena bola
Renunció el Primer Ministro de Escocia, Humza Yousef, musulmán, antioccidental, enemigo de las libertades. ¿Cómo es que los escoceses se hicieron eso? El gran misterio de todos estos años.
Compañeros, se van a cumplir 20 años de la final entre Coria y Gaudio en Roland Garros, uno de los grandes acontecimientos del siglo 21 para los argentinos. Dos jóvenes perfectamente nacionales en el aspecto, los gestos y el malhumor, nacidos y criados con Telenoche de fondo, luchando entre sí para conseguir el trofeo más emblemático para los tenistas que aprendieron a jugar en polvo de ladrillo. Algo único ese domingo de 2004, el orgullo de haber puesto a dos de los nuestros a pocos metros de donde se emplazó la guillotina. Igual que cuando pusimos al Papa en lo más alto o cuando metimos cada gol con Messi en el Barcelona. Te baja el PBI, los pibes no entienden lo que leen, pero te sube la autoestima nacional con estos hechos donde la Argentina se proyecta al mundo empobreciendo los resultados simbólicos de los vecinos.
Arrancó de mañana el partido, a las once, terminó temprano a la tarde, cinco sets, en el principio dominando Coria, por mucho, era un verdadero paseo, hasta que algo sintió en su pierna El Mago, y empezó a caminar para atrás, y El Gato le igualó; y tuvo un match point, Coria, de todos modos, y en una pierna, pero lo dejó pasar, y luego sí, el final, Gaudio campeón. Dicho así es simple, pero había que estar ahí, no sólo en la cancha, también en los bares y en las camas argentinas donde los argentinos se acomodaron para infartarse. No eran dos chicos triunfando al mismo tiempo en París, algo de por sí muy grande, sino dos argentinos pulseando por la misma corona y el resto del mundo diciendo: los dos son argentinos.
A mis ojos, el resultado fue indignante, históricamente inmerecido, fuera de guión. Mi conexión con Coria era total, un gran peloteador, obsesivo, con saque de club, que ganaba por el fastidio del oponente a sus condiciones para traerla siempre de vuelta y, al mismo tiempo, sentía natural antipatía por Gaudio por su tono sobrador que puedo atribuir a la inseguridad o a la ignorancia. De dónde puede sacar coraje alguien para burlarse de otro. Prefiero al enojado normal, al tímido, el que agradece y se va, al que ya no se presenta, formas de tramitar la inseguridad que la aceptan mínimamente y no implican deshonrar a otro.
Durante el partido, se supo después, el papá del Gato salió a caminar, a dar vueltas a la manzana, no lo pudo ver. A veces uno cree que toda reacción del cuerpo debe tener su compensación psicológica o farmacológica para quedar empatado, pero pienso que un padre es mejor sufriendo que arivotrilado hasta que todo pase. Qué puede hacer un psicólogo o el bioquímico con los nervios que le provoca a un padre la posible consagración del hijo. De todo, pero todo lo hará menos padre. Hizo bien, caminar, si pensó que estaba por reventar. El hijo se encontró luego con el padre de siempre, más el que vivió su final caminando para no enloquecer. Me pasó en el Mundial, y yo ya sé que otra final más no aguanto. Que la próxima, si la hay, y si me toca, preferiría no estar frente a la tele.
Con la carrera de Gaudio tomé nota de que existían algo así como los psicólogos deportivos. Mi prejuicio es que los terapéutas están para que el paciente se acomode en la ruta de su deseo, e interprete en su favor los eventuales fallidos, como no levantarse a entrenar, llegar tarde al kinesiólogo, regalar un partido, pero estos psicólogos dicen no, vamos bien, vamos bien. Hay que ganar, hay que meter. Ayudan a los jugadores con los resultados deportivos, no con los personales, o asocian unos con otros. Estos profesionales tapan la evidencia de tu hartazgo para que funciones. Y el paciente quiere eso, además. No me saques de la cancha, sacame de la cancha a los fantasmas. Al psicólogo del Dibu le debemos una Copa del Mundo y por correlaciones mágicas también se la debemos a la abuelita de Messi a quien Lio apunta siempre sus brazos cuando mete un gol, y a la médica deportóloga de River, Sandra Rossi, que le enseñó a respirar a Montiel, antes de los penales, para exhalar la presión.
En el discurso de premiación, el Gato dijo: “esto no me lo quita nadie”. Una frase que debe existir en cualquier idioma pero que yo sentí muy nacional, de inmigrante que vino con nada y que fue consiguiendo una cosita detrás de otra. También me sonó como despedida del infierno de la alta competencia. Después sufrió un par de años más, pero fue ligar los rebotes de ganar un Grand Slam en materia de contratos publicitarios y pagos de seguros para jugar determinados torneos. Salatino inmediatamente después del triunfo dijo: “ahora hay que salir a vender a este chico”.
El dramatismo de una gran final deportiva es una experiencia inigualable para los participantes y pocas veces las personas comunes quedamos expuestas a semejante demanda, a tales transiciones entre lo absoluto y la derrota. A lo mejor, las mujeres durante el trabajo de parto vivan esa intensidad de estar como dejándolo todo para no perderlo todo. El resto de las experiencias humanas está desvinculada de tanta tanta emoción, de algo equivalente: la intensidad de un romance, un abandono, un engaño, un abuso de confianza, un despido, la espera de un diagnóstico, ponen muy nervioso, pero suceden sin buscarlo. El deportista de élite se la busca, está siempre al borde de ganar o perder mucho y con audiencias enormes observando. Se ganan cada dólar. ¿Maradona tenía que ganar más que Leloir? Sí.
De los tenistas en actividad, me siento muy identificado con Nadal, cara de sufrimiento en los entrenamientos y los partidos, alegría solo al final y si gana. Pero me está gustando mucho el manejo de crisis que hace el ruso Medvedev sosteniendo discusiones en inglés con umpires que antes de escalar hacia el warning derivan al humor. Y sufro mucho el proceso actual del peque Schwartzman que hizo la carrera imposible para su altura y ahora se está acomodando debajo del cien del ranking, donde van los petisos. Como tallerista, y viendo sus condiciones intelectuales, digo: Peque, llegó la hora de escribir y desarmar las maquinaciones.
Sin duda, el gran gran ejemplo es Djokovic, no es sólo el gran atleta y el mejor de la historia por títulos y duración en lo alto, sino el gran atleta que pudo rebelarse, y resistir la presión que le puso todo el negocio para vacunarse contra el llamado Covid. Pudo reconocer que ese virus no le iba a provocar nada que no pudiera superar, que la inmunidad de rebaño no se alcanzaba con la inyección y que él no hacía falta, y que la falta de estudios suficientes sobre las preparaciones podían aparejar un perjuicio personal y profesional. Fue un héroe. No se lo van a reconocer en esta vida. Pero que quede dicho también acá.
El tiempo que pasó desde esta gran final ya es el equivalente a cuatro guerras mundiales. Pasma lo que se empieza a recordar para atrás, y como detrás de cada hito hay una puerta que nos lleva a otro que aún nos lleva más atrás. Un collar de melones. O no. De hecho mi motivación para este correo fue el sentimiento contrario. Satisfacción por todo lo vivido, aun cuando la intensidad la hubieran puesto otros, y uno haya puesto sólo la impotencia de no poder ayudar; abril es así, así de benigno.
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Novedad: el 2 de mayo toqueteo un poco los botones para que sea realista, ni siquiera para que acompañe la inflación acumulada desde la última indexación. Mi grano de arena para bajar la inflación. No va a ser nada que obligue a llamar al SAME a nadie, desde luego. Mi gratitud con los que cooperan para hacer viable este proyecto no tiene límite, techo, parangón. Muchas Muchas gracias. (más abajo instrucciones para desuscribirse del pago)
Martín Rodríguez sobre la marcha universitaria.
"Un presidente puede ser cualquier cosa, hasta un paseador de ánimas por los jardines de Olivos, pero siempre deberá ser el que les dice a los que estudian: no tiren la toalla".
Escuché con mucho interés las entrevistas que la forista Marina Kempny y Gogo Buero, miembros de la comunidad de la Universidad Austral, les hicieron a dos graduados, Hernán Iglesias Illa y Tomás Vidal. Ambos tuvieron y tienen influencia en la política argentina. Vale la pena
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